10.1» La misa
Es el acto más grande y más sublime
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Es el acto más grande y más sublime y más santo que se celebra todos los días en la tierra.
La misa encierra todo el valor del sacrificio de la cruz...
Para caer en la cuenta de lo que vale la santa misa, es preciso no perder de vista que el valor de ella es mayor que el que juntamente encierran todas las buenas obras, virtudes y merecimientos de todos los santos, que haya habido desde el principio del mundo o haya de haber hasta el fin, sin excluir los de la misma Virgen María26.
La misa es el acto que mayor gloria y honor puede dar a Dios, porque es la misa de Jesús y tiene un valor infinito.
La misa abarca todos los tiempos y todos los lugares del universo. Por eso, la misa tiene un valor cósmico y universal.
Sí, cósmico. Porque también, cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación (EE 8).
La misa no es sólo cósmica, es celestial; pues participamos en la tierra de la celebración eterna de los bienaventurados y ángeles del cielo que aman y adoran a Jesús, el hombre- Dios, y por su medio, aman y adoran al Padre y al Espíritu Santo.
Decía el Papa Juan Pablo II: En la misa nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: la salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono y del Cordero (Ap 7, 10).
La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo, que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino (EE 19).
Decía el cardenal Ratzinger en su libro Al servicio del Evangelio:
Toda misa es una misa cósmica, pues nos hace salir de nuestros pequeños grupos para abrazar la gran comunidad que abarca el cielo y la tierra.
Por eso, el lugar donde se celebra la misa se convierte, en esos momentos, en el punto de concentración del universo, de la humanidad entera y del cielo. Cristo, que se hace presente en cada misa, une a todo y a todos, recapitulando todas cosas del cielo y de la tierra (Ef 1, 10).
La misa, decía el Papa Juan Pablo II, une el cielo y la tierra (EE 8). La misa es como el cielo en la tierra. San Juan Crisóstomo decía: Aquí está el cielo27.
De modo que ir a misa es ir al cielo, es ir a unirnos con todos los santos y ángeles, que se hacen presentes en cada misa.
Debemos darnos cuenta de que el cielo nos espera en cada misa y que todos los santos y ángeles están pendientes de nosotros y se hacen presentes alrededor del altar, especialmente en el momento de la consagración.
Vivir la misa será vivir unos minutos en el cielo en compañía de Jesús y de María y de todos los bienaventurados, con el Padre y el Espíritu Santo, sin descontar a las almas del purgatorio.
Durante la misa, el cielo se hace presente en ese preciso lugar y, por ello, nosotros debemos celebrarla en un lugar digno, donde no se tengan otras actividades malsanas como podría ser una discoteca de bailes poco decentes o en un cine donde se proyecten películas no muy buenas.
Igualmente, el altar donde se celebra la misa debe ser digno y limpio, y no cualquier mesa, que es usada diariamente para juegos o para vender carne del mercado.
Todo lo que rodea a la misa debe estar rodeado de dignidad por respeto a todos los excelsos visitantes del cielo. Por lo cual, también los asistentes deben ir bien vestidos y asistir con respeto y devoción.
No preocuparse tanto de aparentar y quedar bien ante los demás, sino de quedar bien ante el Señor que todo lo ve.
Por eso, los que se acerquen a comulgar deben hacerlo con el alma limpia. Y, después de la misa, hay que llevar a nuestras casas la paz y alegría que hemos recibido para hacer de nuestra casa un cielo, donde reine la alegría y la paz de Dios.
Los sacerdotes, ministros de Cristo y de la Iglesia, deben ser conscientes de la importancia de la misa para celebrarla cada día, aunque estén de vacaciones, pues cada misa tiene un valor inmenso para la salvación del mundo.
Alguien ha llamado a la misa la fiesta de la humanidad, la fiesta del amor fraterno, la fiesta donde se une el cielo con la tierra.
Por tanto, hay que asistir a ella con mucha devoción y ser conscientes del gran milagro, el milagro más grande de la historia humana, que se repite en cada misa, el milagro de la transustanciación del pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Por eso, vale tanto la misa.
Veamos un caso histórico, contado por el padre Estanislao de los Sagrados Corazones.
Un día, en un pequeño pueblo de Luxemburgo, estaba un capitán de guardias forestales en animada conversación con un carnicero, cuando llegó una mujer anciana.
Ella le pidió al carnicero que le diera gratis un pedazo de carne para la comida, pues no tenía dinero para pagarle.
Solamente le prometió rezar por él en la misa adonde iba.
El carnicero le dijo: - Muy bien, usted va a misa a rezar por mí. Cuando vuelva le daré tanta carne cuanto pese la misa.
La anciana se fue a la misa y después de una hora regresó. El carnicero, al verla, le dijo: - Vamos a ver, voy a escribir en un pedazo de papel: Usted asistió a misa por mí. Le daré tanta carne cuanto pese este papel.
El carnicero puso un pedacito de carne, pero pesaba más el papel. Después, puso un hueso grandecito y lo mismo.
Colocó un pedazo grande de carne y el papel pesaba más. A estas alturas, ya no se reía el carnicero.
El capitán, que estaba presente, estaba admirado de lo que veía. El carnicero, miró su balanza a ver si estaba en buenas condiciones, pero todo estaba bien.
Entonces, colocó una pierna entera de cordero, pero el papel pesaba mucho más. Fue suficiente para el carnicero.
Allí mismo se convirtió y le prometió a la buena mujer que todos los días hasta su muerte le daría una ración diaria de carne, incluida la pierna de cordero que había puesto en la balanza.
En cuanto al capitán, también Dios tocó su corazón y a partir de ese día iba a misa todos los días.
Con su buen ejemplo y sus oraciones, dos de sus hijos llegaron a ser sacerdotes, uno de ellos jesuita y otro de los Sagrados Corazones.
El padre Estanislao terminó este relato, diciendo que él era ese religioso de los Sagrados Corazones y que su padre era el capitán que había visto con sus propios ojos que la misa pesa y vale más que todo el mundo28.
26 San Pedro Julián Eymard, Obras eucarísticas, Ed. Eucaristía, 1963, p. 246.
27 In ep 1ª ad corinthios XXXVI, 5.
28 Afonso de Santa Cruz, Há 2000 anos o Verbo se faz carne, Ed. Rosario, Curitiba, 2000; revista
mensual de Medjugorje, Año XIII, Nº 143, febrero del 2000.