11.1» La comunión
Cercanía máxima de Dios en nuestra vida
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Ya hemos dicho que la cercanía máxima de Dios en nuestra vida se da en el momento cumbre de la comunión. Es el momento de nuestra mayor identificación con Cristo.
Durante los momentos en que las especies eucarísticas están presentes en nosotros, hay entre Jesús y nosotros, una identificación plena, sobre todo, si el alma está abierta a Dios y a su santa voluntad; pues puede uno comulgar físicamente, y espiritualmente estar lejos de Jesús o, al menos, no muy cerca.
Hay muchas personas que comulgan por costumbre o porque es la fiesta de un santo o la misa de un familiar, pero no se han preparado y no dan gracias.
Es como comer sin provecho, porque no se asimila. Es como estar físicamente unidos en un autobús repleto de pasajeros, pero espiritualmente estar a kilómetros de distancia, porque cada uno piensa en sus cosas y no le interesa el vecino, a quien no conoce.
Comulgar es participar en la vida divina de Cristo, de esa vida que Él recibe del Padre y que el Espíritu Santo recibe del Padre y del Hijo.
En una palabra, comulgar es una participación real en la vida de la Trinidad por medio de la humanidad de Jesús, pues por Cristo-Hombre llegamos a la Trinidad. Él es el mediador entre Dios y los hombres.
Al comulgar con devoción, nuestro ser humano se eucaristiza, se funde con Cristo, como el hierro se une al fuego y se convierte en hierro rusiente; de modo que parecen dos cosas inseparables.
El cielo será precisamente una unión con Cristo y, por Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, para toda la eternidad.
Es por esto que, si las especies sacramentales fueran permanentes en nosotros, viviríamos, en cierta manera, un cielo adelantado, aunque no sintiéramos toda la felicidad de la unión con Cristo por vivir todavía atados a las cosas de la tierra. Esta gracia la han recibido algunos santos como san Antonio María de Claret.
Él dice: El día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del Rosario en la Granja (Segovia), a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento interiormente31.
Decía san Pedro Julián Eymard: Jesús creó el hermoso cielo de la Eucaristía. La Eucaristía es un hermoso cielo...
Porque ¿no está el cielo allí donde está Jesucristo? Por eso, cuando comulgamos recibimos el cielo, puesto que recibimos a Jesucristo, causa y principio de toda felicidad y gloria del paraíso celestial32.
Hay una bella página del libro de las Actas de los mártires, en la que se cuenta que santa Felicitas lloraba, porque había dado a luz en la cárcel a su hijo y el guardián se reía de ella, diciéndole: ¿cómo vas a ir al martirio, si no eres capaz de soportar sin llanto los dolores humanos?
Y ella respondió: Es que ahora estoy sola; pero, cuando esté en el anfiteatro, estará Cristo conmigo y no tendré miedo alguno. Eso mismo podemos decir de Jesús Eucaristía.
Nosotros tenemos miedo de todo, pero, si comulgamos y tenemos a Jesús con nosotros, entonces, podremos superar cualquier dificultad. Por eso, decía san Pablo: Todo lo puedo en Aquel (Cristo) que me fortalece (Fil 4, 13).
Veamos un hecho concreto.
En una leprosería del Extremo Oriente, había un joven enfermero que era la admiración de todos por su alegría contagiante y por su espíritu de servicio y de caridad para todos sin excepción.
Se llamaba Marcos Vang. Él había sido leproso y, una vez curado, había querido quedarse para ayudar a tantos leprosos que necesitaban ayuda.
Un día, un cierto personaje chino visitó la leprosería, acompañado de la Madre Superiora, y se fijó en la sonrisa brillante de Marcos, que estaba curando las llagas purulentas de un enfermo.
La religiosa le dice al visitante: Eso lo hace todos los días y con una cara de alegría que contagia a todos.
Entonces, el personaje chino le pregunta con curiosidad:
- Muchacho, ¿por qué estás siempre alegre en medio de tanto sufrimiento y de tantos leprosos, que tienen la carne medio podrida? - Jesús es mi fuerza.
Yo comulgo todos los días.
Y, mientras se retiraba del jardín, la religiosa le iba explicando al visitante qué era eso de comulgar y quién era Jesús, el amigo que nunca falla y nos da la fuerza necesaria para seguir viviendo, aun en medio de las mayores dificultades de la vida33.
31 Autobiografía, o.c., p. 339.
32 San Pedro Julián Eymard, o.c., p. 198.
33 Tomado del libro Éstos dan con alegría del padre José Julio Martínez, Ed. Edapor, Madrid, 1983, pp.
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