23» La Eucaristía y los convertidos
d) Hermann Cohen (1820-1871)
Autor: P. Angel Peña O.A.R
HERMANN COHEN (1820-1871) fue un judío, convertido por la Eucaristía.
Estaba en la ciudad alemana de Ems para dar un concierto, pues era un ilustre pianista, cuando el domingo 8 de agosto de 1847, fue a misa.
Allí, poco a poco, los cánticos, las oraciones, la presencia invisible, pero sentida por mí, de un poder sobrehumano empezaron a agitarme, a turbarme, a hacerme temblar.
En una palabra, la gracia divina se complacía en derramarse sobre mí con toda su fuerza.
En el acto de la elevación, a través de mis párpados, sentí de pronto brotar un diluvio de lágrimas que no cesaban de correr...
¡Oh momento por siempre jamás memorable para la salud de mi alma! Te tengo presente en mi mente con todas las sensaciones celestiales que me trajiste de lo alto...
Invoco con ardor al Dios todopoderoso y misericordiosísimo a fin de que el dulce recuerdo de tu belleza quede eternamente grabado en mi corazón con los estigmas imborrables de una fe a toda prueba y de un agradecimiento a la medida del inmenso favor de que se ha dignado colmarme...
Al salir de la iglesia de Ems, era ya cristiano.
Sí, tan cristiano como es posible serlo, cuando no se ha recibido aún el santo bautismo111.
Se bautizó el 28 de agosto de ese mismo año y se dedicó a convertir a otros judíos a la fe católica, consiguiendo varias conversiones.
Al poco tiempo, quiso entregar su vida entera al servicio de Dios y entró al Seminario de los Padres carmelitas descalzos, donde recibió el nombre de Agustín María del Santísimo Sacramento.
Fundó la adoración nocturna en 1848. Era tanto su amor a Jesús-hostia, como Él le llamaba a Jesús, que hizo voto de hablar en todos sus sermones de la Eucaristía.
El día de su primera misa, dice:
¡Me sentí tan feliz de tocar a Jesús y tenerlo entre mis manos! Ese día recibí una impresión tan fuerte que, desde entonces, siempre he estado enfermo (de amor).
¡Amo a Jesús, amo a la Eucaristía! ¡Oídlo ecos; repetidlo a coro, montañas y valles!
Decidlo otra vez conmigo: ¡Amo a la Eucaristía! Jesús hoy es Jesús conmigo, Jesús Eucaristía.
Al misterio de la Eucaristía debo la felicidad de haber sido convertido a la verdadera fe y de haber podido conducir a otros.
Oh Jesús, oh Eucaristía, que en el desierto de esta vida me revelaste la luz, la belleza y grandeza que posees.
Cambiaste eternamente mi ser, supiste vencer en un instante a todos mis enemigos… Luego, atrayéndome con irresistible encanto, has despertado, en mi alma un hambre devoradora por el pan de vida y en mi corazón has encendido una sed abrasadora por tu sangre divina112.
Él mismo nos habla del efecto maravilloso de la Eucaristía sobre los condenados a muerte.
Estando en Londres en 1864, asistió a cuatro marineros católicos, condenados a muerte por asesinato y actos de piratería.
Dice:
Durante los quince días, que iban de la sentencia a la ejecución, la fe convirtió a aquellos lobos en corderos; que se resignaban a ofrecer a Dios el sacrificio de su vida.
El mismo día de la ejecución, antes del alba, tres sacerdotes, atravesaban la incontable muchedumbre, que durante toda la noche había estado esperando en las calles vecinas a la cárcel para disfrutar del más atroz de los espectáculos…
Se estimaba en 30.000 el número de los curiosos. Hallamos a los desgraciados reos, hincados de rodillas ante el crucifijo.
Habían pasado la noche en oración. Cuando recibieron el santo viático, los terrores de la muerte y las horribles angustias del suplicio ignominioso, que les esperaba, desaparecieron ante el esplendor de la vida divina, que Jesús acababa de darles en el abrazo de la Eucaristía.
Jamás, en los trece años que llevo de sacerdote, he experimentado de modo tan sorprendente la eficacia del poder de la Eucaristía y del sacerdocio.
Durante estas dos largas horas de agonía, sus almas se alzaban constantemente por las regiones en las que ya no hay ni luto ni lágrimas y, mientras los gritos siniestros de la muchedumbre, impaciente de cebarse en el espectáculo del suplicio de los jóvenes reos, se dejaban oír por entre los muros de la prisión y me causaban terror, ellos no nos hablaban más que de la paz que experimentaban, de la felicidad que habían tenido de ser perdonados por Dios, de la brevedad de la expiación, y de la esperanza de ver pronto a Dios para siempre.
Los exhorté a tener confianza en la Santísima Virgen María…
Cada uno tenía el rosario, la cruz y el escapulario colgado al cuello…
Los otros dos sacerdotes se hallaban a mi lado sobre el cadalso y los exhortábamos a que hicieran actos de fe, esperanza y caridad.
Les dábamos a besar el crucifijo y los exhortábamos a que invocasen en alta voz el nombre de Jesús y de María…
El diario “The Times”, al dar cuenta de la ejecución, observó que, cuando fueron inspeccionados por la tarde los cadáveres de los ahorcados, sorprendió ver que las facciones, contra el efecto ordinario del suplicio, no se habían alterado nada.
Se encontró que su fisonomía se había conservado tranquila, como si reposaran en apacible sueño (as in a gentle sleep)… La Eucaristía los había como embalsamado.
El divino sacramento, al mismo tiempo que les conservaba las almas para la vida eterna, les había preservado la cara, espejo del alma, de la desfiguración113.
111 Sylvain Charles, Hermann Cohen, Ed. Gratisdate, Pamplona, 1998, p. 24.
112 ib. p. 117.
113 Sylvain Charles, Hermann Cohen, o.c., pp. 90-93.