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Parte 4
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Otros testimonios.
En el año 1957, nosotras recorríamos la ciudad para recoger las suscripciones con que nos ayudaban algunos bienhechores. Un día, me mandaron con otra hermana. Yo tenía 22 años y ella 24.
Nos encomendamos a la Virgen y al ángel de la guarda. Llegamos al metro y no sabíamos qué tren coger.
Llegó uno con dirección a Tarrasa, pero no lo quisimos tomar. Vino otro con dirección a Sabadell y tampoco lo cogimos.
Llegó un tercer tren y, ante nuestra sorpresa, salió del último vagón un hombre que se acercó a nosotras y nos dice:
“Hermanas, van a Padua, tomen el tren que va al Tibidabo”. Y se volvió a subir a su mismo tren. Nosotras nos miramos y pensamos si sería nuestro ángel de la guarda. Nos sentimos muy felices y, al volver a la Comunidad, se lo contamos a todas como un hecho sobrenatural.
Otro caso.
El año 1965 acompañaba a otra hermana joven a la casa de una tía. Su casa estaba en el barrio chino, lleno de prostitutas. Al querer entrar, vimos en la esquina un niño, que nos dice: “Hermanas, no vayan por esta calle. Yo les acompaño”.
Nos hablaba de modo que daba gusto oírle y nos acompañó hasta la casa de la tía, que nos estaba esperando en el balcón. Al vernos dio un grito, diciendo:
- Pero ¿por qué calle vienen? Nos recibió muy bien y le hablamos del niño. Y nos dijo: - Por aquí no hay niños.
Será el ángel de la guarda. Otras veces, he palpado la ayuda de mi ángel a quien siempre me encomiendo. Cuatro veces, al ir a atender enfermos por la noche, me han quitado el bolso con los libros, labores y lo que llevaba.
Las cuatro veces encontré el bolso o cartera de mano; me lo traían a casa. Mi ángel está siempre atento a todas mis necesidades y yo lo quiero mucho.
Veamos más testimonios:
- Una vez, después de comulgar, vi a mi ángel junto a mí, rostro en tierra, adorando a Jesús. Otra vez, lo vi de rodillas junto a mí, muy inclinado en actitud de adoración.
En otra ocasión, se puso a un lado y yo le dije que quería que me ayudase a dar gracias a Jesús.
Él me dijo: “Yo no soy el esposo, sino el amigo del esposo”.
Él siempre me ayuda para poder recibir dignamente a Jesús en la comunión y me acompaña con su adoración.
- En nuestro convento hay una celda que se llama la “celda de los ángeles”. Según se lee en la historia del convento y las monjas lo han transmitido unas a otras, había cerca de nosotras otro convento de frailes carmelitas.
Cierta noche, un fraile vio, desde su convento, que por la ventana de la citada celda entraban y salían muchos ángeles.
Al día siguiente, se lo comunicó a las religiosas y resultó que esa misma noche, en esa misma celda, había muerto una santa religiosa. Desde entonces, a esa celda se le llama “celda de los ángeles”.
- Tendría yo unos 12 años, una noche, nada más acostarme, apagué la luz como de costumbre, quedando la habitación totalmente a oscuras.
De pronto, vi un resplandor mayor que la claridad del día, pues era muy distinto de la luz del sol.
Este resplandor apareció donde yo sabía que era la pared. Con algo de miedo me quedé mirando, pero era algo extraño, pues en ese resplandor aparecía una figura humana que, a primera vista, me pareció la de un niño muy hermoso y pensé que era un ángel.
Después, desapareció... Hasta el día de hoy, nunca me olvido tal y como lo vi.
¿Sería mi ángel bueno? Era tan sumamente bello como nunca he visto nada en mi vida.
¡Lo pude mirar tan poco! Ahora quisiera verlo y no lo veo.
Un amigo me escribió su testimonio:
Estaba sentado una noche en la mesa del comedor, repasando las materias estudiadas en el colegio, cuando, de pronto, pude observar una figura en forma de hombre, de pie, detrás de mi hombro derecho.
No se dejaba ver por completo. Yo trataba de voltear hacia atrás para sorprenderlo, pero él era siempre más rápido que yo.
Era mi ángel de la guarda. Desde esa noche, empecé a sentir una profunda paz que jamás antes había experimentado y todas las noches él me acompañaba y siempre estaba de pie, observando todo lo que yo hacía.
Las veces que yo trataba de verlo de frente se escondía, pero siempre podía observar su linda sonrisa con la que me saludaba. Sonrisa de paz, de amor, de tranquilidad y quietud. Él estuvo conmigo de esa forma por mucho tiempo.
Un día, se dejó ver de frente, cara a cara, muy rápidamente y pude observar toda su esplendorosa belleza y, sin decir nada, nos dijimos buenas noches y, sin pronunciar palabra, se retiró.
Creo que esa fue la última vez que lo vi.
Por supuesto que no se ha ido del todo, pues sigo sintiendo su presencia en mis momentos especiales y le pido a él por mis hijas para que las proteja y las guíe como lo hizo conmigo.
Y a ellas les inculco que lo llamen todos los días y que ellas hagan lo mismo con sus hijos.
No sé por qué no se deja ver más. Quizás se escondió desde el momento en que perdí mi inocencia.
Pero entonces no fue él quien se escondió, sino que fui yo quien lo dejó de ver a él.