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Parte 5
Autor: P. Angel Peña O.A.R
- Una pareja de esposos italianos iba de viaje a Santa Severa con su perro.
En el trayecto, el coche se averió. La esposa oró al padre Pío para que le enviara su ángel a ayudarlos.
A los diez minutos, vieron acercarse un coche del que salió un joven vestido normalmente, que dijo que quería ayudarles. Vio el motor y dijo que el radiador estaba sin agua, porque estaba agujereado.
Le dijo al esposo:
- Tome el bidón y vaya por agua. Aquí cerca hay una casa, donde hay una fuente.
El esposo se alejó para recoger el agua, mientras el joven tapó el hueco del radiador. Es de notar que el perro, que solía ladrar ante la vista de cualquier extraño, estuvo todo el tiempo totalmente tranquilo.
Al llegar el esposo con el agua, llenaron el radiador y el joven les dijo:
- Ahora pueden ir a su casa, pero mañana hagan reparar el radiador. El joven subió a su coche y, al poco tiempo, desapareció sin dejar rastro, a pesar de que iba delante de ellos. Entonces, recordaron también que su coche no tenía matrícula.
La próxima vez que pasaron por aquel lugar de la avería, fueron a visitar la casa, donde había recogido el agua de la fuente y nunca la pudieron encontrar.
El mismo padre Pío les confirmó de palabra que había sido un ángel enviado por él41.
Una religiosa, que ya ha llegado al matrimonio espiritual, me decía:
Yo veo a mi ángel con una mirada interior, lo siento a mi lado derecho y le dejo sitio. Es una mirada intelectual, muy fuerte y clara, que veo en mi interior. ¡Es bellísimo!
Me tiende sus brazos y me cubre con sus alas. Lo contemplo con cariño y admiración. Él me cuida como a la esposa de Jesús. ¡Qué tierno y delicado es! Cada mañana, al levantarme, me uno a él y a todos los ángeles y les pido su ayuda.
Hay ocasiones en que siento su presencia de un modo fascinante, extraordinario. Se me presenta como en adoración y me invita a unirme a él para adorar a los TRES en silencio.
Cada día él se encarga de enseñarme a hacer el bien a mi alrededor, aunque sólo sea con una sonrisa. Estoy segura de que el ángel me lleva de la mano y me avisa de lo que debo evitar y me dice lo que debo hacer para amar más a Jesús y a los demás.
La Madre Stefania, carmelita descalza del monasterio de Locarno Monti, en Suiza, cuenta que una religiosa de su convento estaba muy grave, en coma.
Después de una semana de estar así, de pronto, se despertó y dijo: Hay muchos ángeles, son jóvenes y sonríen. Después, cayó de nuevo en coma y, al cabo de una semana, se despertó diciendo:
La Virgen viene a llevarme a Casa. Y así fue, pues levantando los ojos a lo alto con una sonrisa celestial, expiró42.
El siervo de Dios Monseñor Aurelio Bacciarini, el santo obispo de Ticino, que antes de ser obispo estuvo muchos años junto al beato Guanella y le sucedió como superior general de su Obra, tenía mucha devoción a los ángeles.
Decía: Cuando entro a una iglesia, saludo a Jesús sacramentado y después a los ángeles que le adoran.
Cuando voy por la calle, saludo a los ángeles de las personas que encuentro. Cuando paso por una provincia, saludo a su ángel custodio… y digo muchas veces:
“Ángeles y arcángeles de Dios, interceded por nosotros43.
En un lugar de Suiza se celebraba la feria anual. El pueblo se llamaba san Martino, en Mendrisio, cantón de Ticino.
Un niño de cinco años acudió con su padre. En una de las tiendas vio una estampa del ángel de la guarda y el niño le pidió a su papá que se la comprara.
La puso bajo su almohada y así su ángel velaba sus sueños cada día.
A los once años, fue al Seminario y su estampa del ángel siempre le acompañaba.
Por fin, llegó a ser sacerdote y, en las diferentes parroquias en que ejerció su ministerio, siempre llevaba con devoción su estampita.
Cuando ya era anciano, un día se le cayó al suelo la estampa con su marco de
vidrio; el vidrio se rompió y la estampa, ya arrugada también se maltrató.
El buen
sacerdote lloró de emoción ante aquella estampa que le había acompañado durante
tantos años; la recompuso como pudo y siguió con ella hasta la muerte.
Aquella estampa era para él la presencia viva de su ángel, que siempre lo acompañaba44.
41 Parente Alessio, Mandami il tuo angelo custode, Ed. Pío de Pietrelcina, San Giovanni Rotondo,
1999, pp. 197-200.
42 Maria Stefania della corte celeste, In comunione con gli angeli, nostri fratelli e amici, Ed. Ancilla,
2003, p. 156.
43 Emilio Cattori, Il vescovo Aurelio Bacciarini, tip. La buona stampa, Lugano, 1945, pp. 916-917.
44 Maria Stefania, o.c., p. 247.