10. La Masonería y sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad
Autor: Cardenal José María Caro Rodríguez (1924) Fuente: Catholic.net
1. 95. La Masonería y sus ideales. Palabras mágicas. La Libertad.
Como al hablar de los fines de la Masonería, ella hace alarde de batallar
por los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad. Veamos qué hay en eso de
sinceridad y de verdad.
Ya sabemos que para la Masonería la libertad es la independencia absoluta
de toda autoridad, sea la de Dios, sea la del Rey, sea la de la Iglesia, o del padre,
del esposo, &c. ‘Vos seréis libre; dice a sus adeptos, si sois soberano, si sois
sacerdote, rey y dios, si sois el adorador como el adorador del templo.’ Es la
antigua promesa de la serpiente a nuestros padres (Bénoit, F. M. I, 10.)
Semejante libertad en la revuelta, la rebelión contra toda autoridad. Si
alguno creyere que hay en esto exageración, no tiene más que leer las
declaraciones de autoridades masónicas ya citadas. Hay que darse cuenta
también del simbolismo masónico y de los discursos rituales, para comprender
toda la profundidad de la libertad masónica. Esos datos pueden verse en Bénoit
(La F. M. I, 7.)
Cualquiera podría creer, después de leer estas declaraciones de la
Masonería y de saber el continuo alarde que hace de esas palabras, libertad,
liberalismo, que esa institución deja mucha libertad a sus adeptos. La verdad es
todo lo contrario. Es cierto que en el sentido de libertinaje y de la licencia de
costumbres hay muchos que han aprendido y practican la libertad masónica,
viviendo sin Dios ni ley, como tantos otros que no son masones. La diferencia
está en que unos lo hacen por principios y por flaqueza.
Pero no hay tiranía igual
a la tiranía masónica. Yo mismo he oído decir a masones que sufre la presión
que se les hace en las logias, aún contra sus conveniencias comerciales; he oído
de otros que quieren recobrar su libertad, retirándose de las logias; he llegado a
saber que cuando un hermano se ha tomado la libertad de ir a la iglesia por
satisfacer quizás su curiosidad, luego tuvo la visita de otro hermano, para
tomarle cuenta de lo que había hecho.
Estoy viendo que iniciarse un hermano y
perder su libertad religiosa es la misma cosa; porque no puedo suponer que
personas serias que vienen a misa el domingo pierdan inmediatamente su fe
desde la iniciación cuando todavía no se han dado cuenta de la apostasía que
aquella ceremonia significa.
96.- No existe libertad en la Masonería.
En cuanto a los políticos, por lo que se ha dicho poco antes poco antes, se
puede ver que son todavía menos libres que los demás ciudadanos. Basta
recordar las decisiones del Gran Oriente de Bélgica y la conclusión a que llega,
que ‘es menester ser severo e inexorable contra los que, rebeldes a las
advertencias, llevan la felonía hasta apoyar en la vida política actos que la
Masonería combate con todas sus fuerzas, como contrarios a sus principios,
sobre los cuales no puede ser permitido el transigir’ (Copin, P. O. 132-133.)
Ahí tenéis, pues, al hermano masón, que no tiene aquella libertad de que
goza el último de los ciudadanos; que ha renegado de la infalibilidad de la
Iglesia para reconocer una infalibilidad que no sabe dónde está ni de dónde
viene.
Mientras el profano obedece a autoridades legítimas, visibles, y a leyes
que conoce, al Hermano está expuesto a ser manejado como el niño pequeñuelo,
según el capricho de esa dirección oculta que, como se ha visto, en Francia lo
pasó jugando a la política, haciendo adorar y derrocar sucesivamente a los jefes
de la nación. Por algo se le obliga a hacer en las logias ejercicios infantiles.
Por algo también hace sus juramentos, en los cuales renuncia a su
voluntad mucho más aún de lo que lo hace un religioso. ‘Juro obedecer sin
restricción, tanto la Const.•. masónica, como los Reglamentos Generales de la
Ord.•. etcétera’, dice en Chile el masón. El Minerval de los Iluminados decía:
‘Prometo un silencio eterno, una fidelidad y obediencia inviolables a todos los
superiores y estatutos de la Orden. En lo que es objeto de esta misma Orden,
renuncio plenamente a mi propio modo de ver y a mi propio juicio’ (Bénoit, F.
M. I, 589.)
1. 97. Falsas promesas de libertad.
Por otra parte, desde que la Masonería puede imponer la ley, se pueden
dar por perdidas aún aquellas libertades que son más naturales e inviolables,
como es la libertad de conciencia, la de educar a los hijos, la de vivir cada cual
conforme a sus inclinaciones, con tal de no perjudicar a terceros, &c.
En Méjico,
por ejemplo, está prohibido el traje eclesiástico, desde hace muchos años. Allí,
como en Francia y en otras partes, está prohibida la enseñanza religiosa en las
escuelas públicas.
En Estados Unidos, la Masonería está empeñada en suprimir
la enseñanza privada, para obligar a todos los niños a ir a la escuela laica.
En
varios países, la Masonería ha desconocido las congregaciones religiosas, al
mismo tiempo que amparaba toda clase de asociaciones inmorales o
subversivas; las que ha expulsado y perseguido como no se persigue en ninguna
parte a los anarquistas o subversivos.
La libertad que predica la Masonería es, pues, otra gran mixtificación con
que engaña a los propios adeptos y prepara la tiranía para con los extraños y las
sociedades en general. La Masonería sabe realizar las instrucciones ya citadas de
Weishaupt: ‘Que la fuerza suceda al imperio invisible: ligad las manos a todos
los que resisten, subyugad’, &c.
Los que saben entre nosotros el poderío que la Masonería ejerce en el
ramo de la enseñanza y la tendencia a suprimir en ella toda libertad y lo mucho
que ya se ha hecho en ese sentido, tendrán en casa una prueba de la libertad
masónica.
1. 98. La igualdad masónica.
Cualquiera, al oír repetir con tanto entusiasmo esa palabra como las otras
dos, creería que la igualdad se practica con mucha perfección dentro de la
Masonería y para con los profanos. Precisamente, sucede todo lo contrario. Al
hermano iniciado, desde su misma iniciación, se le hace creer que en la
Masonería todos son iguales, salvo la distinción de cargos o dignidades, y sin
embargo, no hay asociación alguna en que haya más desigualdad.
Los masones
compañeros, maestros o de altos grados, llaman ‘hermano’ al aprendiz. ‘Pero es
un hermanito de tres años solamente, que no está iniciado sino en la sociedad de
los niños masones, y esta sociedad aún formando cuerpo con las sociedades
masónicas de los altos grados, no solamente está debajo de todas, sino que, cosa
mucho más importante, está penetrada y realmente dominada por todas.
Los
aprendices, se puede decir, no pueden entrar en ninguna parte del templo
masónico, si no es en cierta parte que se les ha asignado. Asignado, decimos, no
reservado, porque ellos no pueden cerrar la puerta a los masones de los grados
superiores. Éstos van y vienen como les place en las reuniones de los
aprendices, lo mismo que los profesores pueden ir y venir en las diversas clases
de los liceos, donde hacen cursos.’ Son palabras de un ex-masón (Copin, P. O.
210.)
Lo mismo les va pasando a los de los demás grados respecto de los grados
superiores: no saben sus secretos, no pueden asistir a sus reuniones, y son
constantemente espiados o vigilados, sin que ellos se den cuenta siquiera; lo que
les hace ser de peor condición que los niños de la escuela, que al menos saben
quién los vigila.
La Iglesia Católica, acusada por la Masonería de mantener la desigualdad
entre los hombres, enseña que ante Dios todos los hombres son iguales, y de
hecho todos los católicos tenemos la misma doctrina, no hay doctrina oculta
para nadie; todos podemos llegar a la misma mesa eucarística, es decir, todos
podemos tomar parte en el acto más elevado del culto que profesamos.
En la
Masonería los masones de los grados inferiores no son más que el juguete de los
grados superiores, especialmente de los ocultísimos, en donde se admirarán de la
estupidez humana que se deja atraer con el cebo de un secreto que jamás se
revela.
1. 99. La fraternidad masónica.
Éste es el otro lema con que la Masonería difunde en rededor suyo una
atmósfera de simpatía, especialmente entre aquéllos que necesitan ser alentados
en la vida. Esa fraternidad tiene, como se ha dicho, un doble sentido: el de borrar
toda diferencia de familia, patria, religión, derechos, &c., y el de mutua
protección entre los masones.
No niego que esta fraternidad se ejercite entre hermanos y que sea un
derecho legítimo, el de buscar en la asociación esa ayuda mutua; pero con tal
que sea dentro de ciertos límites, con tal que no sea contra los derechos que por
equidad natural o justicia corresponden a un tercero, o no se causen perjuicios a
la sociedad, a la nación o a particulares.
Así, por ejemplo, ¿quién negará que las
preferencias por los hermanos en el ejército francés causaron gravísimo daño a
la institución y pusieron en gravísimo peligro a la nación entera, que en la última
guerra, guiada por el instinto de conservación, fue dejando a un lado a los jefes
ineptos que la Masonería había encumbrado y llamando a los jefes católicos que
ella había dejado en la sombra, y gracias a eso se salvó?
¿Quién negará que las
preferencias para con los hermanos en la provisión de los empleos públicos ha
dado en todas partes ocasión a grandes desfalcos al fisco y a grandes injusticias
para con los particulares? Sería interesante leer la historia de la cuestión de los
tabacos en que se vio envuelto el Ven. Crispi y el delegado Supremo Gran
Comendador Adriano Lemmi, Gran Maestro de la Masonería Italiana, en 1890.
Los masones eran 300 en la Cámara; el total de los diputados 504. El diputado
Imbriani pidió que se abriese una investigación. Los diputados masones se
vieron en la alternativa de ser o buenos masones o buenos diputados, y para ser
buenos masones y ayudar al hermano en sus apuros, negaron la investigación y
salvaron al hermano Crispi y al Hno. Y Gran Maestro Lemmi. Margiotta
suministra los datos sobre este asunto (Margiotta, A. L., 188 y sigs..)
1. 100. Nuestra Cámara y la Masonería.
En el debate que hubo en nuestra Cámara sobre la Masonería y el Ejército,
se leyeron datos interesantísimos sobre la escandalosa cuestión de las fichas en
el ejército francés, sistema que usó la Masonería para hacer ascender a los suyos
y concederles todas las gollerías posibles y para postergar a los que no eran
suyos y negarles todos los favores posibles. Es digna de leerse la interpelación
que se hizo en la Cámara con este motivo.
Especialmente cuando se trató del
castigo impuesto al coronel Quinemont, ‘que como jefe de regimiento poseía los
más bellos estados de servicio del ejército; que había sido hecho subteniente en
el campo de batalla de Morsbronn… y que no había cesado de ser soldado
irreprochanle.’
¿Por qué fue puesto en reserva? Porque había castigado con toda
justicia a un oficial prevaricador. Pero el oficial era hermano y la Masonería lo
vengó: ‘Entre un prevaricador de oficina y un soldado heroico, terminaba el
interpelante, dirigiéndose al Ministro, no habéis dudado: Habéis herido al
soldado heroico y, habéis protegido al ladrón.’ (La Masonería ante el Congreso,
p. 73-89.)
Ese asunto de las fichas que usó en Francia la Masonería para hacer su
trabajo en el ejército, es uno de los más repugnantes y bajos que, sobre todo para
un militar, puede haber. ¡Quiera Dios que esa horrible gangrena no esté minando
también a nuestro glorioso ejército!
A esos extremos suele conducir la fraternidad interna de la Masonería,
para con los suyos, y ésas son también muestras de la fraternidad que ejercita
para con los profanos, muestras que, por desgracia y para vergüenza nuestra,
comienzan a verse estampadas en la gran prensa del país y a vislumbrarse
alrededor nuestro14[4]
1. 101. Odios masónicos.
Agregaré también que no he visto odios más encarnizados que los que
nacen en las logias contra los infelices que caen en desgracia. Recuerdo
principalmente dos casos que han tenido lugar en Iquique, durante el tiempo que
he vivido aquí.
Quizás a eso se refiere lo que contó no ha mucho un señor
Pallavicini a ‘La Unión’ de Valparaíso, del señor Llanos, el español que dio
honrosa sepultura a los restos de Prat, que se suicidó en Iquique, en tiempo de la
guerra con el Perú, y la razón que da del suicidio es que ‘se creyó lo más lógico
aquí’ que lo hizo por orden de la Masonería.
1. 102. Las mejores muestras de la libertad, igualdad y fraternidad
masónicas.
Ya se ha visto que la Masonería fue dueña en Francia durante la
revolución Francesa, como lo ha sido últimamente, antes de la guerra, según
confesión de los mismos masones. Han tenido, pues, la ocasión de manifestar al
mundo la realización de aquellos sublimes ideales proclamados por el
Cristianismo.
Ved lo que han hecho: ‘En nombre de esa fórmula se ha visto
establecer, por decirlo así, de una manera legal, el saqueo, el incendio,, la
proscripción, el despojo y el asesinato. Tres años después de su proclamación,
nada más que tres años, el ideal de fraternidad revolucionaria terminaba con la
innobles matanzas en las prisiones. ¡Sí! Tres años habían bastado para que se
produjese esa atroz desfiguración!
‘Y un año más tarde era el Terror y los millares de cadáveres con que se
ensangrentaba a Francia. En cuatro años la destrucción del verdadero espíritu
cristiano y su reemplazo por la contrahechura de que hablamos, tenían, como
consecuencia del establecimiento de la más espantosa tiranía de que la historia
haya hecho mención jamás.’
A fin de explicar cómo la fraternidad revolucionaria pudo morder tan
ferozmente la carne humana, se han buscado razones; pero no se han encontrado
sino sinrazones.
Se ha dicho que los principios se encontraron falseados por los
obstáculos que les fueron opuestos. (El Cristianismo los encontró también y no
por eso se convirtió en el destructor de la humanidad: el Cristianismo moría, no
mataba.)
‘Sin duda se encontraron obstáculos. Los hay siempre, cualquier cosa que
se haga; pero es lo que reprochamos precisamente a los principios
revolucionarios: el haberse dejado falsear tan fácilmente. Han sido falseados en
1789; falseados en 1871; falseados ahora; falseados siempre…’ (Copin, C. C. J.,
243-244.)
1. 103. Odio a la Iglesia.
En los tiempos del Terror, el sacerdote, para poder celebrar una misa, tenía
que ocultarse en los bosques y esperar las sombras y el silencio de la noche. Tal
era la libertad. Y si era sorprendido, era fusilado o guillotinado por la
fraternidad imperante.
Cuando volvió la Masonería a adueñarse del poder, a
principios de este siglo, puso de nuevo en práctica sus ideales al revés: los
ciudadanos franceses fueron expulsados del país por el delito de cargar sotana en
una congregación religiosa.
¡Santa libertad! A ellos, que enseñaban la doctrina
cristiana, se les prohibió enseñar, mientras que hasta los anarquistas podían
predicar sus doctrinas disolventes con toda tranquilidad. ¡Santa fraternidad e
igualdad! Sólo los religiosos no podían tener una casa en Francia.
1. 104. Deseo masónico entre nosotros.
Lo que se ha hecho en Francia, en Méjico y en Portugal, bajo el imperio
de la Masonería, eso mismo se anhela hacer aquí. Ya están hechas las listas de
las propiedades de la Iglesia. Después de la venida del Masón de alto grado M.
Martinenche, que vino a despertar las logias chilenas de la inercia en que
parecían vivir, se oyen con frecuencia los deseos de que se expulse a los
sacerdotes extranjeros de este país, a donde llegan con toda facilidad los
extranjeros de todo el mundo, aun los que vienen a predicar ideas subversivas.
De la libertad e igualdad en la enseñanza y en la distribución de los puestos
públicos, no hay que hablar: todo el país sabe lo que pasa.
La libertad, la igualdad y la fraternidad masónicas son, pues, una
mixtificación más, un engaño más, cruelísimo a veces, con la Masonería engaña
al mundo profano, como engaña a sus propios adeptos.
14[4] ‘Aun la sospecha universalmente extendida de que la justicia en algunas veces
estorbada y los criminales masones librados del debido castigo, no puede creerse sin
fundamento. Dicha práctica de mutua ayuda es tan reprensible que aun autores masones
(e.g. Krause Macbach) la condenan severamente (CATH. ENCYCL.)