LIBRO PRIMERO
Encontrar a María
Capítulo I» Cómo saludar a la gloriosa Virgen
1) Aunque yo no tenga mérito alguno y, al contrario, sea consciente de mis muy
numerosos pecados, tengo sin embargo grandísima confianza en tu pasión, Señor
Jesús, y en los méritos de la gloriosa santa Virgen María, Madre tuya. A
propósito de ella quisiera detenerme un poco, rogando llegar a ser digno, ya que
no puedo atreverme a acercarme a su persona sin haber obtenido antes su
permiso. Bien sé que mi indignidad no debería presentarse ante la excelsa dignidad
de aquella a quien los mismos ángeles veneran con admiración, exclamando:
"¿Quién es ésta que se eleva sobre el desierto del mundo y rebosa de las
delicias del paraíso?".
2) Por eso, dulcísima María, es inconveniente que yo, polvo y ceniza, mejor dicho
más vil que el polvo por ser pecador y muy propenso a toda perversidad, me
atreva a detenerme para considerar tu belleza y tu magnificencia. Tú, en cambio,
encumbrada sobre el cielo, tienes el mundo bajo los pies y eres digna de
honor y reverencia por el honor de tu Hijo. Tu inefable bondad, que sobrepasa
toda imaginación, con frecuencia me fascina y atrae mi afecto, porque eres el
consuelo de los afligidos y estás siempre dispuesta a socorrer a los miserables
pecadores.
3) Estoy necesitado de gran consuelo, sobre todo de la gracia de tu Hijo, pues
no me encuentro en absoluto en condiciones de ayudarme a mí mismo. Pero tú,
Madre misericordiosísima, si te dignaras considerar mi pequeñez, de muchas
maneras podrías socorrerme y confortarme con abundantes consuelos. Por eso,
apenas me sienta oprimido por las dificultades o por las tentaciones, inmediatamente
recurriré a ti, puesto que donde sobreabunda la gracia es más solícita
la misericordia.
4) Luego, si quiero realizar el intento de comprender tu gloria excelsa y saludarte
dignamente desde lo íntimo del corazón, debo proceder con espíritu mucho
más puro, porque los que pretenden acercarse sin respeto a tu puerta, no
obtienen gloria sino justa vergüenza. Por lo tanto, quien se aproxima a ti debe
comportarse con grandísima reverencia y humildad y, sin embargo, con gran
esperanza de ser admitido en virtud de tu misericordiosa clemencia.
5) Por consiguiente, voy hacia ti con humildad y, reverencia, con devoción y
confianza, llevando en los labios el saludo de Gabriel, que te dirijo suplicante:
saludo que repito con alegría, con la cabeza inclinada por respeto y los brazos
abiertos con gran devoción, rogando que sea repetido en mi lugar cien, mil y
más veces todavía por todos los espíritus celestiales. No sé realmente qué
pueda haber más dulce y más digno para ofrecerte.
6) Y ahora escucha también al devoto enamorado de tu nombre: "El cielo se
regocija y la tierra se asombra, cuando digo: Ave María. Satanás huye, el infierno
tiembla, cuando digo: Ave María. El mundo se vuelve despreciable, la
carne repugnante, cuando digo: Ave María. Desaparece la tristeza y vuelve la
alegría, cuando digo: Salve María. Se disipa la tibieza y el corazón se inflama
de amor, cuando digo: Salve María. Aumenta la devoción, nace la compunción, se
acrecienta la esperanza, se intensifica el consuelo, cuando digo: Salve María. El
ánimo se renueva y se refuerza el empeño en el bien, cuando digo: Ave María".
7) Es tan grande la dulzura de este bendito saludo, que no admite explicación
con palabras humanas. Resulta en efecto siempre más elevado y profundo de lo
que pueda comprender toda criatura. Por eso doblo una vez más las rodillas delante
de ti, Santísima Virgen María, y digo: "Ave María llena de gracia". Clementísima
Señora mía, Santa María, acepta este tan devoto saludo y, con él,
acéptame también a mí, para que pueda yo tener algo que sea de tu agrado, que
fortalezca mi confianza en ti, que encienda en mí un amor cada vez más grande
y me conserve por siempre devoto a tu santo nombre.
8) Quiera el cielo que, para satisfacer mi deseo de honrarte y de saludarte
eternamente desde lo profundo del corazón, todos mis miembros se transformen
en lenguas y las lenguas en voces de fuego. Madre de Dios, quisiera poder
dirigirte este saludo como pura y santa ofrenda de oración, en expiación de
todas mis culpas, por las cuales he merecido la ira divina, he entristecido gravemente a tu Hijo, he deshonrado y ofendido muy a menudo a ti y a toda la corte
celestial.
9) Dado que mi vida es frágil y caduca a causa de todos mis excesos, de todas
mis negligencias, de todos los pensamientos vanos, inmundos y perversos, quiera
el cielo que todos los espíritus bienaventurados y las almas de los justos, con
purísima devoción y muy ardiente plegaria, te dirijan, OH Beatísima Virgen María,
y repitan cien veces en tu honor el altísimo saludo con que el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo fueron los primeros en querer saludarte por medio del ángel
. De alguna manera, hallaría así un digno incienso de suave fragancia, ya que
en mí nada hay de bueno ni nada que merezca recompensa.
10) Pero ahora me postro ante ti, impulsado por sincera devoción; y totalmente
encendido en veneración hacia tu suave nombre, te repito el gozo de aquel saludo
nuevo, jamás oído hasta entonces, cuando el arcángel Gabriel, enviado por
Dios, entró en la intimidad de tu morada y, doblando reverente las rodillas, te
rindió honor al decirte: "Ave, llena de gracia, el Señor es contigo". Yo deseo, en
consonancia con la preciosa costumbre de los fieles y, en todo lo posible, con
labios puros, dirigirte este saludo, como también deseo, desde lo profundo del
corazón, que te lo dirijan del mismo modo todas las criaturas: "Ave, María, llena
de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y
bendito es, el fruto de tu vientre, Jesucristo. Amén".
11) Este es el saludo angélico, compuesto por inspiración del Espíritu Santo, del
todo adecuado a tu dignidad y a tu santidad. Es una oración pobre en palabras,
pero rica en misterios. Breve como discurso, pero profunda como contenido;
más dulce que la miel y más preciosa que el oro, digna de repetirse con mucha
frecuencia de todo corazón, devotamente y con labios puros, porque, aunque
sea el resultado de muy pocas palabras, se esparce en un vastísimo torrente de
celestial suavidad.
12) Pero ay de aquellos que se aburren, que la rezan sin devoción, que no reflexionan
sobre sus palabras más valiosas que el oro, que no saborean sus copas
de miel, que tantas veces recitan el Avemaría sin atención ni respeto. Oh dulcísima
Virgen María, presérvame de una tan grave negligencia y falta de atención,
perdona mi pasado desempeño. Seré más devoto, más fervoroso y más
atento al recitar el Avemaría, cualquiera sea el lugar en que pudiera hallarme.
13) Ahora, después de estas consideraciones, ¿qué te pediré, mi muy querida
Señora? Para mí, indigno pecador, ¿hay algo mejor, más útil, más necesario que
hallar gracia delante de ti y de tu amadísimo Hijo? Por lo tanto, pido la gracia
de Dios por tu intercesión, ya que, como afirma el ángel, tú has encontrado la
plenitud de la gracia ante Dios.
14) Nada de lo que pida es más precioso que la gracia, ni tengo necesidad de
ninguna otra cosa fuera de ella y de la misericordia de Dios. Me basta su gracia
y no necesito nada más: sin la gracia, en efecto, ¿qué resultado tendría cualquier
esfuerzo mío? En cambio, ¿qué puede ser para mí imposible, si me asiste
y me ayuda la gracia? Tengo muchos y diversos defectos espirituales, pero la
gracia de Dios es una medicina eficaz contra todas las pasiones y si él se dignara
socorrerme, las atenuará a todas.
15) Adolezco asimismo de pobreza en sabiduría y en ciencia espiritual, pero la
gracia de Dios es suprema maestra y dispensadora de la disciplina celestial. Por
consiguiente, ella me basta para instruirme en todos los asuntos necesarios, y
me disuade de buscar cualquier cosa fuera de lo imprescindible, y de querer
conocer temas más allá de lo lícito. Pero amonesta y enseña a humillarse y a
contentarse solamente con ella.
16) Por lo mismo, Oh clemente Virgen María, consígueme con tus ruegos esta
gracia, que es tan noble y preciosa: que yo no desee ni pida nada más que la
gracia por la gracia.