LIBRO CUARTO
Rogar y Cantar a María
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» Capítulo V
Oración a la Bienaventurada Virgen para la hora de la muerte
1) Amabilísima Madre de Dios, siempre Virgen María, rica más allá de todo límite de una dulzura tan conspicua, que la mente humana no puede comprender ni expresar, yo, humilde servidor tuyo, me inclino sumisamente y con todo el afecto del corazón delante de tu gloriosísimo trono, ensalzado por todos los coros angelicales en el Reino de los cielos.
2) Tú la has merecido, dignísima Madre de Dios porque fuiste hallada la más humilde entre las hijas de Jerusalén y fuiste agradable a los ojos del Señor, Virgen estimadísima, dado que no se encontró en la tierra ninguna otra semejante a ti. Por la tanto me inclino una vez más ante tus pies deseando saludarte y alabarte como es debido con labios devotos y corazón puro.
3) Madre excelsa, demasiado sé que no soy digno de alzar mis ojos impuros, a menudo manchados por la concupiscencia de la carne y por la soberbia de la vida, hacia tu limpidísimo rostro, radiante de luz divina, admirado por toda la milicia celestial. En todo, tú luces espléndida, ornada maravillosamente de cándidos velos y rosas rojas y florecillas de oro. Por eso quedo confundido por mi impureza, pensando tristemente en mi indignidad.
4) Por tu clemencia y por tu dulzura, siento aún surgir en mí la grande y fuerte esperanza de poder impetrar cuanto antes la gracia y el pleno perdón, merced a tu intervención y a tu mediación. ¿Y qué otra cosa podría desear de tu parte, misericordiosísima Madre y dulcísima Virgen, fuera de sentirme perdonado de todos los pecados con amor y misericordia?
5) En virtud de esa clemencia y generosidad, me refugio bajo tu amparo, donde los débiles adquieren fuerza y los presos obtienen libertad. Sé para mi corazón Madre buena y misericordiosa, para que pueda experimentar con felicidad que eres la consoladora de todos y el aliciente de los que te sirven.
6) Además, oh María, gloriosísima Madre de Dios, desde este momento y hasta la última hora de mi vida, te ruego que no te canses nunca de mirarme con semblante sereno y propicio y también con dulcísimo afecto, y que jamás sientas fatiga de velar por mí. Ponme bajo tu protección y extiende tus santísimos brazos sobre mí, cualquiera sea el lugar adonde yo fuere.
7) Cuando llegue para mí el último día, que yo ignoro, y la hora de mi muerte, que tanto temo pero que no puedo eludir, tú, clementísima Señora, mi gran confianza en cualquier dificultad y sobre todo en la hora de la muerte, acuérdate de mí. Y asísteme cuando termine mi vida, confortando a mi alma azorada.
8) En ese momento, protege a mi alma de los espíritus inmundos y espantosos, para que no se atrevan a acercarse; y dígnate visitarla con tu dulce presencia, junto a la multitud de los ángeles y de los santos. Antes de que yo deje este mundo, comprométete también a aplacar con tus purísimos ruegos a tu divino Hijo, al que tantas veces y tan gravemente he ofendido con mis pecados.
9) Recibe luego al alma que se aleja de este destierro, e introdúcela a través de las puertas del cielo a los dichosos lugares del paraíso. Colócame junto a ti y habla en mi favor al Hijo tuyo, Rey de los siglos, con palabras buenas y suaves, tú que recibiste aquel saludo santo y bendito de la boca de Gabriel. Por su poder dígnate protegerme en vida y en la muerte, y haz que yo pueda manifestar a menudo, con reconocimiento y con devoto corazón, tu alabanza y la gloria de tu dulce y bendito nombre.
10) Acepta, entonces, la oración que tu servidor recita ante ti, y mírame, misericordiosísima Madre de Jesús, amadísima Virgen María. Acuérdate siempre de mí, puesto que si yo alguna vez me olvido de ti, quedo por ello muy apenado. No te olvides nunca de mí, tú que has generado la misericordia para todos.
11) Ahora te saludo, oh Virgen María; te saludo de rodillas y con intensa devoción, agradeciéndote con las manos juntas. Además, para que recibas y escuches mi fervorosa oración, te saludaré una vez más con aquel devoto homenaje: "Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo, tú eres bendita entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesucristo. Amén".