LIBRO SEGUNDO
Conocer a María
5» Capítulo II
María durante la infancia de Jesús
1) Te bendigo y te agradezco, Señor Jesucristo, autor de la pureza, por tu
humilde presentación en el Templo de Dios donde, con víctimas y ofrendas, como
uno de los hijos de Adán, fuiste presentado por tus padres y fuiste rescatado
mediante cinco monedas, igual que un pobre esclavo que se compra en el
mercado. Te bendigo, Santísimo Redentor del mundo, por tu humilde obediencia
a la ley de Dios. Aunque estabas sin deuda de pecado, para darnos ejemplo de
profunda sumisión, quisiste sujetarte a las prescripciones legales.
2) Te bendigo, además, por la inmensa humildad de tu Santísima Madre y por su
espontánea sumisión a los preceptos de la ley. En efecto, aun siendo Virgen
Santa en el parto y después del parto, no rehusó someterse al rito de la purificación
. Ofrenda maravillosa y reparación gratísima, porque era libre y ajena a
cualquier culpa.
3) ¿Qué podría ofrecerte o entregarte, mi Señor, para retribuirte todo lo que
me has dado? En cambio, qué útil sería que expiase debidamente mis pecados,
manchado como estoy por tantas culpas y por tantas torpezas. Por lo cual me
dirijo a ti, benignísimo Señor Jesucristo, y te ruego que des satisfacción en mi
lugar y que laves con tu purísima oblación todos mis pecados, para que pueda
entrar en el templo limpio y purificado, a fin de alabar por siempre tu santo
nombre.
4) Tú también ruega por mí, gran Madre de Dios, gloriosa Virgen María, para
que me sean perdonados los pecados y se me conceda el tiempo para expiarlos,
y para tener el firme propósito de merecer la ayuda de la gracia divina y por lo
que me falta para agradecer a DIOS, de todos sus beneficios, súpleme tú, piadosísima
Madre, ofreciéndote a ti misma con tu amadísimo Hijo en presencia
de la gloria del Padre. Que tu integridad virginal excuse mi impureza, sea de la
mente como del corazón; que tu caridad inflame mi tibieza; que tu humildad
rebaje mi soberbia, que tu espontánea obediencia quebrante la dureza de mi
perversa voluntad.
5) Ya lo he decidido: me ofrezco a mí mismo en tus manos y en las de tu amado
Hijo, y cualquier cosa que yo pueda hacer, la realizaré siempre al servicio de
ustedes. Ofrezco un par de tórtolas: la compunción por mis pecados y por mis negligencias y asimismo el deseo de los gozos eternos.
Ofrezco también dos
pichones de paloma: el doble deseo de guardar en mi corazón la simple dupla de
no devolver a nadie mal por mal, y de vencer siempre al mal con el bien.
6) Dígnate concederme todo esto, Oh buen Jesús, que hoy fuiste presentado
en el Templo por tu humilde Madre Virgen, y fuiste tomado con alegría entre
sus brazos por el justo y timorato Simeón.