LIBRO SEGUNDO
Conocer a María
4» Capítulo I
María y el misterio de la encarnación
1) Te bendigo y te agradezco, Señor Dios mío, creador y redentor del género
humano, por la inmensa bondad que te indujo a redimir al hombre de modo aun
más maravilloso que el que ya habías desplegado al crearlo. Por cierto, mientras
éramos todavía enemigos tuyos y la muerte antigua ejercía su inicua dominación
sobre todo el género humano, te acordaste de tu infinita misericordia, y desde
el trono sublime de tu gloria dirigiste la mirada a este valle de llanto y de miseria.
2) Observaste la enorme aflicción de tu pueblo sobre la tierra y la grave
herencia de los hijos de Adán. Y, en virtud de un profundo impulso de amor,
comenzaste a tener pensamientos de paz y de redención. Así, cuando llegó la
plenitud de los tiempos, viniste a visitamos, bajando del cielo, y mediante la
encarnación apareciste entre los hombres en tu condición de verdadero Dios y
verdadero hombre, llevando a cabo las expectativas de los profetas.
3) Te bendigo y te alabo, Salvador nuestro, Jesucristo, por la inmensa humildad
con que te dignaste elegir como Madre a una doncella pobre que hiciste
desposar con un pobre carpintero: José, hombre santo y justo.
4) Te bendigo por el anuncio de la dignísima encarnación y por el reverente saludo
angélico, con que el ángel Gabriel, embargado de muy intensa devoción, se
encontró con la santísima Virgen María, para anunciarle el divino misterio del
Hijo de Dios, que iba a encarnarse en ella.
5) Te alabo y te rindo homenaje por la grandeza de la fe de la Virgen María,
por su decidido consentimiento, por su humildísima respuesta y por todas sus
virtudes, confirmadas cuando, al arcángel que traía el gozoso anuncio, respondió
con dócil sumisión: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo
que has dicho" (Lc 1,38).
6) Te alabo y te glorifico, Oh eterna Sabiduría del Padre, por haberse interesado
tu inaccesible alteza en la mísera cárcel de nuestra naturaleza mortal, y
por tu purísima concepción que tuvo lugar en María por obra del Espíritu Santo
(Lc 1,35): en su seno virginal, el inefable poder del Altísimo, al descender sobre
ella, formó de su carne inmaculada tu carne sacrosanta. Por consiguiente, tú
que eres verdadero Dios, consubstancial con el Eterno Padre, pasaste a ser una
sola carne con nosotros, pero sin contagio de pecado, para transformarnos en
un solo espíritu contigo, mediante la adopción como hijos de Dios (Gál 4,4).
7) Te alabo y te glorifico por haber querido vaciarte de tu grandeza, asumiendo
nuestra pasibilidad, la pobreza, las penas y la mortalidad abrazadas con
amor, para colmarnos con tu vaciamiento, para salvarnos con tu pasión, para
enaltecernos con tu humillación, para robustecernos con tu debilidad y para
conducirnos a la gloria de la inmortalidad con tu mortalidad.
8) Te alabo y te glorifico por esos interminables nueve meses durante los cuales
te escondiste como niño en la estrechez de un seno virginal, esperando tu
tiempo para nacer. Tú que, como Dios, no tienes tiempo ni tienes edad, pero
ordenaste todas las cosas en el tiempo con admirable armonía.
9) Oh admirable y maravillosa dignación, Dios de inmensa gloria, que no te desdeñaste
de hacerte despreciable y de asumir, para salvarnos, nuestros sufrimientos,
tú, que creaste todas las cosas sin esfuerzo. Oh dulcísimo Jesús, esplendor
de la gloria, eterna, cuanto más te has humillado en la humanidad, tanto
más me has demostrado tu bondad; cuanto más te has vuelto despreciable por
mí, tanto más te amo.
10) Te bendigo y te agradezco, Señor Jesús, Hijo unigénito del Padre, único
engendrado antes de la existencia del mundo, porque, de modo inefable y a
causa de tu grandísima humildad, te dignaste nacer en un sucio establo y ser
colocado por amor a la santa pobreza en un rústico pesebre. Te alabo, amadísimo
Jesús, por tu advenimiento coronado de luz, por tu glorioso nacimiento de la
inmaculada Virgen María, por tu pobreza y por tu humilde acomodo en un pesebre
tan pequeño y vil. ¿Quién podría imaginar al Dios Altísimo reducido a tanta
pequeñez por amor a los hombres? ¿Cuántas gracias no debe tributarte todo el
género humano, porque has elegido la estrechez de un pesebre para redimirlo?
11) ¡Qué inmensa ternura, admirable dulzura y delicadísimo amor nos invaden al
ver a Dios hecho niño, envuelto en pobres pañales y acostado en un estrecho
pesebre frente a animales! ¡Qué incomprensible humildad, que el Señor de todos
los señores se digne convertirse en servidor de servidores! Y esto, Señor y
Dios mío, te pareció todavía poco, ya que quisiste llegar a ser mi Padre, tú que
eres mi Creador. Hasta te dignaste ser mi Hermano y mi carne en la realidad
de tu naturaleza humana, aunque sin contraer en lo más mínimo la antigua corrupción.
12) Tu nacimiento es superior a las leyes de la naturaleza; pero como este debía
precisamente reparar la naturaleza, con un gran milagro supera el modo en
que nacen los hombres y conforta con divino poder nuestros dificultosos nacimientos
. Cuán feliz y amable es tu nacimiento, dulcísimo Jesús, Hijo de una
Virgen excelsa, o sea, de nuestra excelente Madre María, el cual renueva el
nacimiento de todos, mejora su condición, disipa sus prejuicios y desgarra el
decreto condenatorio de la naturaleza. Y, de esta manera, el que se avergüenza
de formar parte de la estirpe pecadora de Adán, puede alegrarse por tu nacimiento
incontaminado, seguro de haber renacido felizmente por tu gracia.
13) Oh Jesús, Hijo unigénito de Dios, agradezco tu milagroso e ilustre nacimiento,
en virtud del cual tenemos acceso a esta gracia en la que vivimos, y
confiamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios, que el cielo ha prometido
. Tú eres la prenda de nuestra redención; tú eres la eterna esperanza de
todos nosotros los fieles. A ti recurrimos, humildes pecadores, a ti que fuiste
el primer en buscarnos, cuando aún no te conocíamos.
14) Oh santa y dulce infancia, que infunde en el corazón de los hombres la verdadera
inocencia, por la cual toda edad retorna a ti dichosa y se vuelve semejante
a ti, no por debilidad de los miembros, sino por la humildad de los sentimientos
y por la bondad de las costumbres. Concédeme seguir tus santas huellas,
clementísimo Jesús, que para dar a todos los hombres ejemplo de virtud y
de eterna salvación, quisiste nacer de la Virgen María a medianoche. Permíteme,
pues, que pueda darte gracias y cantar tus alabanzas con los ángeles y con
toda la milicia celestial, a los que quisiste como felices mensajeros de tu sagrado
nacimiento.