LIBRO CUARTO
Rogar y Cantar a María
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» Capítulo IV
Oración a la Bienaventurada Virgen María cuando surge una tribulación
1) Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo, Virgen serena. Ave, particular esperanza de los necesitados. Ave, Madre benigna de los huérfanos. Oh María, cuando están cerradas todas las puertas del cielo y se me niega el acercarme a Dios a causa de mis pecados; cuando el buen ánimo y la fuerza de la mente me abandonan, y en nada puedo ya encontrar ayuda; cuando el tedio de la vida presente y la ansiedad del corazón me fuerzan de tal modo que ya nada me agrada en este mundo; cuando desaparece el estímulo del consuelo celestial y me oprime la agobiante desolación; cuando surgen los vientos de las tentaciones y se levantan los movimientos de las pasiones; cuando sobrevienen una imprevista enfermedad u otras adversidades; cuando todos estos hechos se vuelcan sobre mí, ¿adónde huiré y a quién me dirigiré fuera de ti, benignísima Consoladora de los pobres? ¿A quién pediré ayuda para llegar al puerto de la salvación, sino a la fulgidísima Estrella del mar, siempre esplendorosa, que no oculta jamás la gracia de su luz?
2) Oh María, dulce y querida Madre: eres la fulgidísima Estrella del mar, que consuelas a los que te miran y te invocan, y nos conduces con rapidez al puerto de la serenidad. Por lo tanto, hoy me dirijo a ti, y te suplico que me ayudes, puesto que todo lo que pidieras, lo obtendrás fácilmente de tu Hijo.
3) Si tú, mi muy gloriosa Señora, estuvieras conmigo, ¿quién podría estar en contra de mí? y si me concedieras la gracia, ¿quién podría rechazarme? Abre ampliamente tus brazos hacia mí, en este momento, y en ellos encontraré refugio . Di a mi alma: "Yo soy tu Abogada, no temas. Como una madre consuela a su hijo, así yo te consolaré". Esta es tu voz, dulce María.
4) Pero, ¿quién ayudará a mi corazón a escucharla siempre? ¡Qué dulces son tus palabras! Habla, Señora mía, al corazón de tu servidor, pues tu servidor te escucha . Yo soy servidor tuyo y servidor de tu Hijo. Pero digo más: tú eres mi Madre y Jesús es mi hermano. Me atrevo a añadir esto, porque tú lo has engendrado no sólo para ti, sino para todo el mundo.
5) Por lo mismo, no quiero llamar "madre" a ninguna otra en la tierra. Me rehúso a tener otra fuera de ti, Madre de Dios. No hay otra que pueda compararse contigo, por virtud, por belleza, por caridad y mansedumbre, por piedad y dulzura, por fidelidad y consuelo maternal, por misericordia y por tantos gestos de compasión.
6) Hoy me entrego confiadamente a ti, y deseo que esto sea confirmado para siempre por tu medio. Para vencer mi debilidad, basta con mantenerme en estrecha unión contigo. Por eso me alegraré y me consolaré profundamente en ti, y cantaré con júbilo las alabanzas de tu santo nombre.
7) ¡Qué bella y amable eres, mi Señora, Santa María, llena de toda gracia! Si alguien pudiese contar las estrellas del cielo, podría también enumerar tus virtudes, ya que así como son distantes los cielos de la tierra, igualmente dista tu vida de la vida de los hombres, y la brillantez de tu gloria resplandece muy por encima de los coros angelicales.
8) Suba hacia ti, entonces, mi pobre oración, oh nobilísima Señora, y pueda remontarse hasta tus oídos mi clamor, para que te dignes patrocinar mi causa ante tu Hijo, ya que, de por sí, nadie puede constar como justo por su propio juicio. Oh clementísima Señora, por el inmenso amor y la profunda confianza que siento por ti, te he manifestado mis necesidades y te las manifestaré todavía. Experimento efectivamente que dimana de ti un gran poder, y el recuerdo de tu nombre será siempre el aliciente de mi alma.
9) ¡Oh dulcísimo nombre de María, nombre de salvación y de gracia, que debe ser siempre recordado, pensado, pronunciado y venerado! Nombre celestial y verdaderamente angélico, que de la boca del evangelista ha sido piadosamente revelado a los fieles: "Y su nombre es María" (Lc 1, 27). Oh María, santísima y dignísima de toda alabanza, tú eres la puerta del cielo, el templo de Dios, el sagrario del Espíritu Santo.
10) Lo que advierto de hermoso y atractivo en las criaturas, lo que admiro de grande y de virtuoso en los santos, todo ello deseo compararlo con tu excelsa grandeza, porque es justo, como asimismo para todas las otras criaturas junto a mí, que lo transfiera en perpetua alabanza a ti, a quien he elegido como mi singular Madre y también fidelísima Abogada, a fin de merecer, después de esta vida, la gloria de tu bendito Hijo Jesucristo. Amén.