11.3 Caminemos por la vía del Señor mientras
tenemos vida y luz
PUNTO 3
Preciso es que caminemos por la vía del Señor mientras tenemos vida y luz (Jn., 12, 35), porque ésta luego se pierde en la muerte. Entonces no será ya tiempo de prepararse, sino de estar preparado (Lc., 12, 40). En la muerte nada se puede hacer: lo hecho, hecho está...
¡Oh Dios! ¡ Si alguno supiese que en breve se había de fallar la causa de su vida o muerte, o de su hacienda toda, con cuanta diligencia buscaría un buen abogado, procuraría que los jueces conociesen bien las razones le asistieran, y trataría de allegar medios de obtener sentencia favorable!...
Y nosotros, ¿qué hacemos? Nos consta con incertidumbre que muy en breve, en el momento menos pensado, se ha de fallar la causa del mayor negocio que tenemos, es, a saber, del negocio de nuestra salvación eterna..., ¿y aún perdemos tiempo?
Quizá diga alguno: «Yo soy joven ahora; más tarde me convertiré a Dios.» Pues sabed —respondo— que el Señor maldijo aquella higuera que halló sin frutos, aunque no era tiempo de tenerlos, como lo hace notar el Evangelio (Mr., 11, 13)
Con lo cual Jesucristo quiso darnos a entender que el hombre en todo tiempo, hasta en el de la juventud, debe producir frutos de buenas obras; de otro modo será maldito y no dará frutos en lo por venir. Nunca jamás coma ya nadie de ti (Mr., 11, 14). Así dijo a aquel árbol el Redentor, y así maldice a quien Él llama y le resiste...
¡Cosa digna de admiración. Al demonio le parece breve el tiempo de nuestra vida, y no pierde ocasión de tentarnos.
Descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo (Ap., 12, 12). ¡ De suerte qué el enemigo no desaprovecha ni un instante para perdernos, y nosotros no aprovechamos el tiempo para salvarnos !
Otro preguntará:
«¿Qué mal hago yo?...» ¡Oh Dios mío! ¿Y no es ya un mal perder el tiempo en juegos o conversaciones inútiles, que de nada sirven a nuestra alma? ¿Acaso nos da Dios ese tiempo para que así le perdamos? No, dice el Espíritu Santo; la partecita de un buen don no se te pase (Ecl., 14, 14).
Aquellos operarios de que habla San Mateo no hacían cosa alguna mala; solamente perdían el tiempo, y por ello les reprendió el dueño de la viña: ¿Qué hacéis aquí todo el día ociosos? (Mt., 20, 6).
En el día del juicio, Jesucristo nos pedirá cuenta de toda palabra ociosa. Todo tiempo que no se emplea por Dios es tiempo perdido (6). Y el Señor nos dice (Ecl., 9, 10):
Cualquier cosa que pueda hacer tu mano, óbrala con instancia; porque ni obra, ni razón de sabiduría, ni ciencia, habrá en el sepulcro, adonde caminas aprisa.
La venerable Madre Sor Juana de la Santísima Trinidad, hija de Santa Teresa, decía que en la vida de los Santos no hay día de mañana; que solamente la hay en la vida de los pecadores, pues siempre dicen: «Luego, luego», y así llegan a la muerte. He aquí ahora el tiempo favorable (2 Cor., 6, 2). Si hoy oyereis su voz, no queráis endurecer vuestros corazones (Sal. 94, 8). Hoy Dios te llama para el bien; hazle hoy mismo, pues mañana quizá no sea ya tiempo, o Dios no te llamará.
Y si, por desgracia, en la vida pasada has empleado el tiempo en ofender a Dios, procura llorarlo en el resto de tu vida mortal, como se propuso el rey Ezequías: Repasaré delante de ti todos mis años con amargura de mi alma (Is., 38, 15).
Dios te prolonga la vida para que repares el tiempo perdido: Redimiendo el tiempo, porque los días son malos (Ef., 5, 16); o bien, según comenta San Anselmo: «Recuperarás el tiempo si haces lo que descuidaste hacer».
San Jerónimo dice de San Pablo, que, aunque era el último de los Apóstoles, fue el primero en méritos por lo que hizo después de su vocación (7).
Consideremos siquiera que en cada instante podemos granjear mayor acopio de bienes eternos. Si nos concediesen tanto terreno como caminando en un día pudiéramos rodear, o tanto dinero como alcanzásemos a contar en un día, ¡ con cuánta prisa procederíamos! Pues si podemos en un momento adquirir eternos tesoros, ¿por qué hemos de malgastar el tiempo? Lo que hoy puedas hacer,
no digas que lo harás mañana, porque el día de hoy le habrás perdido y no volverá más.
Cuando San Francisco de Borja oía hablar de cosas mundanas, elevaba a Dios el corazón con santos afectos, de suerte que si le preguntaban luego su sentir acerca de lo que se había dicho, no sabía qué responder.
Reprendiéronle por ello, y contestó que antes prefería parecer hombre de rudo ingenio que perder el tiempo vanamete (8).
- S. Bern., Coll.1, c. 8.
- Paulus novissimus in ordine, primus in meritis, quia plus ómnibus laboravit.
- Malo rudis vocari, quam temporis iacturam pati.
AFECTOS Y SÚPLICAS
No, Dios mío; no quiero perder el tiempo que me habéis concedido por vuestra misericordia... He merecido verme en el infierno, gimiendo sin esperanza. Os doy, pues, fervorosas gracias por haberme conservado la vida. Deseo, en los días que me restan, vivir sólo para Vos.
Si estuviese en el infierno, lloraría desesperado y sin fruto. Ahora lloraré las ofensas que os hice, y llorándolas, sé de cierto que me perdonaréis, como lo asegura el Profeta (Is., 30, 19). En el infierno me sería imposible amaros; ahora os amo y espero que siempre os amaré. En el infierno jamás podría pedir vuestra gracia; ahora oigo que decís: Pedid y recibiréis (Jn., 16, 24).
Y puesto que aún me hallo en tiempo útil para pediros gracias, dos voy a demandaros: ¡ oh Dios mío!, con-cededme la perseverancia en vuestro santo servicio, dadme vuestro amor, y luego haced de mí lo que quisierais. Haced que en todos los instantes de mi vida me encomiende siempre a Vos, diciendo: «Ayudadme, Señor... Señor, tener piedad de mí; haced que no os ofenda; haced que os ame...»
¡Virgen Santísima y Madre mía, alcanzadme la gracia de que siempre me encomiende a Dios y le pida su santo amor y la perseverancia!