16. Misericordia de Dios
16.1
La misericordia triunfa sobre el juicio
Superexaltat autem misericordia iudícium.
La misericordia triunfa sobre el juicio. SANTIAGO, 2, 13.
PUNTO 1
La bondad es comunicativa por naturaleza; de suyo tiende a compartir sus bienes con los demás. Dios, que por su naturaleza es la bondad infinita (1), siente vivo deseo de comunicarnos su felicidad, y por eso propende más a la misericordia que al castigo. «Castigar —dice Isaías— es obra ajena a las inclinaciones de la divina voluntad.»
«Se enojará para hacer Su obra (ó venganza), obra que es ajena de El, obra que es extraña a Él» (Is., 28, 21). Y cuando el Señor castiga en esta vida es para ser misericordioso en la otra (Sal. 59, 3). Muéstrase airado con el fin de que nos enmendemos y aborrezcamos el pecado (Sal. 5). Y si nos castiga es porque nos ama, para librarnos de la eterna pena (Sal. 6).
¿Quién podrá admirar y alabar suficientemente la misericordia con que Dios trata a los pecadores, esperándolos, llamándolos, acogiéndolos cuando vuelven a Él?...
Y ante todo, ¡qué gracia valiosísima nos concede Dios al esperar nuestra penitencia!...
Cuando le ofendiste, hermano mío, podía el Señor enviarte la muerte, y, sin embargo, te esperó; y en vez de castigarte, te colmó de bienes y te conservó la vida con su paternal providencia. Hacía como si no viera tus pecados, a fin de que te convirtieses (Sb., 11, 24).
¿Y cómo, Señor, Vos, que no podéis ver un solo pecador, veis tantos y calláis? ¿Miráis aquel deshonesto, aquel vengativo, a ese blasfemo, cuyos pecados se aumentan de día en día, y no los castigáis? ¿Por qué tanta paciencia?... Dios espera al pecador a fin de que se arrepienta, para poder de ese modo perdonarle y salvarle (Is., 30, 18).
Dice Santo Tomás que todas las criaturas, el fuego, el agua, la tierra, el aire, por natural instinto se aprestan a castigar al pecador por las ofensas que al Creador hace; pero Dios, por su misericordia, las detiene... (2).
Vos, Señor, aguardáis al impío para que se enmiende; mas ¿no veis que el ingrato se vale de vuestra piedad para ofenderos? (Is., 26, 15). ¿Por qué tal paciencia?... Porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve (Ez., 33, 11).
¡ Oh paciencia de Dios! Dice San Agustín que si Dios no fuese Dios, parecería injusto, atendiendo a su demasiada paciencia para con el pecador (3). Porque espera que se valga el hombre de aquella paciencia para más pecar, diríase que es en cierto modo una injusticia contra el honor divino.
«Nosotros pecamos —sigue diciendo el mismo Santo—, nos entregamos al pecado (algunos firman paces con el pecado, duermen unidos a él meses y años enteros), nos regocijamos del pecado (pues no pocos se glorían de sus delitos), ¿y Tú estás aplacado?... Nosotros te provocamos a ira, y Tú a misericordia.» Parece que a porfía combatimos con Dios; nosotros, procurando que nos castigue; Él, invitándonos al perdón.
- Deus cuius natura bonitas. San León.
- Omnis criatura, tibi factori deserviens, excandescit adversus injustos
- Deus, Deus meus, pace tua dicam, nisi quia Deus esses, iniustus esses.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Ah Señor y Dios mío! Reconozco que soy digno de estar en el infierno (Jb., 17, 13). Mas por vuestra misericordia no me hallo en él, sino postrado a vuestros pies, y conociendo vuestro precepto con que me mandáis que os ame. «¡Ama al Señor tu Dios!» (Mat. 22, 37). Me decís que queréis perdonarme si me arrepiento de las ofensas que os he hecho...
Sí, Dios mío; ya que deseáis que os ame, aunque soy un vil rebelde contra vuestra soberana majestad, os amo con todo mi corazón, y me duelo de haberos ofendido más que de cualquier otro mal en que hubiera podido incurrir.
Iluminadme, pues, ¡ oh Bondad infinita!, y dadme a conocer la horrenda malicia de mis culpas. No; no resistiré más a vuestra voz, ni volveré a injuriar a un Dios que tanto me ama, y que tantas veces y con tanto amor me habéis perdonado...
¡Ah, si nunca os hubiera ofendido, Jesús de mi alma! Perdonadme y haced que de hoy en adelante a nadie ame más que a Vos, que sólo viva para Vos, que moristeis por mí, y que sólo por vuestro amor padezca, ya que por mí tanto padecisteis. Eternamente me habéis amado, concededme que por toda la eternidad arda yo en vuestro amor. Todo lo espero, ¡oh Salvador mió!, de vuestros infinitos merecimientos.
En Vos confío, Virgen Santísima, pues con vuestra intercesión me habéis de salvar.