3.3» -
La magia - Parte 3
Autor: P. Angel Peña O.A.R.
- En 1992 comencé a sentir dolores en distintas partes del cuerpo: un día en la cabeza, otro en el estómago, otro en las piernas... De los análisis médicos resultaba todo normal. Los médicos me diagnosticaron una depresión. Yo, en ese tiempo, apenas iba a misa por Pascua y Navidad o para bautismos, bodas o primeras comuniones. Un día, mi hermana me propuso ir donde un mago para ver si me curaba. El mago me leyó las cartas y me dijo que me habían hecho una atadura.
Yo sospechaba de mi cuñada, que desde hacía algunos años no me dirigía la palabra. Le pregunté al mago si era ella. Él me dijo: “No es ella, es una persona viuda, que está junto a vosotros”. Viuda junto a nosotras sólo estaba mi madre y mi suegra. Por eso, yo insistí cuál era de las dos. Él me dijo: “Es tu mamá”. Yo, conociendo la bondad de mi madre, no lo quise creer.
Me empeñé en creer que era mi cuñada la que me había hecho daño. El mago, en vista de mi insistencia, quiso aprovecharse de mi convicción y me dio un brazalete. Me dijo que lo llevara en la muñeca para que no tuviera más problemas. Pero que hacía falta recargarlo cada 15 días. Y me dijo que debía pagarle 550.000 liras por el brazalete y la consulta.
Creí que pronto mejoraría de salud y cada quince días iba al mago para pagarle 50.000 liras por recargar el brazalete. En total le pagaba unas 200.000 liras al mes. Un día, le llevé a mi hija de 5 años para que la ayudara a dormir por la noche. Cuando me vio con mi hija en la puerta, me gritó:
“Tú sabes que aquí no pueden entrar niños, porque aquí se hacen misas negras”. Yo no sabía qué era una misa negra. Pero, al fin, el mago me dijo que entrara. Y me dio sal, exorcizada por un exorcista negro en una misa negra, y me dijo que lo pusiera bajo la cama de la niña.
Después me pidió el nombre de la niña para ponerlo debajo de una vela, que me daría la semana próxima. Pagué y salí. La primera noche mi hija durmió toda la noche, pero la segunda noche empezó a gritar y a ser sacada de la cama. Y decía: “Me han tirado de la cama”. Esto continuó por varias noches. Volví al mago, que me dio la vela con el nombre de la niña, añadiendo otras tres velas de diferentes colores. Y me dijo que las encendiera en casa hasta que se consumieran para que mi hija no tuviera más problemas.
Pero mi hija continuaba cada día peor sin dormir, gritando y cayéndose de la cama. Además, esos días me vinieron fuertes dolores de cabeza, mientras estaba en casa. Entonces, tuve miedo del mago y le hablé a una amiga que me aconsejó tirar el brazalete y la sal del mago, ir frecuentemente a misa, confesarme y hablar con un sacerdote.
El sacerdote me mandó a un exorcista de la diócesis, que me aconsejó llevar una vida cristiana y recibir regularmente bendiciones. Después, entré en un grupo mariano de oración en que me encuentro hasta ahora y las cosas han mejorado y llevo 7 años sin necesidad de ir a los médicos
5.
Otro caso: Hace algunos años, tuve un gran problema de salud. Una persona me habló de dos señoras que habían abierto un centro de pranoterapia
6 y que me podían curar.
La primera vez que me presenté, me hicieron diversas preguntas sobre mi vida. Me dijeron que la terapia que yo necesitaba era la más larga y más cara. Se necesitaban tres terapias de tres horas cada una para hacerlas en semana y media por la módica cifra de millón y medio de liras. Después de esta terapia, sería conveniente otras diez sesiones de diez minutos a sólo 50.000 cada una.
Así sería liberada de todos mis problemas. Durante las sesiones, ponían sus manos sobre la parte enferma del cuerpo, bajaban la cabeza, cerraban los ojos y se concentraban. Al final, parecían muy cansadas. En la primera sesión, me escribieron en un papel una oración para aprenderla de memoria y, después, destruirla, porque sólo la debía conocer yo sola, nadie más.
La oración decía: “Tengo necesidad de energía divina para exorcizarme de todo mal, negatividad o entidad”. Esta oración la debía recitar, al menos, una vez al día y todas las veces que estuviera en una dificultad. No querían que rezara ninguna otra oración distinta. No querían que rezara a la Virgen María, no querían que rezase por los difuntos y menos que fuese a hablar con los sacerdotes, que, decían, enseñan a rezar, pero no enseñan cómo llegar a Dios.
Sin embargo, yo rezaba a la Virgen María y a Jesús, mientras me hacían las terapias. Me dijeron que comprara unas cajitas circulares, que contenían energía divina. Un día, una de ellas me dijo que un primo mío me había hecho un maleficio. Yo le dije que, si me lo había hecho, yo lo perdonaba. Pero su respuesta fue que yo no estaba libre de rencores hacia él.
Me aconsejaron llevar a mis hijos para hacerles terapia, aunque sólo fuera para mejorar su rendimiento escolar. Pero después de tantas terapias, mis males no se curaban sino que empeoraban, hasta que las dejé, pues me di cuenta de que sólo me estaban engañando7
Algunos magos se ocultan bajo el nombre de pranoterapeutas. Veamos:
Una señora se acercó a una pranoterapeuta, llevándole a su hija, que sufría problemas sicológicos, y buscando ayuda para los dolores que ella misma sentía en las piernas. En el primer encuentro la maga leyó el tarot a la hija; después, en una hoja dibujó una cruz y, debajo de la cruz, puso una imagen de Jesús y de María, que traspasó con un alfiler; y allí puso una foto de la hija. Después, encendió una vela y repitió lo mismo con la foto de la señora.
Mientras leía el tarot, le dijo que algunos familiares atraían el mal sobre su familia y en particular sobre su hija. La señora creía todo lo que le decía y así comenzó a tener rencor hacia ciertos parientes. A la hija le daba algunos masajes en la cabeza y le hacía repetir algunas frases que escribía en un papelito. Uno de ellos decía: “Que la oscuridad de la noche me acompañe”.
La pranoterapeuta y cartomante le daba velas de distintos colores para que las encendiera en casa. Un día, le aconsejó comprar por 200.000 liras una medalla con signos incomprensibles que alejarían de ella todos los males. La señora vio sobre la mesa de la cartomante un plato con un hígado de animal, ya en fase de descomposición y maloliente.
En el consultorio tenía varios gatos, a los cuales les faltaba el ojo o la cola o alguna cosa. En la pared, tenía las fotos de todos sus clientes. Algunas veces, blasfemaba el nombre de Dios, de la Virgen y de los santos.
Pero los problemas de la hija y sus dolores a las piernas no mejoraban, sino que empeoraban. Así que dejó eso y comenzó a participar con su hija más asiduamente de la misa. Un sacerdote de Fiesole recibió todos los objetos recibidos de la cartomante y los destruyó. La hija ha comenzado a orar frecuentemente y a recibir los sacramentos y hoy está muy serena gracias a la ayuda recibida de la parroquia y del párroco
8.
Otro cliente cuenta: Estaba atravesando un período de gran depresión y me aconsejaron ir a un pranoterapeuta, el cual me dijo que eran necesarias varias sesiones de veinte minutos, tres veces a la semana por tres meses, a 50.000 liras cada sesión. La terapia consistía en masajes a los pies y terminaba con imposición de manos sobre la cabeza.
Lo que más me impresionó, al entrar en su oficina, fue un gran crucifijo, que había colgado de la pared, junto con otros amuletos, que hacían contraste con el crucifijo. El pranoterapeuta me dijo que podía conseguir energías positivas, comprando algunos de aquellos amuletos por la módica cifra de 4.000.000 de liras...
Un día me propuso enseñarme a ser pranoterapeuta y cartomante. Pero, después de terminar mis sesiones de tres meses, me di cuenta de que no había mejorado nada y todo había sido un engaño. Una amiga me aconsejó hablar con un sacerdote y así he comenzado un camino de conversión en el que estoy descubriendo que la verdadera salvación viene sólo de Jesús9
Sí, sólo Jesús es nuestro Salvador, confiemos en Él y no en los magos ni adivinos. Él también nos puede curar por medio de los médicos o también milagrosamente.
5 ib. pp. 12-16.
6 Pranoterapia es un sistema de curación que usa el prana (energía corporal) para sanar y prevenir enfermedades.
7 ib. pp. 22-25.
8 ib. pp. 31-33.
9 ib. pp. 19-20.