23» Reflexiones
Autor: P. Angel Peña O.A.R.
El esoterismo u ocultismo se infiltra en el mundo de muchas maneras y los jóvenes son especialmente vulnerables. Emilio Mazariegos dice:
Estoy viviendo en Honduras en una ciudad de medio millón de habitantes, que se llama San Pedro Sula. Es la ciudad de Centroamérica con el porcentaje de enfermos de sida más elevado. En las paredes hay pintadas frases como Demon, Demonio, diablo.
Algunos jóvenes llevan en sus coches pegatinas con la palabra Natas (nombre de Satán invertido). En el parque central, he visto hippies que venden objetos decorativos como una cruz con una serpiente rodeándola o una cruz invertida (signo satánico)... Nunca olvidaré una pintada que decía: Satán, ámame. ¿Puede Satán amar?79.
Alguien ha dicho que el mundo de lo oculto es la religión de Satanás. Muchos jóvenes, al sentirse vacíos interiormente, porque no tienen una familia unida o porque están desorientados, caen en las redes de sectas o personas inescrupulosas como magos y curanderos, que tratan de manipularlos y sacarles dinero.
En ocasiones, los amigos los llevan en direcciones equivocadas, que creen buenas, porque son maneras de manifestar su protesta a la sociedad. Así, con sus amigos, pueden formar grupos para jugar a la ouija o hacer espiritismo o meterse en grupos de música rock, donde pueden aficionarse a la música satánica.
Son múltiples las maneras en que muchos jóvenes van cayendo cada vez más bajo. Una de ellas es la mentalidad difundida por doquier, una mentalidad satánica promovida por el fundador del satanismo moderno Aleister Crowley. Su lema es: Haz lo que quieras, como una invitación a vivir sin límites ni reglas morales.
Esta mentalidad de hacer lo que se quiera, la aceptan fácilmente muchos jóvenes, que se alejan de la Iglesia, porque tiene dogmas fijos y dice claramente las verdades que hay que creer. Ellos dicen que la verdad es lo que cada uno cree, y que cada uno debe vivir de acuerdo a su criterio personal. Así van cayendo en un relativismo moral, en el que nada es bueno ni malo.
Por eso, a la Iglesia la ven como una institución anticuada, dogmática, intolerante y abusiva, y se vuelven anticristianos. Creen que la religión cristiana es la antilibertad, que va contra su derecho a ser libres.
Y ser libres significa para ellos hacer lo que cada uno quiera con quien quiera y como quiera. Es decir, el desenfreno moral absoluto que, a la larga, lleva a la infelicidad total.
Muchos jóvenes, cuando tienen problemas, buscan ayuda en magos y adivinos, cayendo así en una trampa mortal, pues, en vez de ayudarles, los van a hundir más en sus problemas.
El famoso escritor inglés, convertido al catolicismo, Gilbert K. Chesterton, decía que la alegría es el secreto gigantesco del cristiano. Sólo un verdadero cristiano puede ser verdaderamente feliz.
Lamentablemente, hay muchos católicos e, incluso, sacerdotes que no dan testimonio auténtico de su felicidad. Sin embargo, es cierto que sólo entre los verdaderos cristianos se encuentra la verdadera felicidad.
En cambio, los secuaces del diablo, con todos sus placeres y libertades, sólo pueden ofrecer pesimismo, oscuridad, derrota y desaliento.
Sólo Cristo puede dar a los hombres del mundo actual el sentido verdadero de la vida. Sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Sólo Él es el verdadero y único Salvador del mundo. Fuera de Él, nunca encontraremos la verdadera felicidad.
Por eso, les decía el Papa Benedicto XVI a los jóvenes en la jornada mundial de Colonia, en agosto del 2005: La felicidad, que buscáis y que tenéis derecho a disfrutar, tiene un nombre, tiene un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía.
Quien deja entrar a Cristo en su vida, no pierde nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.
Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, para la felicidad de los hombres y para la salvación del mundo.
Sólo Dios puede dar la verdadera felicidad, como decía muy bien san Agustín: Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está insatisfecho hasta que descanse en Ti80.
79 Mazariegos Emilio, Esos tus ojos, Ed. San Pablo, Bogotá, 1993.
80 Confesiones 1, 1, 1.