MIRANDO HACIA EL PORVENIR
SUEÑO 3.—AÑO DE 1831.
Estando Juan como estudiante en Castelnuovo, entabló relaciones amistosas con un joven llamado José Turco, que lo puso en contacto con su familia. Esta poseía una viña situada en un paraje denominado Renenta, próximo a la aldehuela de Susambrino.
A dicha viña solíase retirar Juan con frecuencia, por ser lugar apartado del camino que atravesaba el valle y, por tanto, más tranquilo.
Desde un altozano podía darse cuenta de quién entraba en la viña de los Turco, y, sin ser visto, defendía las uvas contra cualquier agresión, sin dejar por eso los libros de la mano.
El padre de José Turco, que profesaba gran estima al amigo de su hijo, encontrándose en cierta ocasión con Juan, le dijo mientras le ponía una mano sobre la cabeza:
—Animo, Juanito, sé bueno y estudioso y verás cómo la Virgen te protege.
—En Ella he puesto toda mi confianza —replicó el muchacho— pero me asaltan frecuentes dudas. Desearía seguir los cursos de latín y hacerme sacerdote, pero mi madre no tiene medios para ayudarme.
—No temas, muchacho, ya verás cómo el Señor te allana el camino.
—Así lo espero —concluyó Juan—. Y despidiéndose de su interlocutor fue a ocupar su puesto, en actitud pensativa, mientras iba repitiendo:
—¿Quién sabe si...?
Mas he aquí que algunos días después, el señor Turco y su hijito vieron a Juan atravesar la viña y venir alegre y presuroso al encuentro de ambos dando visibles muestras de satisfacción.
—¿Qué novedades hay?, —preguntóle el propietario—; pues estás tan alegre, siendo así que hace algunos días te mostrabas tan preocupado.
—¡Buenas noticias! ¡Buenas noticias!, —exclamó Juan—.
Esta noche he tenido un sueño, según el cual continuaré mis estudios, llegaré a ser sacerdote y me pondré al frente de numerosos niños, dedicándome a la educación de los mismos durante toda la vida.
—Así que todo está arreglado y pronto seré sacerdote.
—Pero, eso no es más que un sueño —observó el señor Turco— y ya sabes que del dicho al hecho hay un gran trecho.
—¡Oh! Lo demás nada me interesa. Sí; —concluyó Juan—, seré sacerdote; me pondré al frente de muchísimos jovencitos, a los que haré mucho bien.
Y así diciendo, muy contento, se dirigió a ocupar su puesto de vigía.
A la mañana siguiente, al regresar de la parroquia, donde había estado oyendo Misa, fue a visitar a la familia de Turco; y la señora Lucía, llamando a sus hermanos, con los cuales Juan solía hablar frecuentemente, preguntó al muchacho sobre el motivo de la alegría que se le reflejaba en el semblante. Juan entonces aseguró a sus oyentes que había tenido un hermoso sueño. Como le pidiesen que lo contase dijo:
Que había visto venir hacia sí a una majestuosa Señora que conducía un rebaño numerosísimo y que acercándosele y llamándole por su nombre, le había dicho:
—Juanito, aquí tienes este rebaño; a tus cuidados lo confío.
—¿Y cómo haré yo para guardar y cuidar tantas ovejas y tantos corderillos? ¿Dónde encontraré pastos suficientes?
La Señora le respondió:
—No temas; yo estaré contigo.
Y desapareció.
Don Juan Bautista Lemoyne, biógrafo de San Juan Bosco, escribe en las Memorias: «Esta narración la oímos de labios del señor Turco y está perfectamente de acuerdo con la siguiente declaración consignada por Don Bosco en las Memorias del Oratorio:
«A los dieciséis años tuve otro sueño».
Y concluye don Lemoyne: «Tengo la seguridad de que supo y vio muchas cosas de las narradas por él y que conservaba en su corazón como premio de su perseverante confianza.
En efecto: la asistencia que la Madre Celestial le prodigó en este mismo año, hubo de hacerse muy sensible».