LA VIÑA
SUEÑO 49.—AÑO DE 1865 PARTE II.
Entramos en una habitación y me acerqué al paciente; comencé a confesarlo, pero viendo que se iba debilitando poco a poco y temiendo que se muriese sin la absolución, corté por lo sano y se la di.
Apenas lo hube hecho, el desgraciado murió. Su cadáver comenzó inmediatamente a despedir mal olor, hasta tal punto que era imposible soportarlo.
Entonces dije que era necesario enterrarlo cuanto antes y pregunté por qué hedía de aquel modo. Me fue respondido:
—El que muere tan pronto, pronto es juzgado.
Salí de allí. Me sentía muy cansado y pedí que me dejasen descansar.
Me aseguraron que inmediatamente sería complacido y me hicieron subir por una escalera que conducía a otra habitación.
Al entrar en ella vi a dos jóvenes del Oratorio que hablaban entre sí; uno de ellos tenía un envoltorio. Les pregunté:
—¿Qué tienes ahí? ¿ Qué haces aquí?
Me pidieron excusas por encontrarse en aquel lugar, pero no me respondieron a lo que les había preguntado. Yo les volví a decir:
—Les he preguntado que por qué se encuentran aquí.
Ellos se miraron y después me dijeron que prestase atención.
Seguidamente abrieron el envoltorio y sacaron de él, extendiéndolo, un paño fúnebre. Yo miré a mi alrededor y vi en un rincón tendido y muerto a un joven del Oratorio. Pero no lo reconocí.
Pregunté a los dos jóvenes quién era, pero se excusaron y no me lo quisieron decir. Me acerqué al cadáver; observé su rostro: por un lado me parecía conocerlo, y por otro, no; así que no pude identificarlo.
Decidido entonces a saber quién era, fuere como fuere, bajé de nuevo la escalera y me encontré en el gran salón. La multitud de gente desconocida había desaparecido y en su lugar estaban los jóvenes del Oratorio. Apenas éstos me vieron se apiñaron a mi alrededor diciéndome:
—Don Bosco, Don Bosco, ¿no sabe? Ha muerto un joven del Oratorio.
Yo les pregunté el nombre del difunto y ninguno quiso contestarme; los unos me mandaban a los otros, nadie quería hablar.
Pregunté con mayor insistencia, pero se excusaban y no me lo querían decir. En tal estado de inquietud, después de haber fracasado en mi intento, me desperté encontrándome en mi lecho.
El sueño había durado toda la noche, y por la mañana me encontré tan cansado y maltrecho que en realidad parecía que había estado viajando toda la noche.
Deseo que las cosas que les cuento no salgan del Oratorio; hablen de ellas entre Vosotros todo cuanto quieran, pero que queden siempre en casa.
Al día siguiente de haber contado este sueño, [San] Juan Don Bosco marchó a Lanzo para visitar el Colegio allí existente, y habiendo regresado el 18 al Oratorio, después de las oraciones, dijo a los jóvenes, entre otras cosas:
«Ciertamente que desearán saber algo sobre el sueño que les conté antes de mi marcha. Solamente les voy a explicar el significado de la perdiz y de la codorniz.
La perdiz es la representación de la virtud, y la codorniz, del vicio. Esto último lo pueden deducir del hecho de que la codorniz fuera tan bella exteriormente y después, vista de cerca, apareciera cubierta de llagas debajo de las alas y despidiera un hedor insoportable: todas estas cosas representan las acciones deshonestas.
Entre los jóvenes, unos comían con avidez y glotonería la carne de la codorniz, a pesar de estar en mal estado; son los que se entregan al vicio del pecado. Los que preferían la perdiz son los que tienten temor a la virtud y la practican.
Algunos tenían en una mano la perdiz y en la otra la codorniz, y comían de esta última; son los que conociendo la belleza de la virtud no quieren aprovecharse de la gracia de Dios para hacerse buenos.
Otros, teniendo en una mano la perdiz y en la otra la codorniz, comían la perdiz, lanzando miradas codiciosas a la codorniz; tales son los que siguen la virtud pero con desgana, como por fuerza; de éstos se puede asegurar que si no cambian de proceder, una vez u otra caerán.
Otros comían la perdiz mientras veían a la codorniz saltar delante de ellos sin darle importancia ni hacer caso; son ¡os que siguen la senda de la virtud y aborrecen el vicio, considerándolo con desprecio.
Otros comían un poco de codorniz y un poco de perdiz, y son los que alternan entre el vicio y la virtud y así se engañan con la esperanza de no ser tan malos.
Vosotros me diréis: ¿Quién de nosotros comió la codorniz y quién la perdiz? A muchos ya se lo he dicho; los demás, si quieren saberlo, que vengan a verme y se lo diré».
He aquí el comentario de Don Lemoyne:
«¿Qué diremos nosotros del sueño anteriormente referido?
[San] Juan Don Bosco, según su costumbre, no refirió todas sus circunstancias; no dio todas las explicaciones, limitándose a lo relacionado con la conducta de sus jovencitos y a alguna previsión sobre el porvenir. Y, con todo, estudiando sus palabras, si no nos equivocamos, vemos que en ellas resaltan tres ideas; El Oratorio, la Pía Sociedad y las Ordenes Religiosas.
Vamos a exponer algunos de nuestros pensamientos, remitiéndonos al juicio de los más expertos:
1º —La viña es el Oratorio. [San] Juan Don Bosco, en efecto, distribuye como dueño, toda suerte de frutas a los jóvenes. Se trata de una de aquellas viñas espirituales predichas por Isaías en el Capítulo XLV: "Plantarán las viñas y comerán el fruto. Plantabunt vineas et comedent fructus earum. La escena sucede evidentemente en plena vendimia.
2º —El viaje de [San] Juan Don Bosco; el consejo del dueño de la viña, a saber, que los más robustos, o sea los Salesianos, llevasen sobre sus hombros a los más pequeños, ¿no podría indicar la necesidad de que el tirocinio espiritual de los congregantes no estuviese del todo separado de la vida activa?
Y el sendero de la viña que bordea el camino, siguiendo la misma dirección e idéntica meta, ¿no puede simbolizar el nuevo instituto fundado por [San] Juan Don Bosco?
3º —La perdiz. Uno de los caracteres de este animal es la astucia. Cornelio a Lapide comentando el capítulo XVII de Jeremías, cita la epístola XLVII de San Ambrosio, en la que se describen la astucia y artes, a veces afortunadas, de la perdiz para huir del cazador y para salvar su nido. La frase que con frecuencia solía [San] Juan Don Bosco repetir a sus hijos, era precisamente ésta ¡Sed astutos! Con esto les quería indicar, como medio para huir de los lazos del demonio, el recuerdo de la eternidad.
4º —La codorniz. El vicio de la gula es la muerte de las vocaciones.
5º —La gran sala y la multitud que la ocupaba, personas todas desconocidas para el [Santo], debían tener un significado especial y alguna particularidad interesante. [San] Juan Don Bosco no creyó oportuno decir palabra alguna sobre ello. ¿No podría tener relación con la futura obra de los Cooperadores Salesianos?
6º —En cuanto al enfermo moribundo, [San] Juan Don Bosco nos dijo algún tiempo después a nosotros los sacerdotes: «Era un ex alumno del Oratorio de! que quiero pedir informes para ver si en realidad ha muerto».
7º —¿Y el joven muerto? Parece que se trata de Don Ruffino, tan amado por [San] Juan Don Bosco; lo que explicaría la actitud de los jóvenes al no querer comunicar la noticia.
El [Santo] no lo reconoció; en cambio, el sueño lo preparaba para tan sentida pérdida, sin amargarle con una doloroso realidad.
Don Ruffino era un ángel de virtud y en aquellos días se encontraba bien. Pero murió el 16 de julio de aquel mismo año.
Expuestas nuestras opiniones —concluye Don Lemoyne—, dejando que unusquisque abundet in sensu suo, continuemos fe lectura de cuanto nos ofrecen las crónicas.