DOCUMENTOS COMPROMETEDORES
SUEÑO 25.—AÑO DE 1860.
Habiendo escrito desde Lyón una carta a San Juan Bosco Mons. Fransoni, Arzobispo de Turín, dicha carta no llegó a su destino.
Poco tiempo después, le fue entregada al Santo una nota del mismo Arzobispo por mediación de un amigo, en la cual el prelado se lamentaba de que [San] Juan Don Bosco no le hubiese contestado, añadiendo que ya nada necesitaba sobre el favor solicitado, pues se había dirigido a otras personas para hacer llegar a su destino ciertas instrucciones.
Sólo algunos años después pudo conocer San Juan Bosco esta nueva prueba de confianza que le había dado su prelado.
Pero ¿cómo se había perdido aquella carta? La habían reconocido en el Correo, abriéndola y secuestrándola por orden ministerial.
San Juan Bosco, como no tenía idea de semejante carta, estaba tranquilo cuando tres días antes del registro dictado contra él, en la noche del miércoles al jueves, tuvo un sueño, que le fue de mucho provecho. He aquí cómo lo contó él mismo:
«Me pareció ver entrar en mi habitación una cuadrilla de salteadores que se adueñaron de mi persona y después de revisar todas mis cartas y papeles, registraron todos los armarios y revolvieron todos los escritos.
Entonces, uno de ellos, con aire bondadoso me dijo: —¿Por qué no quitó de en medio tal y tal escrito? ¿Le gustaría que se encontraran aquellas cartas del Arzobispo, que nos podrían proporcionar serios disgustos a usted y a él?
¿Y aquellas otras de Roma que ya casi olvidadas están aquí —e indicaba el sitio— y aquellas otras que están allá? Si las hubiera hecho desaparecer se habría librado de muchas molestias».
«Al hacerse de día —continuaba San Juan Bosco— como en plan de broma conté este sueño, que considero como un engendro de mi fantasía. Mas a pesar de ello, puse en orden algunas cosas y quité de en medio algunos escritos, cuya lectura me podía perjudicar.
Tales escritos eran algunas cartas confidenciales, que en realidad nada tenían que ver con la política ni con el gobierno. Pero los enemigos de la Iglesia podían considerar como delito toda instrucción recibida del Papa o del Arzobispo sobre el modo de conducirse de los sacerdotes en ciertas dudas de conciencia.
Por tanto, cuando comenzaron los registros yo había trasladado ya a otra parte todo cuanto hubiera podido dar el menor matiz de relaciones políticas a nuestros asuntos».
Esta es la causa de la desaparición de ciertas cartas autógrafas de los primeros tiempos del Oratorio —continúa Don Lemoyne—.
Para este traslado de papeles [San] Juan Don Bosco hubo de servirse de los jóvenes de su mayor confianza, los cuales, en su precipitación, no habiendo entendido bien las órdenes recibidas, quemaron parte de los escritos, parte los escondieron y otros los entregaron a personas de confianza de Turín.
Por eso, la mayor parte de los preciosos documentos que se refieren a las relaciones con la Sede Apostólica; algunas Cartas de Beato Pío Pp. IX; las copias de las cartas de San Juan Bosco a Papa Beato Pio IX; la correspondencia del 1851 con el Arzobispo de Turín; las relaciones epistolares con algunos hombres de Estado, especialmente con los ministros; las Memorias y apuntes sobre los sueños, que San Juan Bosco solía escribir y conservar para su consuelo; la narración de gracias concedidas por la Virgen, de hechos milagrosos y de acciones extraordinarias de los jóvenes, como también datos de pura curiosidad se perdieron para siempre.
No hubo tiempo para hacer una juiciosa selección antes del traslado.
Varios de estos documentos más antiguos los conservaba consigo José Buzzetti y, sin pensar en nada más, los destruyó preocupado únicamente de la seguridad personal de [San] Juan Don Bosco.
Se llegó incluso a olvidar el lugar donde fueron escondidos muchos de estos papeles, y años después fueron encontrados bajo una viga de la Iglesia de San Francisco de Sales.
No debe maravillarnos este lamentable despilfarro, pues los hechos nos demuestran que tal celeridad en el obrar fue cosa obligada; y lo que más llamó la atención de [San] juan Don Bosco, fue que los allanadores buscaron y hurgaron especialmente, en aquellos sitios en los que antes habían estado dichas cartas; esto es, en los lugares indicados en el sueño.