EL CABALLO ROJO
SUEÑO 39.—AÑO DE 1862.
Las crónicas del mes de julio relatan nuevas maravillas sobre [San] Juan Don Bosco.
Don Ruffino escribió en la suya: «1 de julio. [San] Juan Don Bosco dijo a algunos que le rodeaban después del almuerzo:
—Este mes tendremos que asistir a un funeral.
En distintas ocasiones repitió lo mismo una y otra vez, pero siempre ante un reducido número de oyentes.
Estas confidencias despertaban en los clérigos una gran curiosidad, de forma que, en las horas de recreo, cuando las ocupaciones se lo permitían, rodeaban al [Santo] con la esperanza de oír de sus labios alguna novedad, y una de ellas fue, como lo comprendieron más tarde, la intención de [San] Juan Don Bosco de fundar un instituto para atender a las niñas.
En efecto, así lo consignaron por escrito Don Bonetti y Don César Chiala.
El 6 de julio el buen padre narró a algunos de sus hijos el siguiente sueño que tuvo en la noche del 5 al 6 de dicho mes. Estaban presentes Francesia, Savio, [Beato] Miguel Rúa, Cerrutti, Fusero, Bonetti el Caballero Oreglia, Anfossi, Durando, Provera y algún otro.
Esta noche —comenzó [San] Juan Don Bosco— tuve un sueño singular. Soñé que me encontraba con la marquesa Barolo y que paseábamos por una placita situada delante de una llanura extensísima. Veía a los jóvenes del Oratorio correr, saltar, jugar alegremente. Yo quería dar la derecha a la marquesa, pero ella me dijo: —No; quédese donde está.
Después comenzó a hablar de mis jóvenes y me decía:
—¡Es tan buena cosa que se ocupe de los jóvenes! Pero déjeme a mí el cuidado de las jóvenes; así iremos de acuerdo. Yo le repliqué:
—Pero, dígame: ¿Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para redimir solamente a los jovencitos o también a las jovencitas?
—Sé —replicó— que nuestro Señor ha redimido a todos: niños y niñas.
—Pues bien; yo debo procurar que su sangre no se haya derramado inútilmente, tanto para las jóvenes como para los jóvenes.
Mientras estábamos ocupados en esta conversación, he aquí que entre mis jóvenes que estaban en la placita comenzó a reinar un extraño silencio. Dejaron todos sus entretenimientos y se dieron a la huida, quiénes hacia una parte, quiénes hacia otra, llenos de espanto.
La marquesa y yo detuvimos el paso y quedamos durante unos momentos inmóviles. Buscando la causa de aquel terror dimos unos pasos hacia adelante. Levanto un poco la vista y he aquí que al fondo de la llanura veo descender hasta la tierra un caballo grande... tremendamente grande...
La sangre se me heló en las venas. —¿Sería como esta habitación?—, preguntó Francesia. —¡Oh, mucho más grande! —replicó [San] Juan Don Bosco—. Sería de grande y de alto como tres o cuatro veces más que este local, y más que el palacio Madama.
En resumidas cuentas, que era una bestia descomunal. Mientras yo quería huir temiendo la inminencia de una catástrofe, la marquesa Barolo perdió el sentido y cayó al suelo. Yo casi no podía tenerme de pie, tanto me temblaban las rodillas. Corrí a esconderme detrás de una casa que había a mucha distancia, pero de allá me echaron diciéndome:
—¡Márchese, márchese; aquí no tiene que venir!
Entre tanto yo me decía a mí mismo:
—¡Quién sabe qué diablo será este caballo! No huiré, me adelantaré para examinarlo más de cerca. Y aunque temblaba de pies a cabeza, me armé de valor, volví atrás y me acerqué.
—¡Ah! ¡Qué horror! ¡Aquellas orejas tiesas! ¡Aquel hocico descomunal!
A veces me parecía ver mucha gente encima de él; otras veces, que tenía alas, de forma que exclamé:
—Pero ¡esto es un demonio!
Mientras lo contemplaba, como estaba en compañía de algunos, pregunté a uno de los presentes:
—¿Qué quiere decir este enorme caballo?
El tal me respondió:
—Este es el caballo rojo: Equus rufus, del Apocalipsis.
Después me desperté y me encontré en la cama muy asustado y durante toda la mañana, mientras decía Misa; en el confesionario tenía delante a aquel animal.
Ahora deseo que alguno averigüe si este "equus rufus", se nombra verdaderamente en las Sagradas Escrituras, y cuál es su significado.
Y encargó a Durando de que buscase la manera de resolver el problema. [Beato] Miguel Don Rúa hizo observar que, realmente en el Apocalipsis, capítulo VI, versículo IV, se habla del caballo rojo, símbolo de la persecución sangrienta contra la Iglesia, como explica en las notas de la Sagrada Escritura, Mons. Martini. He aquí las palabras textuaíes del libro sagrado:
Et cum aperuisset sigillum secundum, audivi secundum animal, dicens: Veni et vide. Et exivit alius equus rufus: et qui sedebat super illum datum est ei ut sumeret pacem de térra, et ut invicem se interficiant et datus est ei gladius magnus.
En el sueño de [San] Juan Don Bosco parece que el caballo representase a la democracia sectaria, que procediendo furiosamente contra la Iglesia avanzaba alentando contra el orden social, sin detenerse ni un solo paso; se imponía a los gobiernos, en las escuelas, en los municipios, en los tribunales, anhelando realizar la obra destructora comenzada con el apoyo y complicidad de las autoridades constituidas, en perjuicio de la sociedad religiosa y de todo piadoso instituto y del derecho común de propiedad.
[San] Juan Don Bosco dijo:
—Sería necesario que todos los buenos y nosotros en nuestra pequeñez procurásemos con celo y entusiasmo poner un freno a esta bestia que irrumpe por doquier alocadamente.
¿De qué manera? Poniendo en guardia a los pueblos mediante el ejercicio de la caridad y con la buena prensa que contrarreste las falsas doctrinas de semejante monstruo, orientando el pensamiento de los pueblos y los corazones hacia la Cátedra de Pedro. En ella está el fundamento indudable de toda autoridad que procede de Dios, la llave maestra que conserva todo orden social; el código inmutable de los deberes y los derechos de los hombres; la luz divina que disipa los errores de las más enconadas pasiones; aquí el fiel guardián y el defensor poderoso de la moral evangélica y de la ley natural; aquí la confirmación de la sanción inmutable de los premios eternos reservados a quienes observan la ley del Señor y las penas igualmente eternas para los transgresores de la misma.
Pero la Iglesia, la Cátedra de San Pedro y el Papa, son una misma cosa. Por tanto, para que estas verdades fuesen acatadas por todos, [San] Juan Don Bosco quería que se hiciesen toda suerte de esfuerzos por deshacer las calumnias contra el Pontificado y que se diesen a conocer los inmensos beneficios que Roma reporta a la vida social y se procurase avivar en todos los corazones, sentimientos de gratitud, fidelidad y amor hacia la Cátedra de Pedro.