LAS DIEZ COLINAS
SUEÑO 48.—AÑO DE 1864. PARTE II
—¡Ah, mis queridos jóvenes!— exclamó al llegar a este punto de la narración del sueño. Yo he visto y he reconocido a los que se quedaron en el valle; a los que volvieron atrás y a los que cayeron del carruaje. Los reconocí a todos. Pero no duden que haré toda suerte de esfuerzos a mi alcance para salvarlos.
Muchos de Vosotros por mí invitados a que se confesaran, no respondieron a mi llamada. Por caridad, salven sus almas.
Muchos de los jovencitos que cayeron del carro fueron a colocarse poco a poco entre las filas de los que caminaban detrás de la segunda bandera.
Entretanto, la música del coche continuaba, siendo tan dulce, que el dolor de [San] Juan Don Bosco fue desapareciendo.
Habíamos pasado ya siete colinas y al llegar a la octava, la muchedumbre de jóvenes llegó a un bellísimo poblado en el que se tomaron un poco de descanso. Las casas eran de una riqueza y de una belleza indescriptibles.
Al hablar a los jóvenes sobre aquel lugar, exclamó:
—Les diré con Santa Teresa lo que ella afirmó de las cosas del Paraíso: son cosas que si se habla de ellas pierden valor, porque son tan bellas que es inútil esforzarse en describirlas.
Por tanto, sólo añadiré que las columnas de aquellas casas parecían de oro, de cristal y de diamante al mismo tiempo, de forma que producían una grata impresión, saciaban a la vista e infundían un gozo extraordinario.
Los campos estaban repletos de árboles en cuyas ramas aparecían, al mismo tiempo, flores, yemas, frutos maduros y frutos verdes. Era un espectáculo encantador.
Los jovencitos se desparramaron por todas partes; atraídos unos por una cosa, otros por otra, y deseosos al mismo tiempo de probar aquellas frutas.
Fue en este poblado donde el joven de Cásale, del que hemos hablado, se encontró con [San] Juan Don Bosco, entablando con él un prolongado diálogo.
Ambos recordaban después las preguntas y respuestas de la conversación que habían mantenido. ¡Singular combinación de dos sueños!
[San] Juan Don Bosco experimentó aquí otra extraña sorpresa. Vio de pronto a sus jóvenes como si se hubiesen tornado viejos; sin dientes, con el rostro lleno de arrugas, con los cabellos blancos; encorvados, caminando con dificultad, apoyados en bastones.
El siervo de Dios estaba maravillado de aquella metamorfosis, pero la voz le dijo:
—Tú te maravillas; pero has de saber que no hace horas que saliste del valle, sino años y años. Ha sido la música la que ha hecho que el camino te pareciera corto.
En prueba de lo que te digo, observa tu fisonomía y te convencerás de que te estoy diciendo la verdad.
Entonces a [San] Juan Don Bosco le fue presentado un espejo. Se miró en él y comprobó que su aspecto era el de un hombre anciano, de rostro cubierto de arrugas y de boca desdentada.
La comitiva, entretanto, volvió a ponerse en marcha y los jóvenes manifestaban deseos de cuando en cuando de detenerse para contemplar algunas cosas que eran para ellos completamente nuevas. Pero [San] Juan Don Bosco les decía:
—Adelante, adelante, no necesitamos de nada; no tenemos hambre, no tenemos sed, por tanto, prosigamos adelante.
Al fondo, en la lejanía, sobre la décima colina despuntaba una luz que iba siempre en aumento, como si saliese de una maravillosa puerta. Volvió a oírse nuevamente el canto, tan armonioso, que solamente en el Paraíso se puede oír y gustar una cosa igual.
No era una música instrumental, sino más bien producida por voces humanas. Era algo imposible de describir, y tanto fue el júbilo que inundó el alma de [San] Juan Don Bosco, que se despertó encontrándose en el lecho.
He aquí la explicación que el [Santo] hizo del sueño.
—El valle es el mundo. La montaña, los obstáculos que impiden despegarnos de él. El carro, lo entienden. Los grupos de jóvenes a pie, son los que, perdida la inocencia, se arrepintieron de sus pecados.
[San] Juan Don Bosco añadió también que las diez colinas representaban los diez Mandamientos de la Ley de Dios, cuya observancia conduce a la vida eterna.
Después añadió que si había necesidad de ello estaba dispuesto a decir confidencialmente a algunos jóvenes el papel que desempeñaban en el sueño, si se quedaron en el valle o si se cayeron del carruaje.
Al bajar [San] Juan Don Bosco de la tribuna, el alumno Antonio Ferraris se acercó a él y le contó delante de nosotros, que oímos sus palabras, que en la noche anterior había soñado que se encontraba en compañía de su madre, la cual le había preguntado que si para la fiesta de Pascua iría a casa a pasar unos días de vacaciones, y que él había dicho que antes de dicha fecha habría volado al Paraíso... Después, confidencialmente dijo algunas palabras al oído de [San] Juan Don Bosco.
Antonio Ferraris murió el 16 de marzo de 1865.
Nosotros —continúa Don Lemoyne— escribimos el sueño inmediatamente y la misma noche del 22 de octubre de 1864, le añadimos al final la siguiente apostilla:
«Tengo la seguridad de que [San] Juan Don Bosco en sus explicaciones procuró velar lo que el sueño tiene de más sorprendente, al menos respecto a algunas circunstancias. La explicación de los diez Mandamientos no me satisface.
La octava colina sobre la cual [San] Juan Don Bosco hace una parada y el contemplarse en el espejo tan anciano, creo que quiere indicar que el [Santo] moriría pasados los setenta años. El futuro hablará».
Este tiempo ha pasado y nosotros tenemos que ratificar nuestra opinión. El sueño indicaba a [San] Juan Don Bosco la duración de su vida.
Confrontemos con éste el de la Rueda, que sólo pudimos conocer algunos años después.
Las vueltas de la rueda proceden por decenios: se avanza de una a otra colina de diez en diez años. Las colinas son diez, representando unos cien años que es el máximo de la vida del hombre.
En el primer decenio vemos a [San] Juan Don Bosco, aún niño, comenzando su misión entre sus compañeros de Bechi, dando así principio a su viaje; después comprobamos cómo recorre siete colinas, esto es, siete decenios, llegando, por tanto, a los setenta años de edad; sube a la octava colina y en ella descansa: contempla casas y campos maravillosos, o mejor dicho, su Pía Sociedad, que ha crecido y producido frutos por la bondad infinita de Dios.
El camino a recorrer en la octava colina es aún largo y el [Santo] emprende la marcha; pero no llega a la novena colina porque se despierta antes. Y así finalizó su carrera en el octavo decenio, pues murió a los setenta y dos años y cinco meses de edad.
¿Qué opina el lector de todo esto? Añadiremos que la noche siguiente, habiéndonos preguntado [San] Juan Don Bosco a nosotros mismos, cuál era nuestro pensamiento sobre este sueño, le respondimos que nos parecía que no se refería solamente a los jóvenes, sino que también quería significar la dilatación de la Pía Sociedad por todo el mundo.
Pero ¿cómo? —replicó uno de nuestros hermanos—; tenemos ya Colegios en Mirabello y en Lanzo y se abrirá algún otro más en el Piamonte. ¿Qué más quiere?
—Son muy diferentes los destinos anunciados por el sueño— dijimos.
Y [San] Juan Don Bosco aprobaba sonriente nuestra opinión.