Monday December 23,2024
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LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO

San Juan Bosco

Fuente: Reina del Cielo

PARTE 1 de 3 »

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]


1.- La misión futura: «Gran sueño», a la edad de 9 años

2.- Amonestación del Cielo

3.- Mirando hacia el porvenir

4.- El tema mensual

5.- Enfermedad de Antonio Bosco

6.- Sobre la elección de estado

7.- Sacerdote y Sastre

8.- El sueño a los 21 años

9.- La Pastorcilla y el rebaño

10.- El porvenir del Oratorio

11.- Los Mártires de Turín

12.- Suerte de dos jóvenes que abandonan el Oratorio

13.- Entrevista con Comollo y precio de un Cáliz

14.- El emparrado

15.- Encuentro con Carlos Alberto

16.- El porvenir de Cagliero

17.- El globo de fuego

18.- Grandes funerales en la corte, parte a

18.- Grandes funerales en la corte, parte b

19.- Las 22 lunas

20.- La rueda de la fortuna

21.- Mamá Margarita

22.- Los panes

23.- La marmotita

24.- El gigante fatal

25.- Documentos comprometedores

26.- Las catorce mesas

27.- Sobre el estado de las conciencias

28.- Mortal amenaza

29.- Un paseo al Paraíso

29.- Un paseo al Paraíso, parte b

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

30.- La linterna mágica, parte a

30.- La linterna mágica, parte b

30.- La linterna mágica, parte c

30.- La linterna mágica, parte d

31.- Las dos casas

32.- Las dos pinos

33.- El pañuelo de la virgen

34.- Las distracciones de la iglesia

35.- Los jugadores

36.- Predicción de una muerte, parte I

36.- Predicción de una muerte, parte II

37.- Las dos columnas

38.- El sacrilegio

39.- El caballo rojo

40.- La serpiente y el Ave María

41.- Los colaboradores de Don Bosco

42.- Asistencia a un niño muribundo

43.- El elefante blanco

44.- El bolso de la virgen

45.- Una muerte profetizada

46.- El foso y la serpiente

47.- Los cuervos y los niños

48.- Las diez colinas, parte a

48.- Las diez colinas, parte b

49.- La viña, parte a

49.- La viña, parte b


LA VIÑA

SUEÑO 49.—AÑO DE 1865. PARTE I

El 16 de enero, [San] Juan Don Bosco habló así a los jóvenes del Orato­rio, después de las oraciones de la noche:

La mitad de enero ha pasado ya. ¿Cómo hemos empleado el tiempo? Esta noche, si les parece bien, les contaré un sueño que tuve anteayer.

Me pareció encontrarme de viaje en compañía de todos los jóve­nes del Oratorio y de otros muchos a los cuales no conocía. Nos de­tuvimos a desayunar en una viña y todos mis acompañantes se desparramaron por acá y por allá para comer fruta. Unos comían higos, otros uvas; quiénes albaricoques, quiénes guindas. Yo estaba en medio de mis muchachos y cortaba racimos de uva, cogía higos y los distribuía entre todos, diciendo:

—Para ti; toma y come.

Me parecía que estaba soñando y sentía que así fuese, pero al fin me dije:

—Sea lo que fuere, dejemos que los jóvenes coman.

Entre las hileras de las vides estaba el dueño.

Cuando restauramos nuestras fuerzas, proseguimos la marcha atravesando la viña; el camino era difícil. La viña, como acontece ordinariamente, ofrecía en toda su amplitud profundos surcos, de manera que unas veces había que subir, otras teníamos que bajar y, de cuando en cuando, menudeaban los saltos.

Los más fuertes lo hacían con facilidad, pero los más pequeños al intentarlo caían al foso.

Esto me disgustaba sobre manera, por lo que mirando a mi alrededor en­contré un camino que bordeaba la viña. Entonces me dirigí hacia él en compañía de todos mis jóvenes.

Pero el dueño de la viña me detuvo y me dijo:

—Mire, no vaya por ese camino; es impracticable, está cubierto de piedras, de espinas, de fango y de fosos; continúe por el camino que había elegido anteriormente.

Yo le repliqué:

—Tiene razón; pero estos pequeños no pueden andar a través de esos surcos.

—¡Oh!, eso pronto se arregla —continuó el otro—; que los mayores lleven a cuestas a los menores y podrán saltar aunque va­yan cargados con tal peso.

No me convencí de lo que me acababa de decir y me dirigí con todos mis jóvenes al límite de la viña, junto al camino que había visto y comprobé que mi interlocutor me había dicho la verdad.

El ca­mino era infame, impracticable. Vuelto a Don Francesia. le dije: —Incidit in Scyllam qui vult vitare Charibdim.

Y fue forzoso, tomando por un sendero, atravesar de la mejor manera posible toda la viña, siguiendo el consejo del dueño de la misma.

Al llegar al final nos encontramos con un tupido vallado de espi­nas y nos abrimos en él un paso con mucha dificultad; bajando por una pendiente nos hallamos después en un valle amenísimo, lleno de árboles y cubierto de jugosos pastos.

En medio de aquel prado vi a dos jóvenes antiguos alumnos del Oratorio, los cuales, apenas me divisaron se dirigieron a mí y me saludaron. Nos detuvimos a hablar y uno de ellos, después de cambiar conmigo algunas impresiones:

—¡Mira qué hermosura!— me dijo, enseñándome dos pájaros que tenía en la mano.

—¿Qué pájaros son esos?—, le pregunté.

—Una perdiz y una codorniz que he cogido.

—¿Está viva la perdiz?—, le pregunté nuevamente.
—¡Claro! ¡Mírala!—, me dijo mientras me entregaba una hermosísima perdiz de algunos meses.

—¿Come sola?

—Ya empieza a hacerlo.

Y mientras le daba de comer me di cuenta de que tenía el pico dividido en cuatro partes. Le manifesté mi extrañeza, preguntando a aquel joven el motivo de aquel fenómeno.

—¿Cómo? —me replicó—. ¿[San] Juan Don Bosco no sabe eso? Lo mismo significa el pico de la perdiz dividido en cuatro partes, que la misma perdiz.

—No comprendo.

—¿Que no comprendes habiendo estudiado tanto? ¿Qué nom­bre se le da a la perdiz en latín?

—Perdix.

—Pues ahí tiene la clave del misterio.

—Hazme el favor de hablar claro.

—Mire: fíjese en las letras que componen el vocablo perdix. P quiere decir perséverantia; E, Aeternitas te expectat; R, Referí unusquisque secundum opera sua, prout gessit, sive bonum, sive malum; D, Dempto nomine.

Echada a un lado la fama, la gloria, la ciencia, la riqueza. I, significa ¡bit. He aquí lo que representan las cuatro partes del pico: los novísimos.

—Tienes razón, he comprendido; pero, dime: ¿Y la X dónde la dejas? ¿Qué quiere decir?

—¿Cómo? ¿Habiendo estudiado tantas matemáticas no sabe qué quiere decir la X?

—Sé que la X representa la incógnita.

—Pues bien, cambie el término y llámelo lo desconocido: Irá a  un lugar desconocido (in locum suum).

Sin salir de mi asombro y mientras atendía a estas explicaciones, fe pregunté:

—¿Me regalas esta perdiz?

—Sí; con mucho gusto. ¿Quiere ver también la codorniz?

—Sí; enséñamela.

E inmediatamente me presentó una hermosa codorniz, al menos eso parecía.

La tomé en mis manos, le levanté las alas y vi que esta­ba toda cubierta de llagas y, poco a poco, se fue tornando tan fea y asquerosa, despidiendo un hedor tan pestilente que provocaba náu­seas.

Entonces pregunté al joven qué significaba aquel cambio.

Y me respondió:

—¡Vos sois sacerdote y no sabéis estas cosas! ¡Vos que habéis estu­diado Sagrada Escritura! ¿Recordad cuando los hebreos, estando en el desierto, murmuraron de Dios y él Señor les mandó codornices y comieron de ellas, y aún las estaban gustando, cuando millares de ellos fueron castigados por la mano divina?

Por tanto, este animal quiere decir que mata más gente la gula que la espada y que el ori­gen de la mayor parte de los pecados proviene de este vicio.

Entonces di las gracias al joven por sus explicaciones.

Entretanto, en los vallados, sobre los árboles, entre la hierba, iban apareciendo perdices y codornices en gran número; unas y otras semejantes a las que tenía en la mano mi joven acompañante. Los muchachos comenzaron a cazar procurándose así la comida.

Después continuamos el viaje. Todos los que comieron perdices se tornaron robustos y pudieron seguir adelante. Cuantos comieron codornices se quedaron en el valle, dejaron de seguirme y, a poco, los perdí de vista, no volviéndoles a ver más.

Pero de pronto, mientras caminaba, la escena cambió por comple­to.

Me pareció estar en un inmenso salón más grande que el Orato­rio, comprendido el patio; todo aquel local estaba ocupado por una gran multitud de personas.

Miré a mi alrededor y no conocí a nadie, no había allí ni un solo individuo del Oratorio.

Mientras estaba contemplando todo aquello sin poder salir de mi extrañeza, se me acercó un hombre diciéndome que había un pobrecito que estaba gravemente enfermo, en peligro de muerte, que tuviese la bondad de ir a confesarlo.

Yo le respondí que con sumo gusto lo haría; y sin más lo seguí.

[Contínua parte II]

 

   

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