|  |  MEDITACIONES
        
 
  
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 »Por qué el Yoga, en la filosofía y en la práctica, es incompatible con el Cristianismo
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 »María, la que más conoce y
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 en nuestra vida
 
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 que los hechos
 
 »Eucaristía y compromiso de caridad
 
 »La providencia de Dios
 »Lo que Cristo quiere ser para ti »Lo que ella sabía que su hijo cruzaba la hora más amarga »Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
 
 »Dolor, humillación y gloria
 de las espinas
 
 
 
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        | Autor: P.Octavio Ortíz  | Fuente: catholic.net 
           Solemnidad del Cuerpo y Sangre de CristoSagrada Escritura
 
 Primera: Dt 8, 2-3.14b-16a
 Salmo 147
 Segunda: 1 Cor 10, 16-17
 Evangelio: Jn 6, 51-58
 
 Nexo entre las lecturas
 
 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Estas palabras del  evangelio de San Juan nos introducen en el misterio de la presencia Eucarística  que celebramos en esta solemnidad. La liturgia nos ofrece tres elementos que  orientan nuestra reflexión: la experiencia del desierto del pueblo de Israel,  el alimento del camino y la vida que no es derrotada por la muerte. El libro  del Deuteronomio (1L) evoca el paso del pueblo por el desierto. Este memorial  tiene el objeto de despertar la responsabilidad de los oyentes con respecto a  las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el  desierto, lleno de adversidades y contratiempos, no es simplemente una  situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba.  Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofrece el  sustento a los que desfallecen. Yahveh sale al paso de sus necesidades y les da  el maná. Este alimento que el Señor ofrece en el desierto sostiene la vida del  pueblo y lo ayuda a continuar la marcha. Así como en el pasado, Israel atravesó  por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así ahora, en el  presente de nuestras vidas el Señor no es ajeno a la suerte humana. . En  verdad, Dios es amigo la vida y no odia nada de cuanto ha creado. Esta verdad  encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la  tengamos en abundancia. Por eso nos da a comer su carne, verdadera comida, y a  beber su sangre, verdadera bebida, para que tengamos vida eterna (EV). Participando  todos de un solo pan (Eucarístico) formamos un solo cuerpo (2L).
 
 
 Mensaje doctrinal
 
 1. El significado de la experiencia del desierto para el pueblo de Israel.  La experiencia del Éxodo -no dice el Santo Padre en la Evangelium Vitae-  es original y ejemplar. Israel aprende de ella que, cada vez que es amenazado  en su existencia, sólo tiene que acudir a Dios con confianza renovada para  encontrar en él asistencia eficaz: « Eres mi siervo, Israel. ¡Yo te he formado,  tú eres mi siervo, Israel, yo no te olvido! » (Is 44, 21). EV 31. Parece que  Dios en su pedagogía desea llevar al alma al desierto y allí probar su corazón  y hablarle al corazón. Una prueba y una palabra. Una prueba que purifica, que  hace crecer, que fortalece el alma. Una palabra que ilumina, que orienta y crea  una amistad profunda. La experiencia de Dios pasa siempre por una especie de  desierto donde el alma se desprende de sí, se purifica de sus pasiones y va  ascendiendo por etapas hasta entonces desconocidas. Entonces tiene una  experiencia nueva y más profunda de Dios y de su amor. Así lo expresa el  profeta Oseas hablando de cómo Yahveh es esposo fiel del pueblo infiel: Voy a  seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. En el desierto la  esposa infiel conocerá al Señor, volverá al amor primero. El Señor habla al  corazón, toma cuidado de su pueblo y lo quiere como un esposo quiere a su  esposa. No lo abandona, incluso cuando Él mismo es abandonado.
 
 En el texto del Deuteronomio que hoy nos ocupa la experiencia del desierto es  una prueba que desvela lo que hay en el corazón; una prueba para ver si el  pueblo guarda los preceptos de Yahveh. Pero, sobre todo, se subraya que el  Señor es quien da sustento a su pueblo en las horas de peligro, y que este  sustento no es sólo el pan material, sino cuanto sale de la boca de Dios. Se le  pide a Israel una confianza y un abandono no indiferente ante Yahveh. Se le  pide que deje toda preocupación material en las manos de Dios y que se ocupe en  seguir la marcha que se le ha propuesto. Un mensaje arduo: alimentarse sólo de la Palabra de Dios, dar  crédito total y sin limitaciones a los planes de Dios en la propia vida, sin  temores, sin reticencias. Mensaje siempre actual
 
 2. El significado de la presencia eucarística. Gracias a Jesucristo,  hombre y Dios verdadero, nos es concedida, por medio de la fe, la vida eterna. En  el evangelio de hoy se subraya que Jesús mismo es el pan de vida: su carne es  verdadera comida y su sangre verdadera bebida y sólo el que come su carne y  bebe su sangre tiene vida eterna. Se trata de un lenguaje muy realista que  llama la atención. El evangelista hablando de este modo, quiere dar a entender  que el pan eucarístico es “verdaderamente” el cuerpo de Cristo y el vino consagrado  es “verdaderamente” la sangre de Cristo. Quien come este cuerpo y bebe esta  sangre tiene la vida eterna y la promesa de Cristo de que lo resucitará el  último día.
 
 Nos encontramos pues de frente al maravilloso misterio de la presencia real de  Cristo en el Eucaristía. El catecismo de la Iglesia Católica  nos dice en el número 1374: El modo de presencia de Cristo bajo las especies  eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los  sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el  fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73,  3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real  y substancialmente el Cuerpo y la   Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor  Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta  presencia se denomina `real’, no a título exclusivo, como si las otras  presencias no fuesen `reales’, sino por excelencia, porque essubstancial, y por  ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39). No es,  por tanto, una simple presencia simbólica, sino una presencia real. En el  sacrificio de la Misa  ha tenido lugar la transubstanciación: el pan se ha convertido en el verdadero  cuerpo de Cristo y el vino en la verdadera sangre de Cristo.
 
 Cristo se hace totalmente presente y se nos ofrece como alimento, como viático  del camino. Su gracia es la que nos sostiene, su amor es el que nos reanima. Gracias  a su sacrificio y a su presencia eucarística nosotros podemos aspirar a la vida  eterna. San Juan Crisóstomo comenta al respecto: Cuando veas que está sobre el  altar el cuerpo de Cristo, di a ti mismo: por este cuerpo no soy ya en adelante  tierra y ceniza; ya no soy cautivosino libre; por este cuerpo, espero los  cielos y estoy seguro de que obtendré los bienes que hay en ellos: la vida  inmortal, la suerte de los apóstoles, la conversación con Cristo. Éste es aquel  cuerpo que fue ensangrentado, traspasado con lanza y que manó fuentes  saludables, la de la sangre, la del agua para toda la tierra... Este cuerpo se  nos dio para que lo tuviéramos y comiéramos, lo cual fue de amor intenso".  (S.Juan Crisostomo, In epist. 1 ad Cor 24,4: PG 61, 203; R1195).
 
 El sacramento de la   Eucaristía es el sacramento que nos hace más patente el “amor  hasta el fin” de Cristo Señor. En la Eucaristía encontramos la vida, en la Eucaristía encontramos  las fuerzas para seguir el camino, en la Eucaristía encontramos al amigo incomparable de  nuestras almas que está allí siempre para escucharnos y ofrecernos su amistad. Podemos  atravesar ya cualquier desierto, podemos ser puestos a prueba por innumerables  adversidades, en la   Eucaristía encontraremos las fuerzas necesarias para superar  el combate.
 
 
 Sugerencias pastorales
 
 1. Promoción del amor a la   Eucaristía. En tiempos pasados, cuando el sacerdote celebraba la Eucaristía mirando a  oriente y daba la espalda al pueblo, los fieles deseaban ardientemente poder  mirar la Eucaristía  en el momento de la elevación. En algunos casos, nos narran los historiadores,  se subían a las bancas para tener una mejor visión o incluso se movían de un  altar lateral a otro para poder tener esta oportunidad. En los fieles, por  tanto, existe un vivo deseo de mirar a Jesús sacramentado. Lo percibimos en las  procesiones Eucarísticas, en los momentos de adoración con el Santísimo  expuesto, en el momento mismo de recibir la comunión. Como pastores nos  corresponde promover el amor a la   Eucaristía usando todos los medios a nuestro alcance. Entre  ellos podemos destacar los siguientes:
 
 a) Valoración del sentido de lo Sagrado en la Celebración Eucarística  y en el culto al Santísimo Sacramento en el tabernáculo. Esta valoración la  podemos hacer por muy diversos medios como el cuidado y decoro de la acción  litúrgica, de los vasos sagrados, de los ornamentos. La instrucción de los  fieles en la homilía, en conferencias y catequesis. Finalmente, esta valoración  de lo sagrado convendría hacerla desde la infancia y muy particularmente en la  preparación a la primera comunión.
 
 b) La participación activa en la celebración Eucarística. Esta participación  requiere de unos presupuestos. Es decir, los fieles deben acercarse a la  celebración con unas disposiciones interiores que favorezcan la vivencia de la Misa. En especial  pensamos en el silencio y el recogimiento. Son dos condiciones sin las cuales  difícilmente se podrá participar con fruto en la celebración. Silencio de las  palabras. Silencio de las inquietudes. Se trata de disponer el alma para entrar  en el ámbito de Dios. Después, en la celebración misma, se buscará una  participación activa en las respuestas, en los cantos, en las posturas, pero  sobre todo en la actitud del alma de unirse al sacrificio de Cristo en el  altar. Éste es el sentido original del “participar”, es decir, tomar parte en  el sacrificio de Cristo. La actitud del Cireneo es muy instructiva a este  respecto, él toma parte en la cruz de Cristo y la recibe como un don. El  cristiano que verdaderamente “participa”, “toma parte en la cruz de Cristo”,  sale del templo santo con una nueva actitud ante la vida y con una nueva  conciencia de su misión como cristiano.
 
 c) Promoción de la adoración eucarística. Es sumamente conmovedor ver que en  medio de las grandes ciudades, se encuentran capillas e Iglesias en las que se  tiene la adoración eucarística permanente. Pensemos, por ejemplo, a la misma  Basílica de San Pedro. En la capilla del Santísimo Sacramento vemos desfilar un  número enorme de personas que se recogen para orar un momento en medio de su  visita a la tumba de San Pedro. El momento de adoración es para ellos ocasión  para detenerse y experimentar la presencia eucarística de Cristo. ¡Cuánto bien  haremos a nuestro fieles ayudándoles a vivir una vida eucarística intensa! Se  tratará de promover pues la adoración eucarística en diversos momentos. Sabemos,  por ejemplo, que a los jóvenes les resulta muy motivadora la adoración  eucarística nocturna. Desean pasar a solas con Cristo un momento en medio de la  obscuridad y el silencio.
 
 2. Promoción entre los fieles de la recepción digna y frecuente del  sacramento de la   Eucaristía. Esto supone una acción a dos niveles. Por una lado  conviene insistir en todos los frutos espirituales que se siguen de la comunión  frecuente; pero, por otro lado, conviene insistir en la necesidad de acercarse  al sacramento con una conciencia limpia. En este sentido es importante valorar  la necesidad del sacramento de la penitencia.
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