María llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde existe el amor, no muere nunca la felicidad. 
Se ha  observado muchas veces dentro de nuestro entorno religioso que las almas  amantes de la Virgen María gozan y esparcen una alegría especial. 
  
  Es un hecho  comprobado y que nadie puede negar. La Virgen arrastra a multitudes hacia sus  santuarios. 
  
  Ante su imagen se congregan las gentes con flores, con velas, y  rezan y cantan con fervor y entusiasmo inigualable. 
  
  Y sobre ese ambiente flota  un aire de paz y de alegría que no se da en otras partes. ¿Por qué será?... 
  
  Una  respuesta nos sale espontánea de los labios, y no nos equivocamos: ¡Pues,  porque están con la Madre!... 
Si esta es  la razón más poderosa. Entonces, si queremos vivir alegres, y ser además  apóstoles de la alegría para desterrar de las almas la tristeza, ¿por qué no  contamos más con María?... 
Partamos de  la realidad familiar. Se trata de un hogar bien constituido. La madre ha sido  siempre el corazón de ese hogar y los hijos se han visto siempre también  amparados por el calor del corazón más bello que existe. ¿Puede haber allí  tristeza?... 
  Aún podemos  avanzar un poco más en nuestra pregunta, y plantear la cuestión de otra manera  diferente. 
Se trata de  un hijo que viene con un fracaso espantoso, del orden que sea. No sabe dónde  refugiarse. Pero llega a la casa y se encuentra con la madre que le está  esperando. ¿Cabrá allí la desesperación? ¿Dejarán de secarse las lágrimas de  los ojos? ¿Volverán los labios a sonreír?... 
Todas estas  cuestiones están de más. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla  nunca. Y al no fallar su amor, al lado de ella la tristeza se hace un  imposible. 
  
  Esto que  nos pasa a todos en el seno del hogar cuando contamos con la bendición de una  madre, es también la realidad que se vive en la Iglesia. Dios ha querido que en  su Iglesia no falte la madre, para que en esa casa y en ese hogar del  cristiano, como es la Iglesia, no sea posible la tristeza, pues se contará en  ella con el ser querido que es siempre causa de alegría. 
Por eso  Cristo, moribundo en la Cruz, declaró la maternidad espiritual de María, nos la  dio por Madre, y nosotros la aclamamos gozosos: ¡Madre de la Iglesia!. 
  
  Por eso el  pueblo cristiano, con ese instinto tan certero que tiene --como que está guiado  por el Espíritu Santo-- llama a María Causa de nuestra alegría. 
Unos  jóvenes ingeniosos, humoristas y cristianos fervientes, hicieron suyo un  eslogan publicitario, que aplicaron a María y lo cantaban con ardor: 
  
  - Y sonría,  sonría, con la protección de la Virgen cada día. 
  Habían  cambiado el nombre de una pasta dentífrica por el nombre más hermoso, el de la  Virgen. ¡Bien por la imaginación de nuestros simpáticos muchachos!... 
Esos  jóvenes cantaban de este modo su ideal y pregonaban por doquier, de todos modos  y a cuantos quisieran oírles, su amor a la más bella de las mujeres. 
Amar a la  Virgen es tener el alma llena de juventud, de ilusiones, de alegría. Un amar  que lleva a esparcir siempre en derredor ese optimismo que necesita el mundo. 
Amar y hacer  amar a la Virgen alegra forzosamente la vida. La mujer es el símbolo más  significativo del amor, el ser más querido del amor, el difusor más potente del  amor. 
Y mujer  como María no hay, la mujer más bella salida de la mano de Dios. 
  
  María, al  dar amor, llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde  existe el amor, no mueren ni menguan nunca la felicidad, la belleza, el  cantar... 
Alegría y  cantar de los que el mundo moderno está tan necesitado. 
  
  Alegría la  más sana. Cantar el más puro a la más pura de las mujeres. 
  
  Con María,  las caras aparecen radiantes, con la sonrisa siempre a flor de labios, como un  rayo primaveral. 
  Ser apóstol  de María es ser apóstol de la felicidad. 
Llevemos  María al que sufre soledad, y le haremos sonreír. 
  Llevemos  María al tímido, y lo convertiremos en decidido y emprendedor. 
  
  Llevemos  María al triste, y el que padece comenzará a disfrutar. 
  
  Llevemos  María al anciano, y lo veremos volver a los años felices de la juventud. 
  
  Llevemos  María al pecador, y veremos cómo el culpable vuelve muy pronto a su Dios. 
  
  Llevemos  María a nuestro propio hogar, y veremos lo que será nuestra familia con dos  madres juntas, que no son rivales celosas, sino dos amigas inseparables. 
  
  Llevemos  María a nuestros amigos, ¡y sabremos lo que es 
  amarnos con una mujer como Ella  en medio del grupo!... 
Hemos dicho  antes que la piedad cristiana, siempre conducida por el Espíritu Santo, llama a  la Virgen: Causa de nuestra alegría. 
  
  No puede  ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús, el que es  el gozo del Padre, el pasmo de los Angeles, la dicha colmada de los Santos. 
Como los  jóvenes aquellos, junto con la plegaria, tenemos siempre en los labios el  nombre de María, y sabemos decirnos: 
  
  - Sonría,  sonría, con la protección de la Virgen cada día....