|  |  MEDITACIONES
        
 
  
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 »Entrevista con San Pedroy San Pablo
 
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 »Madre enséñame a orar contigoy como Tú lo hacías
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 »María, ahora es todo luz
 
 
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 »Lo que Cristo quiere ser para ti »Lo que ella sabía que su hijo cruzaba la hora más amarga »Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
 
 »Dolor, humillación y gloria
 de las espinas
 
 
 
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        | Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: catholic.net 
           Dolor, humillación y gloria de las espinasDolor añadido, por si fuera poco la flagelación. Pero había que martirizar cada  parte de su cuerpo. Después de la flagelación y la corona sólo quedaban sin  torturar las manos y los pies. Pero por poco tiempo.
 
 Si sólo le hubieran coronado de espinas, excluyendo los demás tormentos,  hubiera sido terrible, dolorosísimo; pero juntaron herida sobre herida, dolor  sobre dolor, hasta convertir todo su cuerpo en una herida en carne viva.
 
 Pero las espinas llevaban en su punta cruel un veneno; la humillación, la burla  infinita contra el tres veces Santo. “De Dios nadie se ríe” se lee en la Biblia. ¿Qué de Dios nadie  se ríe? Todos se burlaron, y de la forma más humillante: Fue un paréntesis que  concedió la Misericordia  a la maldad de los hombres: Se rieron, se burlaron, le pegaron, le escupieron,  le torcieron la boca, le llamaron blasfemo a Dios. Y no cayó ningún rayo. ¿De  Dios nadie se ríe?...De Dios se rieron todos en la pasión...
 
 Pero la corona de espinas es gloriosa. Sus espinas terribles significan tanto  amor, tanto perdón y tan gran misericordia que son benditas. Líbreme Dios de  gloriarme si no es en las espinas de su corona. Los azotes, las espinas, las  humillaciones gritan el amor de Dios a cada uno de los hombres. Me amaste y te  entregaste a la flagelación por mí. Me amaste y te entregaste a la coronación  de espinas por mí.
 
 “¿Luego Tú eres Rey?- Le preguntó Pilato.
 
 Sí. Rey de las espinas, el Rey del amor, de la Misericordia, el Rey  de los corazones. Reinará siempre teniendo como escabel de sus pies a todos sus  enemigos. Los que alguna vez le retaron, le insultaron, se befaron, caerán  mudos de espanto a sus pies.
 
 La forma de convertirse en rey contrasta con la de todos los demás: No fue por  la espada, sino por la humillación. Pero su reino no es efímero como los demás.  Es eterno y durará por los siglos de los siglos. Más vale que, si hemos guerreado  en el bando enemigo, nos pasemos a sus filas como quien le pidió un día:  “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. De lo contrario ese rey humilde del  que todos se rieron, un día nos dirá: “Apartaos de mí para siempre”.
 
 Rey de mártires , de confesores, de vírgenes...de los mejores hombres y mujeres  que han existido. Rey de miles de niños y niñas que demostraron ser más  valientes que muchos adultos. Rey de innumerables convertidos: transformados de  asesinos y ladrones y perversos en santos. Rey de los más difíciles. La mitad  de sus mejores súbditos fueron primero grandísimos sinvergüenzas. Se pasaron  del otro bando al de Cristo. Tuvieron tiempo para pensarlo, y optaron por Él.
 
 Si pienso en mis pecados a fondo, me turbo, me aniquilo, siento la tentación de  la desesperanza. Por eso prefiero pensar en el amor que perdona toda esa deuda  y entonces me enardezco y me apasiono de amor por Él. Judas se ahorcó con la  soga de la desesperación. Pedro se salvó con las lágrimas del arrepentimiento y  del amor triunfador. A todos los reprobados en el amor Jesús les ofrece una  segunda vuelta con tres preguntas iguales:”¿Me amas?” Si la respuesta es “Tú  sabes que te quiero”, pasan el examen, y son admitidos de nuevo en su ejército.  Por eso, aunque uno sea malo, perverso, si se atreve a arrepentirse y a amar  otra vez, tiene salvación.
 
 ¡Oh bendita corona de dolor, de humillación y de gloria! Líbreme Dios de  gloriarme en nada si no es en la corona de espinas, en los azotes, los clavos y  la cruz de Jesús, por los cuales he sido salvado del eterno dolor. En la Pasión todo habla de amor,  grita el amor. Cada hombre cuenta con ese amor divino durante toda la vida. Todavía  el último día uno puede exclamar:”¡OH divino y bendito dolor, sálvame!” Y  siempre escuchará la misma respuesta: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
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