|  |  MEDITACIONES
        
 
  
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 »Dolor, humillación y gloria
 de las espinas
 
 
 
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        | Autor: P. Fernando Pascual LC      | Fuente: catholic.net Cuando sufrir es bello
 
 El  sufrimiento es, para muchos corazones, un enemigo que se busca alejar a  cualquier precio. Porque parece que sufrir es fracasar, es perder. Porque el  dolor es visto por muchos como algo negativo, una derrota que debería  desaparecer en el mundo de los hombres. 
 Pero la vida humana, ¿mejora realmente si dejamos de sufrir, si eliminamos todo  dolor? ¿No es injusto el precio que hay que pagar para conseguir una existencia  más placentera, más exitosa, más fácil? ¿Qué gana quien rehuye todo esfuerzo,  quien aparta sus ojos del dolor ajeno, quien se esconde a la hora de repartir  tareas pesadas que “alguien” tiene que llevar a cabo?
 
 En el camino de la vida el dolor aparece de mil maneras. A veces como un  accidente inesperado. Otras veces desde una enfermedad que avanza poco a poco. En  ocasiones, desde la pena ajena: no puede resultarnos indiferente la angustia de  la madre que pierde a su hijo, el dolor de un viudo solitario, la tristeza del  obrero despedido.
 
 Si hay quienes ven el dolor como un enemigo, como una derrota, también hay  quienes descubren que sólo a través del sufrimiento la vida llega a ser  verdaderamente humana. Porque sufrir no es sinónimo de perder. Muchas veces es,  simplemente, la consecuencia de un amor maduro, solidario, pleno. Es entonces  cuando sufrir es bello.
 
 Así lo explicaba el Papa Benedicto XVI: “Sufrir con el otro, por los otros;  sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el  fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos  fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (encíclica  “Spe salvi” n. 39).
 
 El Papa preguntaba en ese mismo texto: “¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan  importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es  tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan  grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo?”
 
 La respuesta, para la fe cristiana, es “sí”. Sí: vale la pena darse al otro,  vale la pena amar sin reservas, vale la pena dejar comodidades para embarcarse  en el mundo de la donación, de la verdad, de la justicia. Porque Dios mismo nos  ha dado ejemplo, pues Él, que es “la Verdad y el Amor en persona”, quiso  “sufrir por nosotros y con nosotros” (“Spe salvi” n. 39).
 
 Con la mirada en la Cruz de Cristo, con el descubrimiento del verdadero sentido  del dolor y del sufrimiento “por amor del bien, de la verdad y de la justicia”,  podemos superar el deseo de comodidades y el miedo a lo difícil, y hacer que  nuestra vida sea plena, sea verdadera, sea buena.
 
 “La verdad y la justicia han de estar por encima de mi comodidad e incolumidad  física, de otro modo mi propia vida se convierte en mentira. Y también el ‘sí’  al amor es fuente de sufrimiento, porque el amor exige siempre nuevas renuncias  de mi yo, en las cuales me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el  amor sin esta renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en  puro egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor” (“Spe salvi” n. 38).
 
 No es hermosa la vida que renuncia al dolor bueno, ese dolor que nace cuando  amamos sin medida. Porque quien no ama hasta el dolor sincero llevará una vida  raquítica, llena tal vez de pequeñas satisfacciones momentáneas pero hueca en  lo que de verdad nos define como seres humanos: esa capacidad de amar hasta  sufrir por el bien del otro.
 
 Sólo cuando nos abramos al amor pleno, sólo cuando dejemos egoísmos y mentiras  que empobrecen, entraremos en un horizonte de entrega donde no faltarán heridas  ni penas, pero donde la alegría del discípulo será semejante a la del Maestro y  del Pastor que sufrió y dio la vida porque amaba a sus amigos...
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