|  |  MEDITACIONES
        
 
  
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 »Por qué el Yoga, en la filosofía y en la práctica, es incompatible con el Cristianismo
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 »María, Causa de nuestra alegría
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 »Jesús, la mejor opción en la vida »Eucaristía y Sagrario »En la frente... una cruz de ceniza bendecida »Dejar que Cristo entre en  corazón »El ayuno, don total de uno mismo a Dios
 »Ante la presencia de Jesús ...un consolador recuerdo »Que Nunca nos falte María »La más tierna de las madres y la más poderosa de las Reinas »La Noche Vieja  »Dios de Dios, Luz de Luz  »La Guadalupana, tu madre  »El clamor del Adviento  »Meditación ante el Santísimo Sacramento » El Espíritu en acción, los carismas del Espíritu Santo » Dios esta dónde le dejan entrar 
 » Obediente hasta la cruz
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 »Con María, y un rosario
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 »Reina y Madre de sus queridos hijos  »María es inmensamente feliz en el cielo
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 »Jesucristo Sacerdote
 
 »María, la que más conoce y
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 que los hechos
 
 »Eucaristía y compromiso de caridad
 
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 »Lo que Cristo quiere ser para ti »Lo que ella sabía que su hijo cruzaba la hora más amarga »Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
 
 »Dolor, humillación y gloria
 de las espinas
 
 
 
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        | Autor: P.  Pedro García Cmf   | Fuente: catholic.net 
          ¡Aquí estás presente, Señor!Pablo sobre la EucaristíaDos protestantes norteamericanos se hallaban en  una iglesia católica del norte de Italia. La señora, muy cristiana, acababa de  perder a su esposo en el viaje, y, al no tener iglesia episcopaliana en la  ciudad, iba al culto católico con la familia que la hospedaba cariñosamente.
 
 Aquel día en la Misa, al alzarse la Sagrada Hostia en  la consagración, le dice con sorna el amigo que le acompañó sólo por  caballerosidad:
 
 - ¿Te das cuenta? A eso llaman los católicos el  Cuerpo de Cristo. Un simple recuerdo lo han convertido en el mismo Señor  Jesucristo, y eso es lo que adoran.
 
 La joven señora calló. Pero empezó a discurrir, y  contestó seriamente a su amigo:
 
 - ¿No está aquí Jesucristo? ¿Es la Eucaristía sólo un  recuerdo? Entonces, ¿cómo dice San Pablo que el que comulga indignamente se hace  reo del Cuerpo y de la Sangre  del Señor?...
 
 El amigo se calló como un muerto y no supo qué  responder.
 
 Aquí estuvo todo. La señora protestante, bellísima  mujer y ahora viuda, se hizo católica con sus cinco hijitos; en la Iglesia Católica  comulgó muchas veces, y hoy la veneramos en los altares como la primera  norteamericana canonizada: Santa Elizabeth Seton.
 
 Mujer tan querida, nos pone hoy ante una página  verdaderamente excepcional de San Pablo: los capítulos diez y once de la  primera carta a los de Corinto. ¿Por qué es tan “excepcional” esta página?  Porque nos narra, con una fidelidad asombrosa, la institución de la Eucaristía bastantes  años antes de que lo hagan los Evangelios.
 
 Y lo hace Pablo con las mismas palabras que  Marcos, Mateo y Lucas, sin ponerse para nada de acuerdo con ninguno de los  evangelistas, y con esta monición previa:
 
 - Les transmito la tradición que recibí del Señor.
 
 Es decir: la verdad que Pablo nos narra la ha  bebido inmediatamente en la fuente más pura, como eran los apóstoles testigos  de la Última Cena, y los primerísimos cristianos de las Iglesias de Damasco y  de Antioquía y de Jerusalén, en las que recibió al Señor al celebrarse la Fracción del Pan.
 
 Por eso dice: “¡Les  transmití la tradición que yo mismo recibí del Señor!”.
 
 ¡Benditas palabras de Pablo, que borran en la Iglesia,  independientemente de los Evangelios, cualquier duda acerca de la realidad de la Eucaristía!
 
 “Dios está aquí”, canta desde entonces la Iglesia, y lo seguimos  cantando nosotros con la misma fe de Pablo, de los demás apóstoles, de nuestros  primeros hermanos en la fe.
 
 Como los racionalistas no pueden negar las  palabras de Pablo ni las pudo borrar Lutero, todos los que están fuera de la Iglesia, por más  explicaciones que se les quieran dar, siempre chocan con la tremenda realidad  que dice Pablo: Esto ES ni cuerpo, esta ES mi sangre.
 
 Si ES, nada vale el cambiar la palabra por otras  que se inventan a montones:
 
 - Celebren esto; “figura” de mi Cuerpo…; hagan  esto como “memoria” de mi cuerpo…; conserven esto como “recuerdo” mío…
 
 Es inútil hablar así: Pablo el primero, y los  Evangelios después, escribieron nítidamente:
 
 “Esto ES mi cuerpo, esta Es mi sangre”. Y Juan, ya  ancianito, transmite las palabras del mismo Jesús: “Porque mi carne ES  verdadera comida, y mi sangre ES verdadera bebida”.
 
 Pero, vaya, hoy no vamos a salirnos del relato de  Pablo.
 
 Los sacrificios ofrecidos a los ídolos le sirven  como de introducción:
 
 - ¿No se dan cuenta de que nosotros ofrecemos el Cuerpo  y la Sangre  del Señor? ¿Cómo pueden entonces ustedes comer el Cuerpo y Sangre del Señor,  verdadero sacrificio cristiano, a la vez que comen el sacrificio ofrecido a Satanás?... (10,14-21)
 
 Así, claro. El pan y el vino consagrados SON  realmente el Cuerpo y la Sangre  del Señor.
 
 Pablo pasa después a la institución de la Eucaristía, cargada de  historia apostólica y de doctrina sublime (11,23-27). Sus palabras no tienen desperdicio  alguno:
 
 “Yo he recibido del Señor lo que les he  transmitido a ustedes: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado tomó  pan, y, después de dar gracias, lo partió, diciendo: Esto es mi cuerpo, el que  se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía.
 
 “Igualmente, después de la cena, tomó el cáliz,  diciendo: Este cáliz es la   Nueva Alianza por la sangre mía; cuantas veces lo beban,  háganlo en memoria mía.
 
 “Por lo mismo, cada vez que comen este pan y beben  este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que venga.
 
 “Por lo cual, quien coma el pan y beba el cáliz  del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor”.
 
 ¡Hay para caer de rodillas solamente con  escucharlo!... “¡Dios está aquí!”.
 Si sabemos analizar este párrafo grandioso, nos  asombramos con cada palabra.
 
 “Yo lo he recibido del Señor”, dice. ¿Y quién se  atreve a contradecir a Pablo?...
 
 “Después de dar gracias”, añade.
 Era el rito de los judíos sobre el pan que iban a  comer. Gracias se traducía al griego por “eucaristía”. Y por “Eucaristía”  conocemos en la Iglesia  el máximo regalo de Dios.
 
 “Hagan esto”, dijo el Señor, y lo repite Pablo. Es  decir: Hagan lo que Jesús ha hecho.
 Y lo que ha hecho Jesús es convertir el pan en su  Cuerpo y el vino en su Sangre.
 
 “En memoria mía”, dijo también Jesús.
 Por poco hebreo que se sepa, “memoria” no es  “recuerdo”, sino “memorial”.
 O sea: es la misma acción que hizo el Señor,  repetida por los apóstoles y sus sucesores, a los que entonces consagraba Jesús  sacerdotes en sucesión ininterrumpida a través de los siglos.
 
 “Hasta que el Señor vuelva”, añade Pablo.
 Hasta el fin del mundo seguirá la Iglesia repitiendo el  gesto del Señor, mientras proclama su muerte y su resurrección.
 
 “Reo del cuerpo y de la sangre del Señor”,  concluye Pablo con severidad.
 ¿Lo entendió bien Elizabeth Seton, la protestante,  que se dio cuenta del error en que estaba y creyó después con toda su alma?...
 
 Su magnífico esposo, al enfermar gravemente, le  pidió:
 
 - ¿No me puedes traer el recuerdo del cuerpo y la  sangre del Señor?...
 La esposa querida le trajo un trocito de pan y una  copita de vino:
 - ¡Tómalo! ¡Vete al cielo! ¡Jesús te espera!…
 Elizabeth hizo lo que entonces sabía.
 Después, católica, hubiera hecho más con el Pan  consagrado.
 
 A nuestra fe en la Eucaristía se ha unido  siempre la poesía más inspirada y más bella.
 “Una espiga dorada por el sol, el racimo que corta  el viñador”…, cantamos.
 La naturaleza y el hombre se han unido para poner  en manos del Señor lo más rico que produce la tierra y que saben fabricar  nuestras manos:
 - ¡Toma, Jesús, este pan y este vino! ¿Qué vas a  hacer con ellos?..., le decimos nosotros.
 Y nos contesta Él:
 - ¿Qué quieren que haga? Los amo mucho.
 ¡Tengan, coman, beban! Es el más rico manjar y la  bebida más deliciosa que les puedo ofrecer en mi mesa. ¡Cómanme, que soy yo!...
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