41- Para un sacerdote Dominico
¡Hijo Mío!
Te he escuchado con amor maternal, te he sentido con amor verdadero y profundo, y vengo a ti con mi Arcángel San Gabriel, aquel que anunció el Acontecimiento: ¡la primera luz en el mundo! ¡Yo te escucho y siempre te he escuchado, te conozco y me conoces y tu amor por Mí es dulzura, que se transforma en flores!
¡He dado la vida por la Vida! ¡La he dado por una gracia al Hijo del Hombre, el Verbo, que se encarnó por amor a la humanidad!
Tú me sientes en el alma, en los momentos de dulzura soy Yo, hijo, tú dulzura, y cuando te diriges a Mí, Yo dirijo a Jesús tus plegarias.
¡Que tu vida sea siempre plegaria, cada gesto, cada pensamiento!
El alma se exalta, cuando inconscientemente Me escucha: ¡tu dulzura soy Yo, hijo! Y tu madre es para ti otra dulzura, ¡con su sonrisa te sigue, con su amor te espera!
¡Que sea una plegaria tu vida! Puedes hacer mucho por las almas: ¡puedes hacer mucho por Mi Hijo! ¡Ánimo siempre!
¡A veces, necesitas fortaleza! Te mando esa fuerza: ¡amor maternal, inmenso amor!
La vida terrena es ese paso que conduce al Infinito.
Es un camino escarpado, poderoso, bellísimo si se recorre con la fuerza de la fe en el alma.
Escúchame, te hablo, estoy inclinada hacia ti, y esta suave caricia es la caricia de la mamá al hijo, una caricia Mía y una caricia de tu madre. También ella está aquí presente ante tu alma.
"¡Immi, parece una fábula, pero es el amor de Dios, que permite esta maravilla!"
10 de Febrero de 1980, 23 horas