» Introducción
Autor: P. Angel Peña O.A.R
La conversión es un encuentro personal con Cristo, en el que se compromete toda la persona y toda la vida futura.
Eso supone dejar muchos valores, muchas cosas preciosas por otras que se descubre que son mejores.
A veces, supone un proceso mental largo y doloroso en el que hay que reajustar todos los valores y esquemas mentales con los que uno ha vivido tranquilamente durante años.
Con frecuencia, se dan muchos casos de personas que llegan a convencerse de la verdad de la fe católica, pero no son capaces de renunciar a sus comodidades y seguridades.
Convertirse, en una palabra, puede significar dejarlo todo y comenzar una vida nueva, lo que da un poco de miedo, sobre todo, cuando uno ya ha llegado a la madurez, y es más difícil cambiar de vida.
Por eso, para convertirse hace falta mucha dosis de fe y de confianza en Dios para dar el salto al vacío sin importar el qué dirán, sino queriendo obedecer la voluntad de Dios.
Porque llevar una doble vida y disimular las propias ideas religiosas sería un martirio del corazón y una infidelidad a Dios.
Ciertamente, la fuerza de Dios y su gracia son poderosas para poder superar todas las dificultades. Por eso, hay muchos que, a pesar de todo, se arriesgan y se convierten, aunque este paso, en algunos casos, requiere años de reajuste y de convencimiento gradual.
Evidentemente, cada conversión es un caso particular. No hay dos conversiones iguales.
En algunos casos, la irrupción de Dios es de un modo excepcional y milagroso. Las personas se convierten instantáneamente. En otros el proceso es lento y doloroso.
Por ejemplo, André Frossard se convierte milagrosamente al sentir una oleada de amor al entrar en una capilla del barrio latino de París.
Manuel García Morente siente la presencia de Jesús en su habitación y es capaz de dejarlo todo y hacerse sacerdote como lo hizo Alfonso de Ratisbona, Herman Cohen y otros muchos. Pero a Paul Claudel le costó cuatro años el dar el paso definitivo.
A Bernard Nathanson le costó varios años de conversaciones con el Padre O’Connor y lo mismo a Eugenio Zolli o a Karl Stern.
La pregunta es: ¿Por qué no se convierten todos o, al menos, la mayoría de los no católicos? ¿Por qué hay, por el contrario, católicos que se cambian a otras religiones?
Ciertamente que la falta de fe y de conocimiento de la fe católica puede llevar a actitudes negativas y a renegar de la fe verdadera por ignorancia o falta de vivencia personal.
Pero otros muchos no se convierten, porque no ven un buen testimonio en los católicos comunes y corrientes.
Nietzsche decía: Me gustaría que los cristianos tuvieran más pinta de haber sido salvados.
Por supuesto que eso no es ni debe ser una excusa válida para los que deben convertirse, pero lo cierto es que el mensaje cristiano no brilla con toda su intensidad en el mundo.
Además, hay muchos prejuicios arraigados, que tienen mucho peso sobre todo en los jóvenes. Muchos de estos prejuicios son fruto de una tradición racionalista, que ha querido crear un mundo sin Dios.
Existe un anticlericalismo evidente en algunos países, que condiciona las opiniones de muchos, especialmente de los jóvenes.
Se emplean argumentos contra el cristianismo y contra la Iglesia, sacando siempre a relucir el tema de las Cruzadas, Galileo, la Inquisición o la conquista de América.
Estos anticlericales crean anticuerpos a través de los medios de comunicación social e influyen en la sociedad.
Sin embargo, Dios tiene sus caminos y, aunque muchos no quieran verlos, de vez en cuando, suscita conversiones de gente importante, que no se pueden ocultar.
En este libro presentaremos testimonios de conversiones de ateos y judíos a la fe católica.
En el libro Regresando a casa hemos escrito sobre convertidos de otras iglesias cristianas.
Ojalá que la lectura de este libro nos ayude a valorar nuestra fe católica y a amar a Cristo con todo nuestro corazón.