Monday December 23,2024
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Introducción


PRIMERA PARTE:

»  El Atéismo

Convertidos:

»  Ateos Convertidos

1»  Agustín María Schowaloff

2»  Illemo Camelli

3»  Charles de Foucauld

4»  Lecompte de Noüy

5»  Joergensen

6»  Eva Lavallière

7»  Charles Nicolle

8»  Henri Ghéon

9»  Huymans

10»  Evelyn Waugh

11»  Peter Wust

12»  Daniel Rop

13»  Leonard Cheshire

14»  Fred Copeman

15»  Adolfo Retté

16»  Takashi Nagaï

17»  Giovanni Papini

18»  Jacques Maritain

19»  Maria Meyer-Sevenich

20»  Alberto Leseu

21.1»  Paul Claudel
Parte 1

21.2»  Paul Claudel
Parte 2

22»  Martin Bormann

23»  Regina García

24»  Ignace Lepp

25.1»  Alexis Carrel
Parte 1

25.2»  Alexis Carrel
Parte 2

26»  García Morente

27.1»  Pieter van der Meer
Parte 1

27.2»  Pieter van der Meer
Parte 2

28.1»  María Benedicta Daiber
Parte 1

28.2»  María Benedicta Daiber
Parte 2

29.1»  Douglas Hyde
Parte 1

29.2»  Douglas Hyde
Parte 1

30»  Dorothy Day

31»  Svetlana Stalin

32.1»  André Frossard
Parte 1

32.2»  André Frossard
Parte 2

32.3»  André Frossard
Parte 3

33»  Sergio Peña y Lilio

34»  Sandra Elam

35.1»  Janne Haaland MatlaryParte 1

35.2»  Janne Haaland MatlaryParte 2

36»  Vladimiro Roca

37»  Narciso Yepes

38»  Leonardo Mondadori

39»  Vittorio Messori

40»  Conclusión
sobre Ateos Convertidos


SEGUNDA PARTE:

» El Judaísmo

Convertidos:

»Judíos Convertidos

41»  Hermann Cohen

42»  Teodoro de Ratisbona

43»  Alfonso María de Ratisbona

44»  Henri Bergson

45»  Edith Stein

46»  Max Jacob

47»  Raphael Simon

48»  Kenneth Simon

49»  René Schwob

50»  Jean Jacques Bernard

51.1»  Eugenio Zolli
Parte 1

51.2»  Eugenio Zolli
Parte 2

51.3»  Eugenio Zolli
Parte 3

51.4»  Eugenio Zolli
Parte 4

52.1»  Karl Stern
Parte 1

52.2»  Karl Stern
Parte 2

52.3»  Karl Stern
Parte 3

53»  Bernard Nathanson

54»  Jeri Westerson

55»  Jean Marie Lustiger

56»  Martin Barrack

57»  José Cuperstein

58»  Sor Mary of Carmel

59»  Reflexiones


TERCERA PARTE:

»  Consideraciones

60.1»  La ciencia
Parte 1

60.2»  La ciencia
Parte 2

60.3»  La ciencia
Parte 3


61.1»  ¿Existe Dios?
Parte 1

61.2»  ¿Existe Dios?
Parte 2

61.3»  ¿Existe Dios?
Parte 3

61.4»  ¿Existe Dios?
Parte 4

62»  Católicos Comprometidos

63.1»  Experiencia de Dios
Parte 1

63.2»  Experiencia de Dios
Parte 2

64»  Conclusión

65»  Bibliografía

 

 

Primera Parte

26» Manuel García Morente

Autor: P. Angel Peña O.A.R  

Manuel García Morente (1886-1942), gran filósofo español, nos cuenta en la carta que dirigió a su director espiritual Monseñor José María García Lahiguera, en setiembre de 1940, el hecho extraordinario de su conversión.

Él era ateo, aunque había hecho de niño su primera comunión. Pero sus estudios de filosofía lo habían alejado de Dios y de la religión.

Al comenzar la guerra civil española, tuvo que huir a Francia, porque lo buscaban para matarlo.

Estaba en París, desesperado por no encontrar los medios humanos para conseguir que su familia llegara a París para estar a salvo con él.

En esas circunstancias, la noche del 29 al 30 de abril de 1937, escuchó un trozo de música de Berlioz, titulada La infancia de Jesús, que lo dejó con una gran paz interior.

Dice así:

Cuando terminó (la música) cerré la radio para no perturbar el estado de deliciosa paz en que esa música me había sumergido. Y por mi mente empezaron a desfilar imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo.

Seguí representándome otros períodos de la vida del Señor... Y, poco a poco, se fue agrandando en mi alma la visión de Cristo, de Cristo hombre, clavado en la cruz...

No me cabe duda de que esta especie de visión (interior) no fue sino producto de la fantasía excitada por la dulce y penetrante música de Berlioz. Pero tuvo un efecto fulminante en mi alma.

“Ése es Dios, ése es el verdadero Dios, Dios vivo; ésa es la Providencia viva” -me dije a mí mismo-

Ése es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da aliento y les trae la salvación.

A Él sí que puedo pedirle, porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado entero a nosotros los hombres.

¡A rezar, a rezar! Y, puesto de rodillas, empecé a balbucir el Padrenuestro, pero ¡se me había olvidado!

Permanecí de rodillas un gran rato, ofreciéndome mentalmente a Nuestro Señor Jesucristo con las palabras que se me ocurrían buenamente.

Recordé mi niñez, recordé a mi madre, a quien perdí cuando yo contaba nueve años de edad; me representé claramente su cara, el regazo en que me recostaba, estando de rodillas para rezar con ella y, lentamente, con paciencia, fui recordando el Padrenuestro...

También pude recordar el Avemaría... Una inmensa paz se había adueñado de mi alma. Es verdaderamente extraordinario e incomprensible cómo una transformación tan profunda pueda verificarse en tan poco tiempo...

En el relojito de pared sonaron las doce. La noche estaba serena y muy clara. En mi alma reinaba una paz extraordinaria. Me parece que debía sonreír...

Pensé: Lo primero que haré mañana será comprarme un libro devoto y algún manual de doctrina cristiana. Aprenderé las oraciones, me instruiré lo mejor que pueda en las verdades dogmáticas, procurando recibirlas con la inocencia del niño...

Compraré también los santos Evangelios y una vida de Jesús. “¡Jesús, Jesús! ¡Bondad! ¡Misericordia! Una figura blanca, una sonrisa, un ademán de amor, de perdón, de universal ternura.

¡Jesús!” Debí quedarme dormido. Me puse en pie, todo tembloroso y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado.

Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica, de esas diminutas de una o dos bujías en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero Él estaba allí.

Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras que estoy trazando.

Pero no tenía ninguna sensación ni en la vista, ni en el oído ni en el tacto ni en el olfato ni en el gusto. Sin embargo, lo percibía allí presente con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que lo percibía, aunque sin sensaciones.

¿Cómo es eso posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente y que yo, sin ver ni oír ni oler, ni gustar, ni tocar nada, lo percibía con absoluta e indubitable evidencia...

No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello - Él allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía...

Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño...

¿Cómo terminó la estancia de Él allí?

Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció.

Una milésima de segundo antes estaba Él aún allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después, ya Él no estaba allí, ya no había nadie en la habitación...

Debió durar su presencia un poco más de una hora31.


Y fue tal el impacto recibido que decidió dedicar toda su vida al servicio de Dios.

Fue ordenado sacerdote en 1940 y murió en Madrid el 7 de diciembre de 1942.


31 Manuel García Morante, El hecho extraordinario, Ed. Rialp, Madrid, 2002, p. 36-43.

   


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