Segunda Parte
41» Hermann Cohen
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Hermann Cohen (1820-1871) fue un famoso músico y pianista judío, nacido en Hamburgo (Alemania), aunque vivió casi toda su vida en Francia.
Desde niño fue considerado como un niño prodigio de la música, pero sus triunfos musicales hicieron de él un joven caprichoso e inmoral.
Escribe en su Diario:
Las lecciones de música me proporcionaban dinero y el dinero me proporcionaba placeres. Mi vida fue entonces el abandono completo a todos los caprichos y a todas las fantasías
¿Era más feliz? No, Dios mío, la sed de felicidad que me abrasaba no se saciaba con esto91. Me permitía a mí mismo toda licencia...
Esta era la vida de casi todos los jóvenes de la buena sociedad, de las tertulias elegantes y del mundo artístico.
No exagero, todos los jóvenes que conocía vivían como yo, buscando el placer dondequiera que se ofreciere, deseando la riqueza con ardor, a fin de poder seguir todas sus inclinaciones y satisfacer cualquier capricho.
En cuanto al pensamiento de Dios, no se presentaba jamás a la mente92.
Pero Dios lo estaba esperando. Tenía veintiséis años. Un viernes de mayo de 1847 fue a la iglesia de santa Valeria de París, situada en la calle Borgoña, cercana a su domicilio.
Tenía que dirigir el coro de la iglesia, porque su amigo, el príncipe de la Moscowa, le había pedido que lo reemplazara, ya que él no podía asistir.
Y, en el momento de la bendición con el Santísimo Sacramento, sintió una gran emoción y una gran paz.
Volvió los viernes siguientes y, en el momento de la bendición con el Santísimo, sentía la misma emoción con una paz inmensa.
Pasado el mes de mayo, volvió cada domingo a la misa a la iglesia de santa Valeria, como si un fuerte instinto lo guiara hasta allí.
Buscó un sacerdote, el Padre Legrand, para que le hablara de la religión católica y dice: La benévola acogida del sacerdote me impresionó vivamente e hizo caer de un golpe uno de los prejuicios más sólidamente arraigados en mi mente:
Tenía miedo a los sacerdotes. Sólo los conocía por las novelas, que los representaban como hombres intolerantes, que sin cesar tenían en los labios las amenazas de la excomunión y las llamas del infierno.
Y me encontré con un hombre instruido, modesto, bueno, franco, que lo esperaba todo de Dios93.
A principios de agosto de ese año 1847, tuvo que hacer un viaje a Alemania y el domingo 8 de agosto fue a misa a la parroquia de Ems.
Allí la presencia invisible, pero sentida por mí, de un poder sobrehumano, empezaron a agitarme. La gracia divina se complacía en derramarse sobre mí con toda su fuerza.
En el acto de la elevación (de la hostia y del cáliz) a través de mis párpados sentí, de pronto, brotar un diluvio de lágrimas, que no cesaban de correr...
¡Oh momento por siempre jamás memorable para la salud de mi alma! Te tengo presente en mi mente con todas las sensaciones celestiales que me trajiste de lo Alto...
Experimenté, entonces, lo que sin duda san Agustín debió sentir en su jardín de Casicíaco al oír el famoso Toma y lee...
De pronto y espontáneamente, como por intuición, empecé a manifestar a Dios una confesión general interior y rápida de todas las enormes faltas cometidas desde mi infancia...
Y, al mismo tiempo, sentía también una calma desconocida, que pronto vino a extenderse sobre mi alma como bálsamo consolador...
Al salir de la iglesia de Ems, era ya cristiano. Sí, tan cristiano como es posible serlo, cuando no se ha recibido aún el santo bautismo94.
A partir de ese día, estaba hambriento de la comunión eucarística. Regresó a París y el día 15 de ese mes de agosto, asistió en la capilla de la calle Regard al bautismo de cuatro judíos convertidos.
El bautismo lo administraba el Padre Teodoro de Ratisbona, también judío convertido. Para él la ceremonia fue de gran emoción y le hizo suspirar por su propio bautismo, que se realizó el 28 de agosto, fiesta de san Agustín.
Y en el momento de la ceremonia, dice él mismo:
Mi cuerpo se estremeció y sentí una conmoción tan viva y tan fuerte que no sabría compararla mejor que al choque de una máquina eléctrica. Los ojos de mi cuerpo se cerraron, al mismo tiempo que los del alma se abrían a una luz sobrenatural y divina.
Me encontré como sumido en un éxtasis de amor y me pareció participar de los gozos del paraíso y beber el torrente de delicias con las que el Señor inunda en la tierra a sus elegidos95.
Su entrega a Jesús era total. Por eso, entró en el convento de los Padres carmelitas descalzos, tomando el nombre religioso de fray Agustín del Santísimo Sacramento. Y se ordenó de sacerdote el 20 de abril de 1851.
A partir de ese día, toda su actividad sacerdotal la enfocó en fomentar el culto a Jesús Eucaristía. Por eso, se le llama el apóstol de la Eucaristía.
Se había comprometido ante Dios con voto a predicar siempre sobre la Eucaristía. Toda su vida fue amar y hacer amar a Jesús Eucaristía, lo que no quiere decir que no amara también a María...
Precisamente, decía después de convertido: Todos los pasos, todos los adelantos, los debo de manera bien evidente a nuestra Madre común, a la buena y santa Virgen María, refugio de pecadores, a quien cada día he implorado con fervor96.
Una de sus grandes obras fue la fundación de la Adoración nocturna a Jesús Eucaristía.
Murió el 20 de enero de 1871 en Spandau, cerca de Berlín, atendiendo a los prisioneros franceses allí confinados, durante la guerra franco-prusiana.
91 Charles Sylvain, Hermann Cohen, apóstol de la Eucaristía, Ed. Gratis date, Pamplona, 1998, p. 18
92ib p. 22.
93 ib. p. 24.
94 ib. p. 24.
95 ib. p. 27.
96 ib. p. 25