Primera Parte
37» Narciso Yepes
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Narciso Yepes,(1927-1997), el gran guitarrista español, miembro de la real Academia de Bellas Artes, cuenta algo de su historia y conversión en una entrevista concedida a Pilar Urbano, publicada en el N° 149 de la revista Época, en enero de 1998.
Dice así:
Me bautizaron al nacer, y ya no recibí ni una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe. ¡Con decirle que comulgué por primera vez a los veinticinco años!
Desde 1927 hasta 1951 yo no practicaba ni creía ni me preocupaba lo más mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una transcendencia y un más allá. Dios no contaba en mi existencia.
Fue una conversión súbita, repentina, inesperada y muy sencilla.
Yo estaba en Paris, acodado en un puente del Sena, viendo fluir el agua. Era por la mañana. Exactamente, el 18 de mayo de 1951.
De pronto, le escuché dentro de mí… Fue una pregunta en apariencia, muy simple: ¿Qué estás haciendo?
En ese instante, todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para quién vivía.
Mi respuesta fue inmediata. Entré en la iglesia más próxima, Saint Julian le Pauvre.
Es curioso, porque mi desconocimiento era tal que ni me di cuenta de que era una iglesia ortodoxa. A partir de ese día, busqué instrucción religiosa católica…
Desde aquel instante, no hay nada en mi vida, ni lo más trivial, ni lo más serio, en lo que yo no cuente con Dios.
Y eso en lo que es alegre y en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo, en la vida familiar, en una pena honda como la de que te llame la guardia civil a media noche para decirte que tu hijo ha muerto…
Sé que la vida de mi hijo Juan de la cruz estaba amorosamente en las manos de Dios. Y ahora lo está aún con más plenitud y felicidad.
Por otra parte, cuando se vive con fe y de fe, se entiende mejor el misterio del dolor humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios.
Es una predilección, una confianza de Dios hacia el hombre… Con Dios todo es novedad. Él no se repite nunca.
Además de creer en Dios, yo le amo. Y lo que es incomparablemente más afortunado para mí: Dios me ama.
¡Cambiaría tanto la vida de los hombres, si cayesen en la cuenta de esta espléndida realidad!
Es tremendo que el hombre, por cuatro cachivaches técnicos, que ha conseguido empalmar, se haya creído que puede prescindir de Dios y trate de arreglar esta vida con su solo esfuerzo…
Pero el hombre, por muy abyecto que sea, siempre está a tiempo para dejar de serlo.
Vivir es eso: estar todavía a tiempo… Quizás, porque soy un converso, creo más que otros en la capacidad de regeneración y de redignificación del ser humano…
Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego o en un monasterio o tocando sólo para el Papa, como hice una vez en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí, es ese momento de silencio, que se produce antes de empezar a tocar…
Casi siempre, para quien realmente toco es para Dios. He dicho casi siempre, porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto, puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo sí. A Él le encanta mi música.
Pero más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte, mi trabajo.
Además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una
forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado84.
84 Ayllón José Ramón, Dios y los náufragos, Ed. Belacqua, Barcelona, 2004, pp. 199-205