15» Abiertos a la Vida - Parte 1
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Hoy día son muchas las parejas de esposos que sólo quieren tener un hijo o máximo dos.
Muchos esposos ven a los hijos como un estorbo para sus diversiones y comodidades.
Con frecuencia, deciden tenerlos después de algunos años de matrimonio.
Eso quiere decir que usan anticonceptivos, incluso abortivos, sin problemas de conciencia.
Pero la realidad es que, cuando se usan anticonceptivos abortivos, se está matando la vida de un ser humano y el amor de los esposos se va apagando más y más.
Los mismos esposos se están fabricando así la tumba de su amor.
Por ese camino, fácilmente se pueden pronosticar problemas insolubles y, al final, el divorcio, con el consiguiente sufrimiento para ambos y, sobre todo, para los hijos que hayan podido tener.
Los hijos no son un estorbo, aunque sean enfermos.
Cada ser humano es un regalo maravilloso de Dios, aunque suponga muchos sacrificios para educarlo y atenderlo, especialmente si es enfermo.
¡Cuántos matrimonios dejan morir a sus hijos recién nacidos, cuando se dan cuenta de que estarán enfermos de por vida!
¿Lo hacen para que el niño no sufra o para evitarse sufrimientos?
¡Cuántas madres se hacen la prueba del líquido amniótico a ver si el niño está sano, para que, en caso de que le digan que puede nacer enfermo, lo pueda abortar!
¿Dónde está la fe y el amor para ese hijo?
Cuando falta Dios en la vida de un matrimonio, todo es posible; el aborto se ve sólo como una interrupción del embarazo, como si fuera un trozo de carne sin valor.
Otros esposos planean el tener sus hijos, como si se tratara de comprar un coche o una casa. Se pesan los pros y los contras, como si estuvieran rellenando la hoja de un balance de empresa.
Si el balance es positivo, es el momento de tener el hijo; si no, debe esperar. ¿Y dónde está la fe para confiar en Dios?
¿Y si Dios en su plan divino quiere que tengan seis hijos, van a decirle que eso es imposible?
¿Acaso Dios no es poderoso para ayudarlos y sacarlos adelante?
Dice la Biblia: Dios proveerá (Fil 4, 19).
¿Lo creemos?
Veamos lo que nos dice Scott Hahn, un pastor presbiteriano, convertido al catolicismo, que ha escrito el testimonio de su conversión en su libro: Roma, dulce hogar.
Me casé con Kimberly Kick el 8 de agosto de 1979. Creamos nuestro hogar y disfrutamos del placer y la alegría de la unión de un hombre y una mujer.
Sin embargo, no fue en el éxtasis de nuestra unión corporal, cuando vislumbré por vez primera que una familia manifiesta del modo más vívido la vida de Dios.
Empecé a comprenderlo, cuando Kimberly estaba embarazada de nueve meses y medio de nuestro primer hijo.
Su cuerpo había ido tomando nuevas proporciones y me di cuenta más que nunca de que su carne no había sido creada exclusivamente para mi deleite.
Lo que yo había disfrutado como algo hermoso se estaba convirtiendo ahora en un medio para un fin más grande.