18» Matrimonio Cristiano - Parte 1
Autor: P. Angel Peña O.A.R
En la actualidad, hay demasiadas parejas que conviven sin ningún compromiso; otros sólo se unen por lo civil para poder así divorciarse fácilmente en caso de problemas.
Pero lo mejor es recibir la bendición de Dios por el sacramento del matrimonio, ya que, de esa manera, recibirán gracias extraordinarias para poder superar las constantes dificultades de la vida diaria.
El matrimonio religioso es un sacramento. Es una alianza sagrada que los esposos hacen ante Dios. Por eso, no pueden renunciar a ese compromiso sagrado; el matrimonio es para toda la vida. Es como consagrarse el uno al otro y, ambos unidos, a Dios.
A partir del matrimonio sacramental, sus vidas se entrelazan definitivamente en el corazón de Dios. De ahí que el cuerpo de la esposa no le pertenece, le pertenece al esposo; y el cuerpo del esposo no le pertenece, le pertenece a la esposa (1 Co 7, 3-5).
Cuando un hombre y una mujer se desposan en el Señor sacramentalmente, se hacen partícipes del mismo amor de Cristo: el Espíritu Santo los abre a ese amor. El amor de Cristo es la perfección suprema. Los esposos participan de ese amor. Ellos reciben la capacidad de amar como Cristo ha amado…
Ahora bien, la fe de la Iglesia enseña que la presencia más perfecta del amor de Cristo está en la Eucaristía. Por eso, entre la Eucaristía y el matrimonio hay una relación muy profunda. El amor de los esposos encuentra en la Eucaristía su fuente. No se puede vivir verdaderamente el estado conyugal sin una continua y profunda vida eucarística.
Por otra parte, observamos que la familia no se agota en los esposos sino que se expande en los hijos. Ellos, antes de ser concebidos en el corazón de su madre, han sido concebidos en el corazón de Dios. Por eso, la familia se funda en el amor creador de Dios.
En el origen de cada persona, hay un acto creativo divino y un acto humano de concepción: cada persona es creada y concebida. Los dos actos, creativo y generativo, están en relación.
La fecundación del nuevo ser no es un hecho biológico solamente, sino que lo transciende con un acto creativo del alma por Dios.
Por ello, cada relación conyugal es un acto sagrado y cada ser humano que viene al mundo es una persona sagrada que, desde su mismo origen, tiene una dignidad y unos derechos, porque viene de Dios. Y Dios le da una misión que cumplir.
Para cumplirla, necesita constantemente la ayuda de Cristo, que nos espera en la Eucaristía.
Vivir de la Eucaristía, vivir de Cristo y con Cristo, debe ser la máxima realización personal del ser humano, llamado a la vida y a realizarse como persona sagrada, como hijo de Dios y cristiano, dentro de la Iglesia10.
Pero, hablando de los esposos, la entrega mutua, consagrada por el matrimonio, debe superar egoísmos y mezquindades. Esta entrega mutua llega a su manifestación más alta en el acto sexual, que debe ser donación mutua.
Cuando uno de los dos abusa del otro, pensando sólo en sí mismo, profana ese acto sagrado.
Decía el padre Clemente Sobrado: Por el sacramento vuestros cuerpos siguen siendo los mismos, pero son cuerpos consagrados sacramentalmente.
Al igual que el pan y el vino que, antes de la consagración, son pan y vino corrientes, pero después de consagrados, sólo pueden ser tratados con toda reverencia y amor por ser el mismo Cristo en persona.
Así el pan de vuestros cuerpos sólo puede comerse en verdadera comunión de amor. Comulgar sin amor es un sacrilegio, daros en comunión física sin amor sería el sacrilegio de la eucaristía conyugal11
Sería profanar ese amor bendecido por Cristo el día del matrimonio.
De ahí que sea tan importante para mantener vivo y fresco el amor conyugal el comulgar diariamente con el cuerpo eucarístico de Cristo.
Los esposos que van diariamente o frecuentemente a misa y comulgan con fe y devoción, están renovando su amor a Cristo y construyendo una muralla tan fuerte a su alrededor que ninguna tentación o poder mundano puede romperlo o destruirlo.
Es importante que los esposos cristianos comprendan que en un matrimonio consagrado por Cristo, Él no puede estar ausente. Sería como invitar a Cristo a su casa en el momento de la ceremonia religiosa y después mandarlo a la calle, porque se prefiere vivir sin Él.
Estar casados por la Iglesia es también estar consagrados a Dios por Cristo y significa también vivir con Cristo toda la vida. Él debe ser el amigo inseparable, un miembro más de la familia.
Su presencia debe hacerse presente a través de sus imágenes, al igual que las de nuestra Madre la Virgen María. Ambos son inseparables y deben estar presentes en nuestra vida.
Ahora bien, para fortalecer esta unión de los esposos con Cristo es importante consagrar conscientemente el hogar a Cristo por María.
Personalmente, siempre aconsejo a los recién casados que el día de su matrimonio, o el día siguiente, vayan a una iglesia y, ante una imagen de la Virgen, le dejen el ramo de flores de la novia como un símbolo de que quieren poner su hogar bajo su protección.
Algunos no le dan la importancia debida a estos actos tan sencillos, que son una fuente inmensa de bendiciones y que van fabricando día a día el edificio de la santidad conyugal.
Los esposos están llamados a ser santos. A este respecto, debemos anotar que la palabra hebrea matrimonio, Kiddushin, significa santidad.
Esto quiere decir que un matrimonio debe ser santo de acuerdo al plan de Dios. Y cada unión sexual debe ser una renovación de la alianza sacramental entre los dos y con Dios.
Dice Scott Hahn: El acto sexual renueva la alianza de por vida entre un hombre y una mujer. Es el acto que les hace una familia. Este acto hace que los dos sean uno, un uno tan real que, nueve meses después, tienes que ponerle nombre.
La unión sexual es un acto de poder extraordinario, cuando le dejamos decir su verdad. El amor conyugal es sacramental. El acto sexual es acto matrimonial, el acto que consuma el sacramento del matrimonio12.
Anotemos también que la palabra sacramento, sacramentum en latín, significa juramento. Por eso, los esposos, en cada acto matrimonial, que es sacramental y, por tanto, agradable a Dios, deben renovar el juramento de amor eterno que se dieron el día de su matrimonio.
Esto implica vivir ese juramento cada día, diciendo siempre y en todo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Sin verdad ni sinceridad no puede haber un verdadero matrimonio y el amor irá falsificándose poco a poco.
10 Puede leerse el libro, Familia y cuestiones éticas, Quaderna editorial, Murcia, 2006, pp. 21-26.
11 Sobrado Clemente, Palabras para el camino, Lima, 1980, pp. 251-252.
12 Hahn Scott, Lo primero es el amor, Ed. Rialp, Madrid, 2006, p.171.