16» Abiertos a la Vida - Parte 2
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Cuando sintió sus primeros dolores de parto, nos fuimos apresuradamente al hospital con la ilusión de que el bebé estaría pronto en nuestros brazos. Sin embargo, el parto de Kimberly fue difícil desde el principio.
Las horas se prolongaron, horas de duro parto, y el dolor de Kimberly se hizo cada vez más intenso.
Tras treinta horas de parto, el médico observó poco progreso y recomendó hacer una cesárea.
No era así como nos habría gustado que fueran las cosas, pero nos dábamos cuenta de que la elección no estaba en nuestras manos.
Exhausto, vi cómo las enfermeras ponían a Kimberly en una camilla y la llevaban a otra habitación. Iba a su lado, cogiéndola de la mano, rezando con ella.
Cuando llegamos a la sala de operaciones, las enfermeras levantaron a Kimberly de nuevo y la pusieron en una mesa; allí la sujetaron y la sedaron.
Kimberly estaba congelada, tiritando y con mucho miedo.
Permanecí junto a mi esposa; su cuerpo estaba atado, puesto en forma de cruz sobre la mesa y rajado para traer una nueva vida al mundo.
Nada de lo que me había enseñado mi padre sobre los detalles de reproducción, nada de lo que había aprendido en las clases de biología del Instituto podría haberme preparado para ese momento.
Los médicos me dejaron quedarme a ver la operación...
Entonces, llegó el momento en que de entre aquellos órganos, con unos pocos movimientos cuidadosos de las manos del médico, apareció el hermoso cuerpo de mi hijo, mi primer hijo, Michael.
Pero fue el cuerpo de Kimberly lo que se convirtió en algo más hermoso para mí.
Ensangrentado, con cicatrices, y retorcido de dolor, se convirtió en algo sagrado, un templo vivo, un sagrario, un altar de sacrificio que daba vida7.
Su esposa Kimberly nos dice en su libro “El amor que da vida”:
Hasta ahora he tenido siete cesáreas y cuatro legrados para detener la hemorragia después de los partos o de abortos espontáneos.
Me han cortado de arriba abajo y de lado a lado. La cicatriz parece un ancla.
Scott dice que son heridas sufridas por Cristo ¡Así probablemente las tendré en mi cuerpo glorioso!
El número de cesáreas que he tenido no han hecho todavía imposible tener más bebés, porque el médico es capaz de abrir tejido cicatrizado.
¡El récord de cesáreas está en catorce en Texas!
Además, los sufrimientos físicos no acaban con el parto.
La lactancia, a pesar de lo maravilloso que es, tiene sus propias molestias...
¿Impresiona leer esto? No lo cuento para desanimar a nadie.
De hecho, quiero demostrar cómo a través del acto conyugal, elegimos ser un sacrificio vivo…
Antes de tener mi cuarto parto por cesárea, una enfermera me sugirió:
“Deberías ligarte las trompas, aprovechando que el médico te va a abrir”.
Rápidamente respondí: “No me toquen. Me encantaría volver aquí y tener otro hijo, aunque implique otra cesárea”.
Mientras me llevaban al quirófano, oí que la enfermera les decía sus compañeras: “Lleva cuatro cesáreas y quiere volver a tener otra”.
No se lo podían creer; no porque no hubieran visto una mujer con cinco cesáreas, sino porque yo quería que ocurriese a sabiendas del sacrificio que suponía8.
Vale la pena hacer cualquier sacrificio por los hijos, que serán el apoyo y el consuelo de los padres en su ancianidad.
Además, como dice la Biblia, los hijos son un regalo de Dios.
7 Hahn Scott, Lo primero es el amor, Ed. Rialp, Madrid, 2006, pp. 25-27.
8 Hahn Kimberly, El amor que da vida, Ed. Rialp, Madrid, 2006, pp. 140-142.