2» Matrimonio - Parte 1
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Una vez que los novios lo han pensado bien, deben prepararse para el gran día de su matrimonio religioso (estando previamente casados por lo civil).
Para su matrimonio, no sólo deben pensar en las invitaciones, en el banquete, en el vestido de la novia y en otras cosas materiales.
Sobre todo, deben preparar su alma para consagrarse mutuamente en cuerpo y alma en la presencia de Dios. Deben estar bien confesados para comulgar en la misa. Y deben ser conscientes de su compromiso de amor y fidelidad para toda la vida.
Yo prometo serte fiel en lo favorable y en lo adverso, con salud o enfermedad. Y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Esto lo declaran ante Dios, que es testigo de su compromiso de amor eterno. Así que ya nunca más hay que pensar en el divorcio.
Y hay que hacer todo lo posible y lo imposible para superar las dificultades. Si éstas fueran insolubles, la Iglesia acepta la separación de cuerpos, manteniéndose firme el vínculo matrimonial.
Ambos podrían seguir confesando y comulgando normalmente, mientras no tengan un nuevo compromiso. Y, si se unen a otra tercera persona, sepan lo que dice el Papa:
La práctica de la Iglesia es no admitir a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar...
Sin embargo, siguen perteneciendo a la Iglesia que los sigue con especial atención con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa misa, aunque sin comulgar, la escucha de la palabra de Dios, la adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza, la entrega a obras de caridad, de penitencia y a la tarea educativa de los hijos.
Donde existan dudas legítimas sobre la validez del matrimonio sacramental contraído, se debe hacer lo que sea necesario para averiguar su fundamento1.
Lamentablemente, hay esposos soberbios, flojos para el trabajo, adictos al sexo, al alcohol, a las drogas o a otros vicios.
Otros se creen padres y esposos modelos, porque no son borrachos ni mujeriegos ni les gustan las fiestas; y trabajan todo el día pare el bien de su familia.
Ciertamente, a su familia no le falta nada material, pero le falta el amor del papá.
Sus hijos se quejan de que nunca tiene tiempo para escucharlos, de que nunca sale con ellos a pasear, porque siempre está demasiado ocupado.
A su esposa, cuando se queja de que no salen nunca juntos o no le da el cariño que ella espera, le recuerda que no tiene tiempo y que está muy cansado, porque trabaja todo el día.
Además, le dice que no olvide que todos sus vestidos y todo lo que tiene se lo debe a él.
En algunos de estos casos, la esposa puede buscar amor en otra parte.
Como aquella esposa, a quien otro hombre la estaba cortejando.
Ella decía: Yo sé que el otro no siente lo que me dice, pero no me importa. Me agrada que alguien se fije en mí y me diga palabras bonitas, aunque sean mentira.
Por eso, es triste que haya maridos ciegos para reconocer la belleza de su esposa y piensen que todas las demás son más bellas que ella.
Lo peor es que le diga palabras de desprecio: fea, gorda, sucia, desordenada, etc. En este caso, está matando el amor de su corazón y ella no tendrá alegría ni voluntad para hacerlo feliz.
Al final, los dos pierden y, sobre todo, los hijos, que ven las discusiones y sienten la lejanía de sus padres.
La esposa, como mujer, necesita ser admirada. Cuando nadie la mira ni la valora, siente que su vida está vacía. Haría cualquier cosa para ser admirada, valorada y amada. Y ahí está el peligro.
Si el esposo nunca le dice que la ama, y el otro se lo repite constantemente, podrá recibir alguna recompensa a cambio, aunque sea un beso furtivo o un abrazo. Y por ese camino, ni ella misma sabe a dónde puede llegar.
El amor en el matrimonio nunca se debe dar por supuesto, hay que decirlo de todas las maneras posibles, con un beso, un abrazo, un apretón de manos, palabras bonitas, regalos, miradas…
¡Se puede decir de tantas maneras al otro que se le ama! ¡Es tan fácil hacer felices a los demás, diciendo palabras amables!
Y ésta es una regla para todos y con todo el mundo, pero especialmente para los esposos y para los hijos, que también necesitan ser queridos y valorados por sí mismos sin comparaciones odiosas.
Muchos hombres van matando el amor de su esposa, porque son como los fariseos, que querían apedrear a la mujer adúltera del Evangelio (Jn 8).
Les gustaría apedrear a su esposa y lo hacen con sus desprecios continuos y sus palabras hirientes o con gestos burlescos.
La ponen en medio de los demás y le sacan sus defectos ante toda la familia, porque es gastadora, histérica, infantil, llorona…
Pero, como dice Jesús: El que esté sin pecado, que tire la primera piedra.
Por supuesto que también hay esposas que no hacen más que criticar a sus esposos, porque no trabajan más, porque falta dinero en casa, porque son calvos o feos y, sobre todo, lo comparan con los vecinos o amigos, que tienen más que ellos. Y eso duele. Y no ayuda para el crecimiento del amor mutuo.
1 Benedicto XVI, Exortación apostólica Sacramentum caritatis, N° 29.
2 Susana Tamaro, El misterio y lo escondido, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1999, pp. 115-116.
3 Polaino Lorente Aquilino, En busca de la autoestima perdida, Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2003,
p. 110.