II 1a. María es vida nuestra, porque nos alcanza el perdón de los pecados
             
            
             Para conocer el  motivo por qué la santa Iglesia llama a la   Reina de los ángeles vida nuestra, es de saber que así como el alma es la que da  vida al cuerpo, así la divina gracia es la vida del alma. Porque un alma sin la gracia de Dios tiene nombre de viva; pero, en verdad, está muerta, como se  dijo en el Apocalipsis (3, 1), a uno: 
               
               Tienes nombre de vivo; pero estás muerto. Y María es la que, alcanzando a los pecadores la divina gracia, les  restituye la vida verdadera. Así lo enseña la santa Iglesia, que le pone  en la boca estas palabras de los Proverbios (8, 17): Los que madruguen  para venir a Mí, me hallarán. Y el madrugar quiere decir acudir al  instante que puedan. 
               
               Los setenta intérpretes traducen: Hallarán la gracia; de manera que es lo mismo hallar a María que  recobrar la gracia de Dios. Y poco más abajo  dice el mismo libro de los Proverbios (8, 35): El que me encuentre,  hallará la vida y recibirá de  Dios la salvación. «Oíd —dice el  salterio  mariano-, oíd, los que deseáis el  reino de Dios: honrad a la Virgen María y hallaréis la vida y la salud eterna.» 
               
               Llegó a decir San Bernardino de Sena que  si Dios no aniquiló a los hombres después  del pecado, fue por el amor especial  con que ya miraba a esta futura Hija suya; y que no dudaba que por Ella sola había concedido perdón y hecho todas  las misericordias que usó con los pecadores en la antigua Ley. Por esto nos exhorta San Bernardo a buscar la gracia, y buscarla por medio de María, porque Ella fue quien la encontró, y así la llama  el Santo: 
               
               la que halló la gracia:  inventrix gratiae; de lo cual la  cercioró el ángel San Gabriel, diciéndole, para consuelo nuestro (Le.,  1, 30): No temas, María, que has hallado  gracia. Pero, ¿cómo podía decir el ángel esto, si María nunca la había  perdido? Una cosa dícese con verdad, que la encuentra quien antes no la tenía; y la Virgen siempre estuvo con  Dios, siempre con la gracia, y aun llena de gracia,  según el mismo Arcángel testificó diciendo: 
               
               Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Pues si  para sí no la encontró, por haber estado siempre llena, ¿para quién fue? Para los pecadores que la habían perdido. Corran, pues, a María los pecadores que han perdido la gracia y la hallarán  seguramente; corran y díganle con un piadoso escrito:
               
«Señora, las cosas deben restituirse a quien las pierde; nosotros perdimos esta joya preciosa,  a nosotros se ha de devolver.» Corno que agradó siempre a Dios, y le  agradará eternamente, si acudimos a Ella,  sin duda ninguna hallaremos lo que buscamos. Dice en los Cantares (8,  10) la misma Señora: Yo soy muro y mis  pechos como una torre; y añade: Desde que fui en sus ojos como la que halla paz. 
Es decir, que Dios la puso en el mundo para que fuese nuestro muro y defensa. Con cuyas palabras alienta San Bernardo al pecador y le  dice: «Ve, y busca la Madre de la misericordia, y  muéstrale las llagas de tu alma, que Ella pedirá a su Hijo santísimo que te perdone, por aquel licor  precioso con que le alimentó; y el  Hijo, que la ama tanto, no dejará de oírla.» 
Con este espíritu nos manda  la santa Iglesia pedir en aquella oración  que decimos frecuentemente: «Ayuda nuestra fragilidad, ¡oh Dios misericordioso!, para que por la intercesión  de nuestra Madre, cuya memoria  renovamos, nos veamos libres de  nuestras iniquidades.» 
               
               Motivo tenía, pues, San Lorenzo  Justiniano para llamarla «Esperanza de  malhechores», por ser Ella la única que les alcanza el perdón. Motivo San Bernardo  para llamarla «Escala de pecadores», porque  Ella es la que da la mano a todos los caídos, sacándolos del precipicio y levantándolo de nuevo a Dios. Motivo  tenía San Agustín para llamarla «Única  esperanza de los pecadores», pues sólo por su  medio podemos esperar la remisión de todos nuestros pecados. 
               
               Motivo San Juan  Crisóstomo para saludarla así en nombre de todos: «Dios te salve, Madre de Dios y Madre nuestra, cielo donde Dios reside, trono en que dispensa toda suerte de  gracia; pide siempre a Jesús por  nosotros, a fin de que por tus oraciones  obtengamos el perdón en el día de la cuenta, y después la eternidad  feliz.» 
               
               Motivo hay, pues, para llamarla Aurora  (Cant., 6, 9), porque así como la  aurora es fin de la noche y principio  del día, dice el Papa Inocencio III,  así la Virgen   Santísima fue  extirpación y fin de todos los vicios. 
               
               Aquellos admirables efectos que produjo  en el mundo cuando  nació, los produce siempre que en un  alma nace su devoción, pues disipa las tinieblas de nuestros pecados y nos pone  en el camino de la virtud. Por eso dice San Germán: «¡Oh Madre de Dios! Vuestra defensa es inmortal, vuestra  intercesión es vida, vuestro nombre, a quien  le pronuncia con devoción, es señal de tener ya vida o de haberla de recibir en breve.» 
               
               Anunció María en  su Cántico (Le., 1, 48) que todas las generaciones habían  de llamarla bienaventurada. «Sí, Señora — repite San Bernardo —; todas las generaciones ahora y  siempre os han de llamar bienaventurada, porque para todas habéis engendrado la vida y la  gloria, y por Vos han de hallar los pecadores misericordia, y los justos,  gracia.» 
               
               Pecador,  no desconfíes aunque hayas cometido todos los pecados imaginables, sino acude a María, y verás sus manos llenas de misericordia, y  conocerás por experiencia que es  mayor su deseo de usarlas contigo  que el tuyo de recibirlas. 
               
               San Andrés Cretense  llama a María «Fianza del perdón divino y  prenda de nuestra reconciliación». Siempre con el bien entendido que  nos hemos de valer de su amparo para  reconciliarnos con Dios, pues de este modo es como el Señor promete perdonarnos, y lo asegura con una prenda. 
               
               ¿Y cuál es la prenda? María, a quien Él mismo  Dos dio por abogada, y por cuya  intercesión, unida los méritos de  Jesucristo, perdona Dios a cuantos Recurren  a Ella. Santa Brígida oyó de boca de un ángel que ya en tiempos antiguos se alegraban los profetas al saber que por la humildad y pureza de esta  Virgen preciosa había Dios de aplacarse y reconciliar consigo a los pecadores,  que tenían provocada su justa ira. 
               
               Nunca, pues, debe temer el pecador que  le despida María cuando la invoca, porque es  Madre de misericordia, y como tal,  desea que se salven aún los más miserables, como que es arca de refugio  y ninguno de cuantos se acogen a Ella padecerá  el naufragio de la eterna perdición, dice San Bernardo. En el Arca de Noé, hasta los animales  se libraron de las aguas del Diluvio, y bajo el mato de María quedan  salvos los pecadores.
               
Una vez la vio Santa Gertrudis con el manto  extendido, bajo el cual se habían refugiado muchas fieras: leones, osos y tigres; y María, lejos de echarlos  de Sí, los recibía y acariciaba con grandísimo agrado, entendiendo por  aquí la Santa  que cuando los pecadores más perdidos  buscan a María, no son desechados, sino acogidos y libres de la muerte  eterna. 
Entremos, pues, en esta arca saludable, refugiémonos bajo este manto sagrado, y hallaremos misericordia y lograremos la salvación.