IV 2a.
Poder de María contra las tentaciones.
No sólo del Cielo y de los Santos es María Santísima Reina poderosa, sino que también tiene dominio sobre el infierno y los enemigos infernales, por haberlos vencidos valerosamente con las armas de sus virtudes.
Ya desde el principio del mundo anunció Dios a la serpiente maligna que una Mujer la quebrantaría la cabeza (Gen., 3, 15).
Y esta Mujer única fue María, que, con la fuerza de su humildad y demás virtudes, alcanzó del enemigo completa victoria. Y para que nadie se equivocase, no dijo Dios: Pongo, sino Pondré enemistad entre ti y la mujer; no creyese alguno que era Eva la victoriosa.
El triunfo se reservaba, dice San Vicente Ferrer, a una Virgen descendiente de Eva, por cuyo medio habían de alcanzar nuestros primeros padres y todos sus hijos un bien mucho mayor que el que ellos perdieron por el pecado.
Dudan algunos si aquellas palabras quebrantará tu cabeza pertenecen a María o a Jesucristo, porque el texto de los Setenta intérpretes dice: El quebrantará; pero en la Vulgata latina, que en la Iglesia tiene tanta autoridad, como declaró el sagrado Concilio de Trento, la palabra es Ella, no Él; y así lo entendieron San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, San Juan Crisóstomo y otros muchos.
Mas sea como quiera, o la Madre por virtud del Hijo, ambos vencieron al diablo, que, como prisionero de guerra, quedó bajo los pies de esta Virgen benditísima. Añade San Bruno:
«Eva fue vencida, y nos acarreó tinieblas y muerte; María venció, y nos trajo la luz y la vida, dejando a su contrario atado tan fuertemente, que ya no puede hacer el más mínimo daño a sus devotos.»
Sobre aquellas palabras de los Proverbios (31, 11): En Ella confia el corazón de su Esposo; no la faltarán trofeos; dice un escritor mariano que este Esposo es Jesucristo, al cual enriquece su Madre con los despojos arrebatados al diablo.
Y Cornelio a Lapide dice que puso Dios en manos de María el Corazón de Jesús para que le gane la voluntad de los hombres, y así no le faltarán trofeos; es decir, almas que Ella le conquiste y con que le enriquezcan, arrancadas del poder de los enemigos infernales.
Se sabe que la palma es símbolo de la victoria, y nuestra Reina, como erguida palma, está en medio de los principes celestiales: Quasi palma exáltala sum in Cades (Eccli., 24. 18), en señal de la victoria que ganan cuantos se ponen bajo su patrocinio.
Hijos — parece que nos está diciendo —, cuando os acose el enemigo, venid a Mí, miradme a Mí y cobrad ánimo, porque en Mí, que os defiendo, veréis al instante segura la palma de la victoria.
Verdaderamente, el recurso a María es medio segurísimo para salir bien de todos los asaltos del enemigo. pues la Virgen -dice San Bernardino- se llama dominadora de los demonios porque los doma y refrena y por eso es contra las potestades del infierno terrible como los reales de un ejército en orden de batalla.
Pone en su boca estas palabras el Espíritu Santo (Eccli., 24, 23): Doy, como la vid, fruto de olor suave, porque así como dicen que de la vid, cuando está en flor, huyen las serpientes, así, dice San Bernardo, huyen los demonios de aquellas almas dichosas en quienes sienten el olor de la devoción a María. — Por lo mismo es llamada cedro: Quasi cedrus exatata sum in Líbano (Eccli., 24, 17), no sólo porque, como el cedro, está libre de corrupción, sino también porque, como el cedro con su buen olor ahuyenta las serpientes venenosas, así María pone en fuga a los demonios.
Los judíos antiguamente alcanzaron muchas victorias llevando consigo el Arca de la Alianza. Con ella venció Moisés, con ella fueron vencidos los filisteos, con ella se ganó Jericó.
Y es cosa bien sabida que el Arca era figura de la Virgen; y que así como dentro se guardaba el maná, así en el vientre purísimo de esta Doncella estuvo encerrado el Salvador del mundo, maná del Cielo. Por medio de esta arca mística, se gana victoria, y el día que esta Señora fue ensalzada y coronada en los Cielos quedó enteramente abatido el poder del infierno, dice San Bernardino de Sena.
¡Qué temor tan grande tienen los enemigos a María y a su santo nombre! Se comparan bien (Job., 24, 16) a los ladrones que andan robando de noche, pero al despuntar la aurora huyen de la luz como de la muerte.
Así, dice el espejo de nuestra señora, viene el enemigo a despojar las almas cuando viven en las tinieblas de la ignorancia; pero luego que las ve iluminadas por la gracia de Dios y la misericordia de María, huye de allí precipitado. ¡Dichoso, pues, el que en medio de la pelea invoca su santísimo nombre!
En confirmación de esta verdad, fue revelado a Santa Brígida que Dios le ha dado tanto poder sobre aquellos espíritus soberbios, que cuantas veces asaltan a sus devotos y éstos la llaman, a una señal suya huyen despavoridos y con tal espanto, que mejor sufrirán dobladas penas que no el verse vencidos por Ella.
Particularmente es eficacísimo el auxilio que presta en las tentaciones contra la castidad, y por esta razón la compara el Esposo divino (Cant., 2, 2) con la azucena entre espinas; a la cual dicen que nunca llega tampoco animal ponzoñoso.
Todos los que tienen la dicha de ser devotos de esta Señora pueden confiadamente decir: «¡Oh Madre mía!, si en Vos espero, no seré vencido; antes bien, con vuestra defensa perseguiré a mis enemigos, y oponiéndoles como poderoso escudo vuestra protección y auxilio omnipotente, quedaré victorioso.»
Y ciertamente que lo quedarán, porque tenerla de su parte es lo mismo que tener un arma irresistible contra el poder de todo el infierno junto.
Cuando sacó Dios su pueblo de la cautividad de Egipto, le guiaba por el desierto con una nube (Exodo, 13, 21), que de día era reparo contra los ardores del sol, y de noche, columna de luz; figura de María y de los oficios piadosos que ejercita continuamente.
Como nube, nos defiende de los rigores de la divina justicia, y como columna luciente, de la malignidad de los demonios. Porque no se derrite la cera tan pronto puesta cerca del fuego, como pierden los enemigos infernales toda la fuerza contra las almas que traen presente el santísimo nombre de María y la invocan y procuran imitar.
¡Cómo tiemblan los malignos sólo de oír su nombre sacrosanto! A la manera que los hombres caen a tierra cuando un rayo da cerca de ellos, así los demonios quedan aterrados al oír el nombre de María.
¡Cuántas victorias han alcanzado sus devotos con la invocación de este santísimo nombre! Así los venció San Antonio de Padua, el Beato Enrique Susón y otros muchísimos; entre los cuales hubo un cristiano en "el Japón que, acometido visiblemente por ellos en gran multitud, les dijo:
«Yo no tengo armas que os puedan infundir temor; si Dios os da licencia, haced de mí lo que más os agrade; pero invoco en mi ayuda los dulcísimos nombres de Jesús y María.»
Apenas dicho esto, se abre de repente la tierra y caen precipitados por allí los espíritus infernales. Y por experiencia sabemos que todo el que se vale de igual medio sale con victoria de cualquier peligro.
¡Glorioso y admirable es tu nombre, Señora!, dice el salterio mariano. Los que a la hora de la muerte se acuerden de invocarle no se espantarán del infierno, porque los demonios huyen cuando le oyen, siéndole más terrible que un ejército armado.
Así es Señora. Vos, con el escudo de vuestro piadosísimo nombre, libráis a vuestros devotos del poder de los príncipes de las tinieblas.
¡Qué dolor que todos los cristianos, en el acto de la tentación, no le invoquen con gran confianza! Cierto que si lo hiciesen, no llegaría ninguno a caer, porque es nombre de tanta eficacia, que al oírle pronunciar tiembla todo el abismo. ¿Qué más diré?
Aun del pecador más perdido, apartado de Dios y poseído ¡de los demonios, huyen ellos al instante que, con ánimo de enmendarse, pronuncia este nombre poderosísimo; aunque también es cierto que si no (sigue la enmienda, como propuso, vuelven a él con más ímpetu que antes.