II 1c. Oracion
¡Oh Madre de Dios y única esperanza mía! Ved aquí a vuestros pies a un pecador miserable, que implora vuestra clemencia. A una vos os dice toda la Iglesia Madre de pecadores. Pues si lo sois, a Vos me acojo; Vos me habéis de salvar. Bien sabéis cuánto desea vuestro amantísimo Hijo mi salvación y lo mucho que padeció por ella.
Hoy os ofrezco todas sus fatigas y dolores, el desabrigo del pesebre, los trabajos de la huida a Egipto, el cansancio y sudor, la sangre derramada y las penas con que expiró en la cruz a vuestra presencia.
Dad a conocer a todo el mundo, favoreciéndome, lo mucho que la «amáis, pues por el amor que le tenéis imploro vuestro valimiento.
Das la mano a un caído digno de compasión. Si yo fuese justo, no pedirla misericordia; pero como soy pecador, os busco a Vos. que «sois Madre de piedad; y pues vuestro amoroso corazón se alegra de favorecer a los miserables que no se obstinan, hoy le podéis dar este gusto y a mí un gran consuelo, que, aunque pecador y digno de las penas eternas, no estoy obstinado todavía, por la divina misericordia.
Decidme, Señora, qué tengo que hacer, y alcanzadme fuerza para ello; por mi parte, dispuesto me hallo a todo lo que fuese menester para recobrar la gracia perdida.
Bajo vuestro manto me acojo. Vuestro Hijo santísimo quiere que acuda a Vos, que sois su Madre, para que por la virtud de su sangre y de vuestros ruegos poderosos, sea de ambos la gloria de haberme salvado. Él me envía para que Vos me socorráis.
Aquí me tenéis; en Vos confío. Ya que pedís por otros, decid también por mi siquiera una palabra. Decid al Señor que deseáis mi salvación, y me salvará. Decid que soy vuestro, y me basta.