II 1b.Ejemplo: Elena, convenida por rezar el rosario
Cuenta el P. Bovio, S. J., que una mala mujer, por nombre Elena, entró una vez en la iglesia, donde oyendo predicar un sermón de las excelencias del santo Rosario, al salir compró uno, pero de vergüenza le llevaba escondido.
Empezó, con todo, a besarlo, y aunque al principio lo hacía sin devoción, después le infundió la Virgen tal consuelo y dulzura, que ya quería estarle siempre rezando.
Con esto concibió un horror tan grande de su mala vida, que no podía sosegar, sintiéndose como impelida a ir a confesarse.
Hízolo con extraordinarias muestras de arrepentimiento y admiración del confesor. Acabada la confesión, fue a dar gracias a la Virgen Santísima delante de un altar; allí rezó el Rosario, y la Señora le habló así desde aquella imagen:
«Elena, basta ya de ofensas; desde hoy muda de vida y Yo te favoreceré.» Confusa con estas palabras, respondió: «¡Ah, Señora, es cierto que hasta aquí he sido muy mala; pero Vos, que todo lo podéis, ayudadme; en vuestras manos me pongo; haré penitencia todo lo que me queda de vida.»
Salió de allí con esta firme resolución; vendió cuanto tenía, lo repartió a los pobres y emprendió una vida muy penitente. Tenía tentaciones, y muy terribles; pero acudiendo a la Virgen, salía victoriosa. Así llegó con el tiempo hasta merecer favores sobrenaturales, como visiones, revelaciones y profecías.
Finalmente, antes de morir (de que ya tenía aviso de María Santísima) se le apareció la misma Señora en compañía de su divino Hijo, y al tiempo de expirar vieron algunas personas que el alma de aquella pecadora volaba a los Cielos en figura de una paloma muy hermosa.