III 1a. 
               María es esperanza de todos
             
            
             Los herejes modernos no pueden sufrir  que  invocando  a María, la llamemos esperanza nuestra,  porque dicen que esto sólo es  propio de Dios, el cual maldice a quien pone su confianza en las criaturas (Jerem., 17, 5); y siéndolo  María, ¿cómo en Ella se podrá  colocar? Así hablan los herejes; pero  la santa Iglesia, regida por el Espíritu Santo, manda que cada día los eclesiásticos y religiosos, en su nombre y en el de los demás fieles, la saluden,  alzando la voz con el dulce título de esperanza nuestra, esperanza de todos. 
               
En  contraposición a la falsa y pestilente doctrina de los herejes, hagamos aquí  una reseña de lo que dicen a una voz  los Santos y Doctores de la Iglesia católica. 
             «De dos maneras, dice el Doctor  Angélico, podemos esperar en una persona: o  como principal, o como medio.» El  que pide al rey una gracia, la espera del rey como soberano y del  ministro como intercesor; y si la consigue, ya sabe que, aunque viene del soberano principalmente, el conducto ha sido el ministro, en el cual, como medianero, puso, con razón, su esperanza. 
               
               Dios, que es  bondad infinita, desea sumamente enriquecernos con su gracia: pero como para ello exige confianza de nuestra parte, para animarnos a tenerla nos dio  a su misma Madre por Madre y Abogada,  depositando en sus manos los tesoros  de su poder, a fin de que la  salvación y cualquier otro bien, de Ella lo esperemos.
               
Los que la colocan en las criaturas sin dependencia de Dios, como hacen los pecadores, que por granjear el favor de un hombre disgustan al Criador; éstos son a los que les cae  propiamente la maldición divina. 
Mas los que confían en el valimiento de aquella Madre de piedad, criatura tan  privilegiada y poderosa para alcanzarnos la gracia  y vida eterna, son benditos y agradables a los ojos de Dios, que quiere se le dé honor, porque en la tierra le honró y amó Ella más que la multitud  de todos los ángeles y Santos.» 
               
               Con  razón, pues, llamamos a la   Virgen esperanza nuestra, confiando, como  enseña el Santo Cardenal  Belarmino, que por su intercesión hemos de alcanzar de Dios lo que por  nuestra súplicas no pudiéramos. 
               
               «Pedírnosle, añade  el Padre Suárez, que  interceda por nosotros, a fin de que su dignidad de medianera supla nuestra  miseria; y esto no es desconfiar de la divina misericordia, sino conocer y temer  nuestra propia vileza.» 
               
               Doctrina conforme a las palabras del Eclesiástico (24, 24), que le [aplica  la Iglesia:  «Madre de santa esperanza.» i Madre de quien esperamos, no los bienes del mundo, transitorios y viles, sino los celestiales  y  eternos. 
               
               San Efrén: «Dios  te salve; esperanza del alma;  Dios te salve, auxilio del cristiano, refugio  de pecadores, defensa de corazones fieles,  salud de  todo el mundo.» 
               
               Así lo dice el Santo, y  considerando que en el orden de la  providencia con que ¡Dios nos  gobierna tiene determinado que nadie se  haya de salvar sino por medio de María, como probaremos largamente después, añade: 
               
               «No hay para  nosotros otra esperanza sino en Vos, oh virgen fidelísima.» Santo Tomás de  Villanueva sostiene lo mismo. 
               
               San Bernardo da la  razón de lo que vamos diciendo con estas  palabras: «Vean aquí los hombres los designios de Dios, que son de  piedad: habiendo de redimir al género humano, puso en mimos de María todo el precio de la redención para que le reparta  Ella como quisiere.» 
               
               Un piadoso autor moderno,  explicando lo que se  refiere en el capítulo 25 del Éxodo sobre aquel propiciatorio o trono de  gracia que Dios mandó a Moisés  fabricar de oro acendrado, para hablarle desde  allí, dice que María es este propiciatorio para bien de todas las gentes; que desde él habla Dios lleno de piedad  al corazón del hombre, da respuesta de  clemencia y perdón, concede toda suerte de dones y nos colma de bienes. 
                            San Ireneo: «Antes  de encamar el Verbo divino en el seno purísimo de María, mandó al Arcángel a pedir su consentimiento, porque a Ella  quiso debiese el mundo el alto misterio de la Encarnación.» 
               
               El sabio Idiota:  «Todo bien, todo auxilio, toda gracia que de Dios recibieron y recibirán hasta el fin del mundo los  hombres, todo fue y todo será por intercesión de María.»
             Blosio: «¡Oh  Señora! Siendo Vos tan amable y agradecida con todos los que os aman, ¿quién por su desdicha será tan necio que deje de  amaros? Vos, en las dudas y confusiones,  dais luz a los que a Vos acuden; Vos  consoláis a los que en Vos confían;  Vos los libráis de los peligros; Vos socorréis a los que os llaman; Vos, después de vuestro Hijo, sois la salud de  vuestros fieles siervos. Salve, esperanza de los desdichados, refugio de los desamparados. Sois omnipotente, pues que vuestro  Hijo hace sin tardanza cuanto Vos queráis.»
             San Germán: «¡Oh  Señora mía! Vos sois mi consuelo, dado por Dios, guía de mi camino, fortaleza  de mi debilidad, riqueza de mi gran miseria, medicina de mis llagas, alivio de  mis dolores, libertad de mis cadenas,  esperanza de mi salvación. Oye mis  ruegos, compadécete de mis suspiros,  Señora mía, refugio mío, vida mía, auxilio, confianza y fortaleza mía. 
               
               San Antonino: «Bien  puede el mundo tenerla por fuente y madre de todo bien, y decir (Sab., 7, 11): Con Ella he  recibido toda suerte de bienes.» 
               
               El sabio Idiota:  «Quien halla a María, halla toda la  felicidad, halla la gracia y la virtud, porque su poderosa intercesión  le alcanza todo cuanto necesita, enriqueciendo su alma con la gracia divina, como lo hace saber Ella misma, asegurando que en su mano tiene todas las riquezas del  Cielo; es decir, todas las  misericordias de Dios, conforme a lo  que se le aplica en el capítulo 8 (v. 18) de los Proverbios: Yo poseo tesoros en abundancia para enriquecer a los que me aman.» 
                            El  autor del espejo de nuestra señora: «Todos debemos tener  puestos los ojos en las manos de María, para recibir los bienes que deseamos.» 
               ¡Y qué bienes tan  preciosos! ¡Cuántos soberbios hallan la  humildad en la devoción de María! 
             ¡Cuántos  iracundos, la mansedumbre! ¡Cuántos ciegos, la luz! ¡Cuántos desesperados, la confianza!  ¡Cuántos  descarriados, la salvación! Así lo prometió por su boca dulcísima, diciendo a su prima,  cuando llegó a visitarla (Le., 1, 48): Desde hoy, todas las generaciones me han de llamar bienaventurada. 
               
               «Sí, comenta San  Bernardo, todas las generaciones lo dirán, porque a todas disteis la vida y la gloria; porque en Ti los pecadores  encuentran perdón, y los justos, gracia  perdurable.» 
               
               El devoto  Lanspergio: «Hombres (dice en boca de Dios), honrad a mi Madre con singular  veneración. Yo os la di  para ejemplo de pureza, refugio segurísimo y asilo en las tribulaciones. Nadie  recele acercarse a Ella,  pues la crié tan benigna y misericordiosa para que a ninguno deseche, a  ninguno se niegue, a todos  abra el seno de su piedad y a nadie despida desconsolado.» 
               
               ¡Qué  tiernos sentimientos de confianza para con Jesucristo y su bendita Madre  abrigaba el autor desconocido que escribió el Estímulo de amor: «Aunque  parezca que me tiene Dios ya reprobado, sé  que no se puede negar a Sí mismo. 
               
               Me  abrazaré a El hasta que me bendiga, y sin mí no se podrá ir. Me esconderé en sus llagas, y de este modo fuera no me encontrará. Me echaré a los pies de su bendita Madre, pidiendo perdón; como es tan buena, no podrá dejar de apiadarse de mí, o,  al verme tan desdichado, inclinará en mi favor, compadecida, la indulgencia de su Hijo Santísimo.» 
               
               Concluyamos, pues,  diciendo con el monje Eutimio: «Poned en  nosotros, ¡oh piadosa Madre!, vuestros ojos de misericordia. Siervos  vuestros somos, y en Vos hemos colocado toda nuestra esperanza.»