IV 2c. Oracion
¡Oh Madre de Dios, Reina de los ángeles y esperanza de los hombres! Vos, que escucháis a todo el que os llama, quienquiera que sea, ved aquí postrado a vuestros pies a un desventurado que hasta ahora fue cautivo del demonio, pero que ya desea consagrarse del todo por esclavo vuestro, ofreciendo honraros y serviros en adelante lo que le dure la vida.
Bien conozco que, habiendo ofendido a vuestro Hijo Santísimo, poco es el honor que os puede resultar de que os sirva, un esclavo tan vil y rebelde como he sido yo; pero Vos tenéis poder para trocarme en otro hombre distinto, y si lo hacéis, el honor será debido a vuestra sola misericordia.
No rehuséis esta oferta, Madre mía. Ovejas perdidas vino a buscar el Verbo eterno, y por salvarlas se hizo Hijo vuestro. ¿Cómo habéis Vos de desechar a esta ovejuela que por vuestro medio vino buscando el buen Pastor? Ya se dio el rescate por mi remedio; ya mi Redentor derramó aquella sangre preciosa que pudiera redimir infinitos mundos.
Sólo falta que a mí también se me aplique, y esto la Vos os toca, Virgen benditísima, pues, como San Bernardo nos enseña.
Vos sois la que dispensáis a quien os agrada todo su valor y merecimiento. Vos salváis a todo el que queréis, añade San Buenaventura. Conque, Señora, Vos me habéis de valer, Vos me habéis de salvar. En vuestras manos pongo mi alma. Vos la salvaréis.