VII 1c. Oracion
            
             ¡Oh Virgen  purísima, la más excelente y ensalzada de todas las criaturas!
               
Desde este valle  oscuro y hondo os saluda humildemente un pecador que, por haber sido  infiel a Dios, conoce no merecer misericordia y gracia, sino justicia y pena; aunque,  por otra parte, no desconfía de vuestra piedad, porque sabe que os preciáis de ser tanto más benigna  cuanto más poderosa; que os alegráis de ser rica para enriquecer nuestra  pobreza, y que a proporción que son más desvalidos los que vienen a  pedir a vuestras puertas, más pronto los amparáis y socorréis. 
               
               Madre mía. Vos llorasteis amargamente viendo a vuestro Hijo muerto por mí.  
             Os pido que le presentéis aquellas lágrimas, para que por ellas me conceda un  verdadero dolor de mis pecados. 
               
               Si tanto  fue lo que os afligieron los pecados de los hombres, y especialmente los míos, haced que cesen ya los disgustos dados al Señor y a Vos.
               
  ¿De qué me servirían lágrimas tan  preciosas, si continuase siendo tan  ingrato y perverso? ¿De qué me aprovecharía vuestra misericordia, si de nuevo hubiese de ser infiel y condenarme? 
  
               No lo permitáis, Madre mía. Vos habéis  respondido por mí; Vos alcanzáis de Dios cuanto pedís; Vos escucháis los ruegos  de todos. 
  
               Con esta confianza, dos  favores os pido en este día, y los dos espero  de vuestra bondad: el uno, ser en adelante fiel al Señor, sin más  ofenderle, y el otro, amarle ardientemente tanto como le ofendí, sin dejarle de amar mientras me dure la  vida, para amarle después por todos  los siglos.