VI 3a.
                  María hace las paces entre Dios y los hombres
             
            
              Es la gracia de  Dios un tesoro de valor infinito, como dice el Espíritu Santo (Sab., 7, 14), porque nos  eleva a la dignidad de hijos del Excelso, a quienes nuestro divino Salvador llamó amigos  suyos (Jn., 15, 14), así como el pecado es una mancha tan execrable y fea, que priva al alma de aquella dichosa amistad y hermosura, haciéndola abominable a los ojos de Dios (Sab., 14, 9) y su enemiga capital. 
               
               ¿Qué debe hacer el pecador que se ve caído en semejante abismo? Necesita un mediador que interceda por él y le ayude a recuperar el bien perdido. Tú que has perdido a Dios,  quienquiera que seas, dice San  Bernardo, consuélate con saber que  el Señor te ha dado con su divino Hijo  tan poderoso medianero. 
               
               Pero,  ¡ay dolor!, ¿por qué los hombres han de tener por  severo al Mediador clementísimo que dio la vida  por salvarnos? ¿Por qué han de temer que sea terrible la misma dulzura y  amabilidad? 
               
               Aliéntate, pecador, y no temas, y si es que los pecados te hacen temblar, acuérdate que Jesús los clavó consigo en el madero de la cruz, y satisfaciendo por ellos a la divina justicia, los borró  de tu alma 
Mas  si lo que te atemoriza es su majestad y grandeza,  pues que no dejó de ser Dios, aunque hecho  hombre, tienes quien abogue con Él. 
Acude a María, que Ella pedirá por  ti y será oída. -.Intercediendo el Hijo por  ti delante de su eterno Padre, que nada le puede negar. Hermanos míos, María es la escala por donde recobran de nuevo  los pecadores la hermosura de la  divina gracia. Este es el motivo más poderoso de nuestra esperanza. 
Oigamos  en los libros de los Cantares (8, 10) las 'palabras  que pone en su boca dulcísima el Espíritu Santo: Yo soy defensa de  los que me invocan, y la misericordia de mi pecho es para ellos como una torre de asilo. A este fin la constituyó el Señor medianera y conciliadora de paces entre Él y los pecadores. 
No hay duda: María es la pacificadora, la que sabe alcanzar de Dios paz a los enemigos, salud a los desahuciados, perdón a los  delincuentes y misericordia a los desesperados. Por eso la llamó su divino Esposo (Cant., 1, 4): Hermosa  como los pabellones de  Salomón.
En las tiendas de David  no se trataba más que de guerra, pero en las de Salomón sólo se hablaba  de paz; dándonos a entender así el Espíritu Santo que esta Madre misericordiosa no habla de guerra ni de venganza contra los pecadores, sino de paz y clemencia. 
             Figurada estuvo en la paloma de Noé,  que saliendo del arca volvió con el ramo de  oliva, en señal de la paz que ofrecía Dios a los mortales.
               
María fue la paloma candida y hermosa enviada del Cielo con ramo de oliva, símbolo de misericordia, porque nos dio a Jesús, fuente de toda  misericordia, que en virtud de sus  méritos infinitos nos alcanzó todas  las gracias y favores que Dios nos dispensa.  Por Ella, dice San Epifanio, se dio la paz al mundo, y por Ella siguen a cada hora reconciliándose con Dios los pecadores. 
               
               Figura suya fue  también el arco iris que rodea el trono de Dios, visto por San Juan (Apoc., 4, 3), porque  siempre asiste al tribunal divino para suavizar las sentencias y castigos que merecen  nuestros pecados. 
               
               Ella es aquel arco de  hermosos colores que quiso  significar el Señor cuando dijo a Noé (Gen., 9, 13) que pondría en las nubes su arco de paz, para  que, viéndole, se acordasen los hombres de la perpetua paz que con ellos quedaba hecha. Aquél recordaba la promesa que Dios se dignaba hacer, y éste nos alcanza remisión de las ofensas  y seguridad de perpetuas paces. 
               
               Por  igual razón es comparada con la luna: Hermosa  como la luna (Cant., 6, 9); pues  así como la luna está entre el Cielo  y la tierra, así María se interpone  continuamente entre Dios y los pecadores para aplacar la divina  justicia, iluminar los entendimientos y  volvernos a nuestro Criador. 
             Ved aquí su  principal oficio: levantar las almas a la gracia divina,  reconciliándolas con Dios. Apacientas  tus cabritos, se le dice en los Cantares (I, 7). 
               
               Sabemos que  los cabritos son figuras de los pecadores,  así como los corderos o mansas ovejas significan los escogidos, que se  colocarán en el último día a la diestra del  supremo Juez, mientras que los otros  desventurados estarán a la izquierda. 
               
               Pues,  ¡oh Pastora divina!, a vuestro cargo quedan los cabritos, para que Vos los convirtáis en corderos, y hagáis que también vayan a ponerse aquel día al lado de la felicidad. Se reveló a  Santa Catalina de Sena que la Virgen fue criada para ser cebo suavísimo que prendiese a los hombres y los  restituyese a Dios. 
               
               Sólo hay que advertir que no a todos los cabritos pecadores  los salvará, sino a los que la sirvan y veneren; éstos son sus cabritos;  porque los que viviendo en los vicios no  procuran merecer su favor con algún  obsequio particular, ni se le encomiendan con deseo de salir de su mal  estado, no pertenecen a su grey, y, por tanto, la izquierda será en el juicio el lugar que les corresponde.
               
               Hubo un hombre noble que por la multitud de los delitos que había  cometido, desconfiaba ya de conseguir su salvación; pero sabiéndolo un religioso, le exhortó a valerse del amparo  de María Santísima bajo la advocación de  una imagen que se veneraba en cierta iglesia.
               
El caballero fue, y  al  instante que vio la imagen sintió como que le animaba a echarse a sus pies con toda confianza. Corre, se postra, y al ir a besárselos, la imagen,  que era de talla, le dio a besar la mano, en la cual estaban escritas estas palabras: 
               
               Yo te libraré; con lo que el hombre concibió de  repente tan gran dolor de sus pecados  y tan inmenso amor de Dios y de aquella Madre dulcísima, que allí cayó muerto a  sus sagrados pies. 
               
  ¡Oh y a cuántos  pecadores obstinados trae a Dios cada día este imán de nuestros  corazones! Pudiera referir muchos casos  sucedidos en nuestras misiones y las  ajenas, de algunos que a los demás sermones  se mantuvieron duros y empedernidos; pero  oyendo, al fin, predicar de las misericordias de María, se compungieron  y se convirtieron.
  
Dicen que el unicornio es  un animal tan feroz, que no hay  quien pueda darle caza, y que solamente a la voz de una doncella se rinde, se acerca y deja que le ate. ¡Cuántos pecadores que huían de Dios, más bravos que las fieras, vuelven a las voces de  esta Virgen amorosísima, y de su mano  se dejan mansamente ligar y conducir  a Dios! 
  
               A este fin fue ensalzada a la dignidad de Madre de Dios, para que  medie y alcance la salvación a muchos, que, atentos a sus obras y al rigor de la divina justicia,  no se salvarían. 
               
               Más por el bien de los  pecadores que por el de los justos, se ve tan   entronizada; semejante a lo que  afirmó de Sí Cristo nuestro  Redentor, hablando de los motivos de su venida al mundo. 
               
               ¡Oh Señora!, obligada estáis a favorecer a los pecadores, porque todas las prerrogativas  y grandezas que habéis recibido (comprendidas  en el título de Madre de Dios) a ellos las debéis, pues por su causa tenéis a Dios por Hijo. ¿Cómo con esto podrá ninguno desconfiar? 
               
               En la oración de la Misa de la vigilia de la Asunción nos dice la santa Iglesia que María fue llevada a los Cielos para que allí, de continuo,  se interponga por nosotros con la  certeza de ser oída. 
               
               Por esto es  llamada arbitra, que dispone de todo a su voluntad, y con cuya sentencia y decisión siempre se  conforma el supremo Juez. ¿Qué mayor seguridad podemos desear? ¿Qué fiadora más  acepta a los deseos de Dios ni que mejor pueda reconciliarnos con Él? Como el Señor solicita por todos los medios la  reconciliación de los pecadores, para que no dudásemos de alcanzar el perdón, nos la dio por prenda segura. 
               
               ¡Oh pecador!, anímate  oyendo esto, y si por la muchedumbre y gravedad  de tus pecados temes que Dios, indignado, tome venganza de ti, ve a  buscar a María, esperanza de pecadores,  sabiendo que el mismo Señor le  confió el oficio y encargo de socorrernos y ayudarnos a todos. 
               
               ¿Qué temor ha de tener de salir mal el  reo a  quien  la madre del juez se ofrece por abogada y madre? Y Vos, Señora, que lo sois, ¿os desdeñaréis de interceder con vuestro Hijo, que es el Juez,  por otro hijo, que es el pecador?
               
¿No pediréis al Redentor por un alma  redimida con su propia sangre? Con toda eficacia rogaréis por los que recurren a Vos, como mediadora que sois entre el  Juez y el delincuente. 
Tú, pecador, cualquiera que seas, por más atollado que estés, por más  antiguas y encanceradas que sean tus  llagas, no desconfíes; antes bien, da gracias a Dios de que para usar contigo de misericordia, no sólo te haya dado a su  unigénito Hijo por abogado, mas para  que mayormente confíes, te ha provisto también de una medianera que todo lo alcanza. Implora su favor,  y te salvar