VIII 2c. Oracion
            
             ¡Oh  Sacratísima Reina de los ángeles.
Madre de Dios y Señora nuestra, la más  excelente y amable de todas las criaturas! 
               
               Cierto es que hay en el mundo muchos que  ni os aman ni os conocen, mas en el Cielo tenéis millares y millares de ángeles  y Santos que os aman y alaban incesantemente. 
               
               También en la tierra se encuentran almas  felices,  enardecidas en vuestro amor y prendadas de vuestra bondad. ¡Oh si yo os amase igualmente! 
               
               ¡Si de continuo estuviese pensando  en cómo serviros mejor y ensalzaros y veneraros, procurando mover a otros al mismo amor y veneración!
             El Eterno se  enamoró de vuestra incomparable hermosura, con tanta fuerza, que le hizo como  desprenderse del seno del Padre y escoger esas virginales entrañas para hacerse Hijo  vuestro.
               
¿Y yo, gusanillo  de la tierra, no he de amaros? Sí, dulcísima Madre mía, quiero arder en  vuestro 
               amor y propongo exhortar a otros a que os amen también.
               
Aceptad mis  deseos y ayudadme a lograrlos. 
Sé que a vuestros amantes los mira  Dios con particular benevolencia, no deseando nada tanto, después  de la dilatación de su gloria, como veros  amada, honrada y servida de todo el mundo. Con este convencimiento procuraré amaros más y más, y esperaré de Vos toda  mi dicha. 
Vos me habéis de conseguir el perdón de mis pecados; Vos, la perseverancia final; Vos me habéis de asistir a la hora  de mi muerte; Vos me habéis de sacar de las penas del purgatorio, y Vos habéis  de llevar mi alma en vuestros brazos maternales  hasta presentarla ante el trono de la Santísima Trinidad.  
Todo esto esperan vuestros hijos de  Vos, y ninguno de ellos queda jamás  burlado. Pues lo mismo espero yo, que os amo con todo mi corazón y, después de Dios, sobre todas las cosas.