III 2a. 
               María es la esperanza de los pecadores
             
            
             Dos  lumbreras puso Dios en el Cielo: el sol, para que iluminase el día, y la  luna, la noche (Gen., 1, 16). El sol, dice Hugo, Cardenal, que es símbolo y figura de  Jesucristo, cuya luz reciben los justos y viven en gracia; y la luna, figura de María, por quien son iluminados los que viven en la noche de la  culpa. Siendo, pues, María luna tan propicia para  todos los pecadores, si alguno, dice el Papa Inocencio III, yace en la noche  de la culpa, mire a esta luna, invoque a María.
               
Ya que perdió la luz del sol, perdiendo la gracia divina, no  le queda más que volverse a mirar a María que le dará el resplandor y  conocimiento para ver su infeliz estado, y también fuerzas para que salga de  él; como que por sus ruegos piadosos, dice  San Metodio, se convierten muchos a cada  hora. 
Uno de los dictados  con que la santa Iglesia quiere que la  invoquemos, y de los que más nos esfuerzan  y alientan, es el de Refugio de pecadores.
                            Hubo en Judea  ciudades de asilo, donde se refugiaban los delincuentes. Ahora, entre nosotros, no hay tantas: pero tenemos a María, que  vale por muchas, de quien se dice en un salmo (86, 3): Cosas de mucha gloria se dicen de Ti, ¡oh ciudad  de Dios! Y con otra ventaja muy principal: que no era  el asilo para todos los reos, cuando bajo el manto de María todo pecador halla abrigo y absolución de cualquier crimen que haya cometido, por ser para  todos ciudad de refugio, dice el Damasceno. 
               
               Ni es  menester que uno hable por sí. Ella se encarga  de la defensa. Si nos falta el ánimo para pedir perdón al Señor. Ella  hará nuestras veces. Adán, Eva y todos los  hijos que habéis provocado la ira de Dios, acudid a María, que es  vuestra Madre, ciudad de asilo y única  esperanza. 
               
               Dios te salve,  abogada única de los pecadores y  amparo segurísimo de los desvalidos. Decía David (Ps., 26, 5): El Señor me protegió escondiéndome dentro de su tabernáculo. 
               
               ¿Qué tabernáculo es  éste, propio de Dios, pregunta San Andrés cretense, tabernáculo en que sólo entró el Señor pura cumplir en  él el soberano misterio de la redención  humana, sino María? Acudamos, pues, a  María, como van los enfermos al hospital genenil, a  cuya beneficencia tiene un desdichado tanto inris derecho cuanto más pobre y miserable se ve. 
Cuanta más sea la miseria, menos los méritos y mayores  las llagas del alma, que son los pecados, más motivo parece que tiene  cualquier pecador para decirle: Señora,  pues que sois la salud de los enfermos, y yo el más enfermo de todos,  tengo más necesidad que nadie de que me  admitáis y me sanéis. 
  
  Digámosle, con  Santo Tomás de Villanueva: «Los pecadores no conocen otro refugio fuera de Vos. Vos sois su abogada y única esperanza; en  vuestras manos nos ponemos.» 
               
               En las revelaciones  de Santa Brígida es llamada «Lucero que sale delante del sol», para que entendamos  que cuando en un alma pecadora empieza a  nacer su devoción, es señal infalible de que dentro de poco vendrá Dios a iluminarla con su gracia. 
  El  salterio mariano, después de comparar el estado del pecador con  un mar agitado por la borrasca, donde los infelices se ven caídos de la nave, que es la gracia de Dios; combatidos  por las olas y remordimiento de la conciencia, temerosos de la ira divina, sin  luz, sin piloto, sin esperanza y próximos a perecer, los anima, con todo, a confiar, y señalando a María, les dice: 
  
  «No os desalentéis, pecadores, sino  alzad los ojos y mirad aquella  hermosa estrella del mar,  que ella os sacará, sanos y salvos, a puerto de    salvamento.» 
  
  Esta era también la exhortación  de San Bernardo:  «El que no quiera quedar sumergido, mire la  estrella, llame a María.» 
  
  Sí, porque «Ella, dice Blosio, es  el único amparo de los que han ofendido al Señor, el esfuerzo de  todos los tentados y atribulados, y su misericordia y dulzura se extiende, no a los justos sólo, sino a los pecadores, aunque se  vean al borde del precipicio, a los cuales  acoge benignamente, alcanzándoles el perdón de su divino Hijo al  instante que ellos imploran su ayuda y favor; llegando a tanto la bondad de su corazón, que muchas veces aun a los más obstinados y desamorados con Dios los previene,  despierta, solicita y saca del abismo profundo de los vicios, alcanzándoles la  gracia y después la gloria. 
  
  Dios le dio un natural tan piadoso y blando, para  que nadie desconfíe de acudir a valerse de  su intercesión. 
  
  Finalmente, no es  posible que ninguno se pierda que con humildad y esmero aspire a su devoción.» 
  
  Lamentábase  el profeta Isaías (64, 5-7) y hablando con el Señor le decía: Estás  enojado porque nosotros pecamos, y no hay uno que se ponga de por medio y detenga tu  brazo. Y «era, dice el espejo de nukstra señora, porque  entonces aún no había nacido María.» Pero si ahora se llega Dios a irritar con ira  un pecador, y María toma a su cuidado protegerle», aplaca el enojo de su Hijo y  salva al pecador. 
  
  Ni ¿quién podrá mejor detener con su mano la espada de la divina justicia e impedir que se descargue  el golpe? No desconfíes, pecador, sino acude a María en todas tus necesidades,  y siempre la encontrarás dispuesta a socorrerte; porque Dios se complace de que sea Ella la que en toda urgencia y necesidad nos ampare a todos. Y como tiene entrañas de tanta misericordia y deseo  tan grande de la salvación de los  pecadores, por perdidos que estén,  los anda buscando, y si por su parte  la buscan también ellos, pronto halla medio de hacerlos aceptos al Señor. 
  
  Deseaba el  patriarca Isaías comer carne de caza, y prometió a su hijo Esaú, luego que se  la trajese, darle su bendición. Rebeca, que oyó la conversación, deseando que más bien la recibiese su querido Jacob, le dijo (Gen., 27, 9)  que fuese corriendo y le trajese dos  cabritos para guisarlos al gusto del  anciano padre. 
  
  Según San Antonio, fue Rebeca figura de María, que dice a  los ángeles: «Id y traedme pecadores, figurados en los cabritos, que yo sé disponerlos (con alcanzarles dolor  y propósito) de manera que vengan a ser  agradables al gusto del Señor.» 
  
  La misma Señora reveló a Santa Brígida  que ninguno hay en la tierra tan enemigo de  Dios, que si acude a Ella, no llegue a recobrar  la gracia. Una vez oyó la misma Santa, de  la boca de Jesucristo, hablando con su Madre Santísima, que hasta para  el enemigo infernal habría remedio si se  humillase a pedir perdón por medio de la Virgen. 
  
  Nunca lo  hará él, por su obstinación y  soberbia; pero si esto fuera posible, tanto es el poder de María y tanta la  fuerza de sus ruegos,  que, sin duda, le alcanzaría misericordia y gracia. Mas, lo que sucederá  con el demonio, se está  verificando diariamente con los pecadores que  se valen del patrocinio en su piedad soberana. 
               
               Figurada estuvo María en el arca de Noé,  porque así como en ella se salvaron todos los animales, así bajo su manto se  libran todos los pecadores, que por los  vicios de sensualidad son comparados a los brutos; mas ¡con la diferencia, dice un escritor mariano, que los animales no mudaron de naturaleza con entrar en el arca; pero  bajo aquel manto prodigioso el lobo  se convierte en cordero, y el tigre  en paloma». 
               
               Cierto día vio Santa  Gertrudis bajo el manto extendido de María muchas  fieras de diversas especies: leopardos, osos, leones; y vio que la Virgen no sólo no los echaba  de Sí, sino que los acariciaba con su mano. Y entendió que estas fieras eran los pecadores, que  al implorar el favor de María eran acogidos por  ella con amor y benignidad. 
               
               ¡Oh Señora! No tenéis asco de ningún pecador, por  inmundo que rulé, si a Vos recurre; no os desdeñáis en extender vuestra mano  piadosa para sacarle del abismo de In  desesperación, si él os llama. 
               
               Sea mil millares de veces bendita  y ensalzada la misericordia del Señor, Madre  amabilísima, por haberos criado tan benigna  y dulce hasta con los pecadores infelicísimos. Desdichado del que no os ame; desdichado  del que, pudiendo, no acude a Vos, porque para él no habrá remedio; así  como de cuantos en Vos confíen, ninguno se  perderá. 
               
               Permitió  Booz a la joven Rut (2, 3) que recogiese las espigas que caían de manos de los segadores. Así Dios concede a la Doncella purísima que halló gracia en sus ojos que vaya  recogiendo otras espigas de más  valor, que son las almas. Los segadores  son los operarios evangélicos, misioneros,  predicadores y confesores, los cuales, con sus fatigas, están siempre  cultivando la heredad del Señor y ganándole  almas. 
               
               Pero hay algunas como espigas abandonadas, tan duras y rebeldes,  que sólo la Virgen piadosísima, con su  poderosa mano, puede recogerlas y ponerlas en salvo. ¡Ay de aquellos que ni de mano tan santa se dejan coger!  Bien se pueden dar para siempre por  abandonadas y perdidas; así como una y mil veces serán felices las que no resistan. 
               
               «No hay en el mundo,  dice Blosio, pecador alguno tan  perdido y enfangado, que sea aborrecido de María», porque, si acude a  su amparo, Ella tiene en su mano el poder, el saber y el querer para alcanzarle  la gracia y amistad de Dios. 
             Razón sobrada tenían los Santos para dirigiros, Señora, la voz, y  llamaros a boca llena Refugio único de pecadores, Esperanza de malhechores, Esperanza de  desesperados. ¿Quién, oyendo esto, no pondrá en Vos toda su confianza? ¿Quién dudará conseguir  perdón y cuanto pida, sabiendo que  protegéis aun a los que se ven caídos en el abismo  de la desesperación? 
               
               Refiere  San Antonino que cierto pecador creyó  hallarse ya delante del tribunal de Cristo. El diablo le acusaba y la Virgen le defendía. 
               
               El enemigo presentó contra el reo todo el proceso de  su mala vida, el cual pesaba mucho más que las buenas obras. ¿Qué hizo  entonces su celestial Abogada? Puso la mano  en el peso y le inclinó en favor del acusado, dándole a entender que le alcanzaba el perdón con que él mudase de vida, y así  lo hizo desde aquel día con verdadera enmienda.