VIII 3b. Ejemplo: Tomás, monje, oye cantar
a la Virgen
Cuenta Cesáreo que un monje cisterciense, llamado Tomás, devotísimo de la Reina de los ángeles, deseaba y pedía ardientemente verla una vez.
Salió una noche al jardín, y poniéndose a mirar al Cielo y exhalar suspiros abrasados, ve de improviso bajar una virgen muy hermosa y resplandeciente, que le preguntó:
«Tomás, ¿quieres oír cómo canto?» «Sí, por cierto», respondió él; y aquella virgen cantó con tal dulzura, que el devoto religioso se imaginaba hallarse en el Paraíso.
Acabado el canto, desapareció, dejándole con gran deseo de saber quién fuese, cuando he aquí otra virgen hermosísima, que igualmente se puso a cantar.
Ya no se pudo contener, y le preguntó quién era. «La otra que viste —le fue respondido— fue Catalina, y yo soy Inés, ambas mártires de Jesucristo y enviadas a consolarte por nuestra Señora. Dale muchas gracias, y disponte a recibir favor mucho más alto.»
Dicho esto, desapareció; pero el religioso quedó con gran esperanza de ver finalmente a la Reina del Cielo.
No esperó mucho tiempo, porque de allí a poco vislumbra una clarísima luz, siente rebosarle el pecho de alegría y ve aparecer en medio de resplandores a la Madre de Dios, rodeada de ángeles, incomparablemente más hermosa que las dos vírgenes anteriores, y le dice:
«Siervo e hijo amado mío, me complazco en el amor con que me sirves, y accedo a tu súplica. Veme aquí.
Quiero que oigas también mi canto.» Comenzó a cantar aquella boca dulcísima, y fue tanta la suavidad, que el afortunado religioso, de gozo, perdió el sentido y cayó en tierra.
Tocaron a maitines, y no viéndole comparecer en el coro le buscaron por todas partes y finalmente le hallaron como muerto en el jardín. Le mandó el superior decir lo que le había sucedido, y viéndose obligado por obediencia, contó con humildad la visita y favor que había recibido de la Reina del Cielo.