IV 2c. Oracion
Ved aquí a vuestros pies, ¡oh esperanza mía!, a un pecador miserable que, por culpa suya, fue muchas veces esclavo del demonio. Conozco que el haberme vencido y preso fue por no acudir a valerme de Vos; que si lo hubiera hecho, seguro es que no hubiera caído tan profundamente. Espero que, por vuestro favor, habré yo salido de sus garras crueles y alcanzado la misericordia divina.
Pero, en lo por venir, temo me vuelva a prender y a atar con sus cadenas, porque no desconfía de vencerme otra vez, y ya se dispone a nuevas tentaciones y asaltos.
Ayudadme Vos, Reina y Señora mía; tenedme bajo vuestro manto, y no permitáis que de nuevo venga a ser esclavo suyo. Bien sé que me daréis victoria si a Vos acudo. Pero éste es el temor que ahora me aflige, temor de olvidarme de Vos en la ocasión y peligro.
Esta, pues, es la gracia que deseo y pido humildemente, Virgen Santísima; no olvidarme de implorar socorro cuando me llegue a ver en medio de la pelea. Clame yo entonces:
Madre mía, ayudadme. Mayormente en el último combate, a la hora de la muerte, asistidme propicia y venid a mi memoria para que os invoque sin cesar con el corazón, y con la boca, y así, teniendo vuestro poderoso nombre y el de vuestro dulcísimo Hijo en el alma y los labios, logre la incomparable dicha de ir a veros y bendeciros en la gloria por toda la eternidad. Amén.